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fabian soberon
Photo by: ☰☵ Michele M. F. ©

Un pintor de provincia

Tirado en el suelo, con el alcohol temible inflándole las venas, el hombre estira el pincel en el vacío. Está solo y la nieve se acumula, oscura y blanda, en el vidrio macilento. Las ramas secas de los árboles proyectan una sombra leve en la calle blanca. Un pájaro se cuela en el cielo.

Acerca la cara a la ventanita y el crepúsculo tenue le roza los labios. Bamboleante, con los brazos pesados, se levanta y se para al lado de la tela. Comprueba, una vez más, que el bastidor supera su altura.

Es un pobre pintor de provincia. Peggy Guggenheim, la dueña del mundo del arte, le ha encargado una tarea imposible. Pero él asume el desafío como si fuera una pelea perdida con el destino. Sin pensar en nada, se para, tambalea y mira la oscuridad calma. Un aluvión de imágenes aparecen en su mente, como una carrera invisible de caballos iracundos, como una serie de sueños en una pista sinuosa y vaga.

Con el eco feroz de la imaginación, su mano, tensa, ensaya un ademán en la tela. Luego otro y se desmaya por el efecto siniestro del alcohol. El día avanza y ya las sombras crueles de la noche envuelven la agitación del cuerpo. Con el paso de las horas, los rasgos se multiplican y procuran una miríada confusa de líneas que no configuran nada. Sin saberlo, en esa noche única, Jackson Pollock ha dejado una huella atroz en la pintura. Esa marca lo convertirá en el primer pintor abstracto de Norteamérica.


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