Uno de los procesos electorales jamás sentidos en la conciencia democrática, se acaba de llevar a cabo en la doliente República del Perú. Nunca antes, en las más de dos décadas de vida libre, se había presenciado tanta carnalidad, revanchismo y exabruptos político sociales entre dos candidatos. El pasado seis de junio, la supuesta heredera de la corrupción y el presumido socio del terrorismo asolapado, han librado una batalla electoral sin precedentes y que ha desnudado un sufragio de protesta muy entrelazado a este último contendor. A un profesor de escuela primaria y amante del guerreo no verbal que, sin admirable conocimiento estadista, ha captado la admiración de los olvidados. De aquellos que, por desgracia, podrían haber basado su reciente decisión patriótica en el látigo de la migración europea. Y escribo europea, ya que después de la colonización española, las subsiguientes provinieron también del viejo continente, incluyéndose, penosamente, las malas prácticas. Algunos italianos, alemanes, portugueses y demás que se mezclaron con los oriundos peruanos; tienen su pedazo de participación en el reclamo que, a mula o a caballo, ha llevado a la historia a un hombre del campo. Y es que desde hace más de 500 años, la humillación en sus variadas formas viene golpeando a los pueblos originarios del Tahuantinsuyo. La asquerosa huella de Cristóbal Colón, al que se le pintó por años como el innovador navegante, pero que en realidad fue el verdugo de millones de indígenas (confirmado en la biografía de Isabel La Católica), aún se divisa por estos lares sudamericanos. No solo bastó cuestionarles la posesión del alma, sino arrancárselas y pisoteárselas en tierras propias. Esclavitud disfrazada, matrimonios por dotes, saqueos incalculables y desprecio por el color de la piel; hicieron de los colonos las peores bestias para sus anfitriones. Costumbres nefastas que dicen haberse erradicado, mas solo se han trasformado. A la fecha, en muchos hogares del Perú, país que crece económicamente desde hace 20 años, “el patrón” almuerza res y la “empleada del hogar” de herencia provinciana, lentejas. Al día de hoy, en pleno año de la celebración de un bicentenario con aires virreinales, “al joven de la casa” se le permite acosar sexualmente a la “señorita de limpieza”. No nos ceguemos, no tapemos la brutalidad con el popular insulto “indio de mierda”. El discutible voto por Castillo, además de explicarse en una tendencia política de la región, se origina en la protesta contra el clasismo perdedor. Es claro que el constantemente enmudecido resentimiento de mirada baja, hablada entre dientes y manierismos nerviosos; es ahora un grito de dignidad.
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