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manny lopez
Photo by: Rocío Garro ©

Un jardín secreto

Amaneceres, unos más fríos que otros. Prefiero los fríos, no la nieve. En realidad, ver caer la nieve está sobrevalorado, como tantas cosas, pero a mí me sigue gustando. Eso sí, detesto el hielo resbaloso y mugriento que le sigue. Lo que más detesto es el verano. No soporto los veranos neoyorquinos, aunque son breves. El encierro toma otra dimensión en esos meses calurosos.

El encierro puede ser fructífero para uno. Es fructífero. Te obliga a observarte, a señalarte. Tiene el encanto de embullarte a escribir. Y uno escribe sin idea alguna, va dibujando en el papel, dejándose llevar por ese embullo y el encierro. En algún momento uno aparta todo a un lado y sale.

Marguerite Duras comienza su libro, “Escribir” diciendo:

“Se está solo en una casa. Y no fuera, sino dentro. En el jardín hay pájaros, gatos. Pero, también, en una ocasión, una ardilla, un hurón. En un jardín no se está solo. Pero, en una casa, se está tan solo que a veces se está perdido.”

No sé si estoy totalmente de acuerdo con todo esto, Marguerite. En lo que si estoy cien por ciento de acuerdo contigo es en eso de que, no se está solo jamás en un jardín.

Cada cierto tiempo, después de esos auto encierros, voy a mi jardín secreto en el barrio. Converso con su entorno. Me siento en el mismo banco cada vez. Un banco escondido detrás del tronco gigante de un árbol que posiblemente ha sido testigo de cuanto solitario ha aparecido por ahí. Ese tronco me reconoce. ¡Cuántas veces lo he abrazado, como si fuera un amante reencontrado! Al lado, una mesita oxidada con losetas negras y naranjas da la bienvenida e invita a quedarte un tiempo indefinido.

Ahí he llevado un financier de arándano del café preferido del barrio, compartiéndolo con los celajes. Ahí he tomado café helado en días más calientes, y café hirviente en los más fríos. He anotado ideas en mi celular. He fotografiado cientos de veces al mismo árbol, lo áspero de su tronco, la fragilidad que no es visible, al menos que uno se detenga y preste atención. He llevado varios libros conmigo en mi bolsa manchada que me regalaron hace años en una feria de libros, convertida en playground de unos cuatro o cinco. Parezco una viejita cubana buscando el pan.

También he leído en voz alta, “Mordazas” de Magali Alabau para que todo el jardín sepa de la excelencia, del dolor en cada verso. He soñado cubierto de su sombra, aunque algunos rayos de sol se filtraban. La lluvia no se ha quedado rezagada. He permanecido horas sentado bajo la sombrilla negra dejando que todo a mi alrededor se empape. Se ha empapado la bandera americana que se alza sobre una pérgola que a veces hasta lecturas de poesía alberga. Me he empapado a veces, tirando la sombrilla a un lado, pidiéndole a la lluvia que me limpie, que alivie esta cabeza, que no deje que mi vista se nuble por ninguna luz artificial, por ningún arcoíris Made in China.

Oculto entre el verdor, el sonido de insectos y quizás hasta alguna serpiente, así paso horas en este oasis. Por supuesto que la serpiente está hasta en la sopa, como las moscas. Por mucho que uno intente apartarlas, siempre aparece una. Lánguida, poética, su mata de pelo de púa, de luto, con algún pañuelo en el cuello, lista para morderte, aunque te esté sonriendo y diciendo lo guapo que te ves. En fin, que las serpientes tienen su labor en este mundo. Terminan siendo como los peces limpia peceras. Se tragan el excremento y eventualmente hasta pueden comerse su propia cola en un ataque de hambre feroz o cuando le falla la vista. No hablemos de serpientes.

En mi jardín secreto a veces hasta cotorras han revoleteado por encima de mi cabeza. Extraviadas andaban por esta parte norte de la isla. Eran verdes y rojas, algo de comunistas tenían. Tanto comunista tomando champagne en este mundo. Tantos sin pasar horas haciendo colas bajo el sol tropical, guapeando unos miseros gramos de carne. La carne tan deseada y controversial. En cualquier momento les llega su hora. A todos, tarde o temprano nos llega la hora. El dolor ajeno siempre termina pareciéndose al nuestro.

Aquí entre arboles y flores multicolores y un silencio exquisito, salpicado con sonidos de algunas especies que no logro reconocer, aquí soy lo más feliz posible. Me transporto, y a veces, hasta quiero correr en círculos por el jardín. Correr…

Recuerdo entonces a ese rebelde y claro, extremadamente claro, Reinaldo Arenas y su texto, “Las buenas conciencias” que aparece en “El central”:

“…y no es culpa mía si siento deseos de tirar los hábitos y echar a correr; no es culpa mía si siento deseos de empezar a gritar, a aullar; si siento deseos de revolcarme entre las hojas lisas y relucientes. No es culpa mía, es el tiempo, Señor. Y uno debe obedecer a la naturaleza, porque ella es quien crea y ordena las costumbres de acuerdo a las solicitudes del cuerpo y del alma, Señor.”

La naturaleza me aplaca los impulsos, los deseos de huir. El rato que cada cierto tiempo me doy aquí es un incentivo para continuar el viaje. Reflexiono. Algunos van a terapia, esta es la mía. Nunca veo a nadie. Solo los siento, los percibo, expiándome. A veces, hasta del edificio de enfrente veo la silueta que se mueve entre las cortinas. Me expían. Nos espiamos unos a otros.

Después de ese impase en mi día, una brisa inconforme me alerta que es tiempo de regresar a la guarida. Me rebelo y revoleteo en el banco, ese banco que me atrapa y no quiere soltarme. No queda de otra. Debo emprender el viaje de regreso. Es hora. La maldita hora que no es neutral. Te da y te quita. Pero antes, justo antes de salir de ese mágico respiro en esta ciudad ruidosa, siento el roce de unas manos pálidas. Una mujer de porcelana me susurra, me deja un verso al oído, como si fuera la merienda para esa tarde. Intranquilo me doy la vuelta, pero sólo los árboles se contonean. Se ha marchado. Justo en la puerta me detengo y en voz alta digo:

¡Como me gustaría decirles donde está ubicado mi jardín secreto! ¡Como quisiera darles un pedazo!

Pero entonces no tendría nada estrictamente mío. Ya, hasta eso, seria de otros…


(Escrito hace meses, antes que las manipulaciones tomaran el más alto nivel. En busca de un respiro, hoy lo hago público.)


Photo by: Rocío Garro ©

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