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Venezuela a la fuga
Venezuela a la fuga

Un diamante en el lodo

Desde que Facebook modificó la estructura de su sistema de algoritmos no hago más que insultarlos y pensar en borrarme de esa red social. Ya venía irritándome esa pandemia de narcisismo virtual que provoca que cualquiera obtenga sus segundos de fama, nos inunde de reflexiones metafísicas berretas y se crea dotado para la literatura breve. Me enteré con interés de la iniciativa de Jim Carrey de hacer campaña contra FB.

A partir de la modificación aludida, la cosa derivó en pesadilla. FB no sólo decide cuáles son mis contactos y cuáles dejan de serlo, sino que me inunda de publicaciones que no me interesan en lo más mínimo, y me invade descaradamente de publicidad de zapatillas, lugares de veraneo o clínicas de belleza.

Los pronósticos más agoreros relativos a las redes sociales y a internet en general se han vuelto una cruda realidad, tal vez mucho antes de lo previsible. Uno se pregunta por el balance entre lo positivo y lo negativo de esa realidad que afecta a la humanidad entera, y si no terminará por convertirse en un infierno digno de los círculos del Dante, con los Zukerbergs del caso acompañándonos en nuestro descenso.

Pero de vez en cuando, en la ciénaga virtual sale a flote un diamante transparente y luminoso. Hoy, 6 de marzo de 2018, recorriendo y borrando ya casi sin revisar la catarata de publicaciones no deseadas, me detuve en una que llevaba por título “Venezuela a la fuga”. Su contenido es un documental de media hora que registra el viaje de una joven mujer venezolana, Naycore Gallango, que emigra de Venezuela rumbo a Lima. Son cinco días con sus noches de viaje en ómnibus, atravesando Colombia y Ecuador.

La cámara se adhiere a Naycore, filma el abrazo de despedida (ella deja a su marido y a dos pequeños hijos), se monta en el bus llevando un bolso y una maleta con ruedas, ocupa su puesto junto a una ventanilla, a través de la cual veremos pasar diferentes paisajes. Por momentos habla con quien la está entrevistando, explica las razones de su decisión de emigrar, la dureza de la situación venezolana, su confianza en que conseguirá trabajo en Perú.

Al cruzar fronteras cambia la empresa de transporte. Las manos de Naycore cuentan billetes, pagan el viaje. En las paradas se sienta a comer en algún restaurante, a veces comparte la mesa con otros viajeros. Por momentos hace frío y la vemos envuelta en ropa de abrigo. Un muchacho empuña una guitarra y canta una canción alusiva a lo que se está viviendo. Naycore confiesa que el traqueteo y las curvas de la carretera la marean. A veces logra dormir.

Naycore es hermosa, segura de sí misma, dueña de un orgullo íntimo y contenido. No espera ni demanda que nos apiademos de su destino. Hay un solo momento en que los ojos se le llenan de lágrimas y parece a punto de quebrarse. Y también hay un solo momento en que, al finalizar una frase, mira a cámara. Y en ese momento nos pone de testigos de su tragedia. Porque Naycore es, a su manera tan particular y definitiva, como un personaje de tragedia griega.

En la toma final del documental veremos a Naycore de espaldas, alejándose de la cámara. Ha llegado a destino, y se va con su bolso a cuestas y arrastrando su maleta. No mirará hacia atrás, se despide agitando su brazo libre. No creo que el director haya montado la escena. Es ella, esencial hasta el fin.

Una frase con fondo negro nos informa que Naycore trabaja en un call center, gana 1500 soles al mes, y está ahorrando para traer a su esposo y sus hijos.

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