Hoy el mundo virtual avanza. Por las imposiciones de un tiempo pandémico, y por el desarrollo de la tecnocultura que conforma nuestra existencia cotidiana, la virtualidad adquiere proporciones innegables y, a la vez, necesarias. Podemos superar la distancia en el espacio y la eventual incomunicación total gracias a la magia de la comunicación online mediada por las pantallas y la conectividad. Pero esto también supone la erosión creciente de los entornos físicos y de los vínculos humanos.
A pesar de los beneficios del universo online ciberespacial, la realidad primaria que nos determina es la del mundo material y físico por el que circulan paralelas fuerzas invisibles, desde la electricidad, el electromagnetismo y los átomos, hasta nuestro, hoy, indispensable mundo ciberespacial.
Huxley intentó percibir con lucidez la riqueza sensorial de nuestro mundo físico en el que somos a pesar de la consolidación de nuestra subjetividad virtual. Por eso quizá sea válido su recuerdo en el tiempo tecnoglobal de la erosión de la percepción de la materialidad del espacio en el que nuestros cuerpos palpitan y respiran.
Aldous Huxley (1894-1963), se atrevió a explorar esa realidad que a diario no percibimos. Aun en el más minúsculo milímetro de materia danzan dibujos no percibidos. A principios de los años 50′, se entregó a la experimentación con la mescalina, un alcaloide psicoactivo del peyote. El nuevo paisaje perceptivo que amaneció en su mirada lo expresó luego en su trascendental obra Las puertas de la percepción (título original The door of perception), del año 1954. Luego, en 1956, escribió una continuación llamada Cielo e infierno. Posteriormente, en 1977, aparece Moksha, el conjunto de sus escritos en torno a las drogas alucinógenas.
Por los años 30’, Huxley sospechaba que la farmacología se acercaba a la elaboración de una sustancia que liberaría al hombre de sus miedos. Pero, a la vez, presentía que el Estado se opondría a la sustancia emancipadora para convertirla en un medio químico para un mejor control sobre los individuos. Esta hipótesis vibra en Un mundo feliz, obra en la que la droga denominada soma es virtualmente su personaje crucial; novela distópica cercana en sus visiones futuristas de hipercontrol social a 1984 de Orwell (que luego inspirará el famoso film Brazil, de Terry Gilliam).
Las preocupaciones por la vida religiosa y por el estado de conciencia místico le inspiraron a Huxley la laboriosa escritura de La filosofía perenne. Aquí, el escritor británico reúne fuentes de distintas religiones que coinciden en sus apreciaciones sobre el silencio, la oración, la relación entre lo infinito y lo finito, o lo uno y lo múltiple, constituyendo así el testimonio de una sabiduría común.
En su última obra, Isla, recrea una atmósfera cultural apabullada por la neurosis de la guerra. Sólo una aislada minoría que vive en una isla cultiva una sabiduría trascendental. Los miembros de esta población singular practican la costumbre de ingerir unas setas durante la experiencia de la muerte. Según Huxley, en el instante del tránsito al otro lado, el ser humano debe hallarse especialmente lúcido. Fiel a esta prédica, llegado el tiempo de su propio salto al trasmundo, Huxley le pidió a su esposa que le suministrara 100 mcg de LSD.
En Las puertas de la percepción, el escritor expande su experiencia sensitiva del mundo material. Huxley parte del hecho de que el cerebro humano no tiene la capacidad para percibir la realidad física completa. Nuestra limitada percepción se relaciona, a su vez, con el criterio selectivo de la memoria que solo recuerda lo más significativo en un sentido utilitario para la supervivencia, o las experiencias de mayor caladura emocional para el sujeto. También nuestra mente continuamente proyecta y superpone sobre las cosas nuestras categorías lingüísticas (que definen a una cosa con ciertas cualidades) o nuestras representaciones, de modo que no percibimos la cosa sino nuestra categorización o imágenes mentales de la misma.
En su proceso de ampliación perceptiva, Huxley se inspira en William Blake, el visionario poeta y grabador inglés del siglo XVIII. En Las bodas del cielo y el infierno, Blake afirma: «Y cuando las puertas de la percepción se abran, entonces veremos la realidad tal cual es: infinita».
Huxley habla de una “inteligencia libre” que, bajo el efecto controlado de la mescalina, y al abrirse a lo que realmente palpita afuera en el mundo físico, extiende la percepción en una «visión artística de lo cotidiano», que siente las cosas con detalles diversos y sutiles:
“Desde la puerta me dirigí a una especie de pérgola cubierta en parte por un rosal trepador y en parte por listones de una pulgada de ancho, con media pulgada de espacio entre ellos. Brillaba el sol y las sombras de los listones formaban un dibujo de cebra en el piso y en el asiento y el respaldo de la silla de jardín que se hallaba al fondo de la pérgola. Esta silla… ¿La olvidaré alguna vez? Allí donde las sombras caían sobre la lona de la tapicería, las franjas de un añil a la vez profundo y brillante alternaban con otras de una incandescencia tan intensa que era difícil creer que no estuvieran hechas de fuego azul” (1).
Las cosas antes aparentemente cotidianas, vulgares, no significativas, como una silla, ahora se revelaba como hecha de un “fuego azul”. Una simple silla podía convertirse en una presencia más fantástica que cualquier creación surrealista.
O Huxley reflexiona también sobre la pintura de paisajes, en Oriente y Occidente, como formas de fusión con el espacio. Y, en Más allá del mundo verbal traza una aguda crítica de la tendencia propia de nuestra cultura a reducir lo real, como antes sugerimos, al ámbito de lo verbal, de lo decible:
“Muebles de jardín, listones, luz solar, sombras… Todas estas cosas no eran más que nombres y nociones, meras verbalizaciones, para propósitos utilitarios y científicos, después del suceso” (2).
Lo que antes eran solo “muebles de jardín, listones, luz solar sombras”, se convertían ahora en combinaciones de colores y detalles no imaginados. Ese es el momento en que “el precepto se había tragado al concepto”. Es decir, en que la percepción acrecentada más experimenta la presencia de las cosas en nuestros entornos y espacios, fuera de los conceptos que les imponemos.
La aventura sensitiva que Huxley traza en Las puertas de la percepción ejerce una fuerte influencia en el movimiento contracultural de los años 60’, en la generación Beat de Jack Kerouac y Allen Ginsberg, y en el interés por explorar los estados alterados de conciencia.
La experiencia de Huxley da nuevos impulsos a aquellos que sospechan que la maravilla de la realidad virtual no es lo opuesto, sino la continuación del extenso mundo material en el que todo coexiste, desde las computadoras y su virtualidad, hasta cada uno de nosotros y las motas de polvo y los caballos salvajes.
(1) Aldous Huxley, Las puertas de la percepción. Cielo e infierno. Barcelona, Edhasa, 1997, pp.55-5.
(2) Ibid.
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