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Sergio Inestrosa

Un hombre

Tan irremediablemente solo se sintió aquel hombre, ante la vasta complejidad del universo que soñó en su última noche. Ya antes, durante sus terrenales días, se había percatado de la enorme dificultad que significaba tratar de accesar al conocimiento del que era su Dios, de hacerse oír por él, de poder andar por el camino recto que su creador se negaba a mostrarle, salvo que su empecinado silencio fuera la forma en que su Dios se le revelara. El hombre terminó por asumir que si Dios no le decía nada, iba por el camino correcto y Dios aprobaba su proceder. 

Durante su vida, este mismo hombre se sintió, en repetidas ocasiones, injustificado y en el instante mismo de arribar a su hora fatídica se dio cuenta, con el último aliento que le quedaba que de muy poco le había servido vivir, pues no solo había vivido poco sino que había vivido mal. En su descargo tenemos que admitir que muchos de sus contemporáneos, de habérselo planteado, habrían arribado a la misma conclusión. 

Muchos años han pasado desde que aquel hombre caminó sobre la faz de la tierra y la verdad es, que hoy día, a nadie parece importarle si su vida careció de la energía y del vigor que requieren las grandes empresas; tampoco a nadie le preocupa saber si a aquel hombre le faltó el calor de otro cuerpo en las gélidas noches de invierno que le tocó vivir.

Extremadamente redundante resulta decir que aquel hombre, del que ni siquiera sabemos su nombre, no dejó huella ninguna en la historia de la humanidad, pues nunca emprendió un proyecto que llamara la atención del mundo como tampoco se atrevió jamás a tramar una obra de cualquier tipo que lo justificara ante los hombres del futuro. Aunque cada uno de nosotros sabe, muy bien, que nada de eso lo habría salvado de su propia e irremediable muerte, ni del peso postrero del olvido.

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