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paola maita
Photo by: Yasmin Littler ©

Un océano de medias lenguas

Mañana te digo algo.

No había comenzado a usar esta frase hasta hace poco, a pesar de que la escucho a diario como una forma de decir que se responderá a alguna petición al día siguiente.

Quizás como siempre la he escuchado en este contexto y con este significado, no me había detenido a pensar que podría malinterpretarse fácilmente.

Un día se la escribí a mi mamá, sin considerar que ella pudiese entenderla diferente a cómo suena en mi cabeza. Cuando hablamos al día siguiente, me preguntó preocupada qué era eso que tenía que contarle que no había podido escribírselo.

¡Ah! No era nada. Eso significa que hoy te respondería lo que me estabas preguntando ayer.

El incidente no pasó a mayores de la boca para fuera, pero adentro… Adentro había sembrado dudas que tardarían semanas en germinar.

 


Creo que si hubiese migrado a un país que hablase otro idioma, no sentiría tan fuerte y constantemente este cuestionamiento lingüístico-existencial que me viene cada vez que escucho una nota de voz que le he enviado a personas que no viven en España o cuando logro pescar frases españolas que se me cuelan entre las conversaciones.

He leído argumentos sobre la pérdida del acento cuando se vive en otro país, que hay factores (como el oído musical) que influyen, y he visto que les pasa a mis amigos que están en otros lugares… Sí, a un nivel racional entiendo de dónde viene y los posibles porqués de que ocurra, pero es muy diferente leer un artículo científico o ver la experiencia de otra persona que vivirlo. Si a eso le añado que soy consciente de que está pasando y que intentar evitarlo es tan inútil como recoger el agua derramada con las manos, la sensación de ahogarme en un mar de palabras se multiplica. Debo confesar que me siento perdida y aterrada en partes iguales.

Temo que navegar en un océano de medias lenguas me llevará a hablar un papiamento conformado por palabras de aquí y allí que no cualquiera podrá comprender. Siempre me he sentido íntimamente ligada al lenguaje, los idiomas y la comunicación… Y el panorama de no poder confiar plenamente en esas habilidades puede ser mi peor pesadilla vuelta realidad.

Cuando decidí emigrar, sabía que estaría en un entorno al cual tendría que adaptarme. El detalle está en que toda adaptación la sopesé como ganancia, pero no calculé los terrenos que perdería y que entre ellos se encontraría la confianza en mi propio idioma natal.

Ese momento donde la duda me asalta a mitad de una frase sobre cómo denominar algún objeto de uso cotidiano; donde tengo que decidir si lo que toda la vida ha sido un pitillo para mí, aquí es popote, pajilla, pajita, sorbete o cañita; si ordeñar aquí también significa lo mismo o si lo que suena como muñir es munyir en catalán o muñir porque aquí se dice así; o si quiero usar una grosería en un sentido u otro… Es ese momento donde la vida se me fragmenta en senderos de palabras y expresiones que no significan lo mismo y que tengo que considerar el contexto cultural de mi interlocutor. Es ahí cuando me siento asaltada por un pirata que no veo venir y que saquea el barco de todo lo que considero mi bagaje cultural.


Photo by: Yasmin Littler ©

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