El día comienza, según dicen las reglas más comunes, con el primer minuto luego de la medianoche. Hay otras teorías más arriesgadas, como la que afirma que el día empieza solo hasta que el primer beso es dado o recibido (ellos ignoran que hay quienes, aunque amen, no quieres ser besados a toda hora), o quienes dicen que solo hasta después de leer la primera palabra (pobres, según estos, los que no saben leer, porque nunca han empezado su día), y otros, más temerarios que el mismísimo pasado, que dicen que solo vivimos un día durante toda nuestra vida, y que este va desde el día en que vemos por primera vez la luz del sol hasta que la vemos por última vez. Habrá miles de ellas, ya hemos tenido tiempo de sobra para inventarlas y para descubrirlas, pero la mayoría, la otra mayoría, empieza su día hasta que despierta y, como es lógico, lo termina cuando comienza su sueño. Yo soy de esos también, de ahí mis contadas horas de sueño a lo largo de estas décadas de lector. Aunque soy más sensorial que lógico, porque pienso que ser sensorial es lo más lógico.
Y, hablando de días, leo que en algún lugar de la Estepa rusa, ese universo paralelo para quienes somos tropicales desde siempre y hasta creemos que ver el sol a diario es tan normal como respirar, un grupo de personas que duerme poco se encuentra preparándose para pasar el día más largo de todas sus vidas. Se trata de un experimento en el que quien duerma menos será, o se transformará, en quien viva el día más largo de toda su vida y así será reconocido por la prensa internacional. Y esto es, a la larga, para poder desarrollar una especie de tiempo alterno a partir del ADN del ganador. Ganar para convertirse en la cepa de lo futuro. Hasta cabría en un poema, si no fuera parte de una tesis de investigación escrita en ruso. Si todo sale bien, afirmó el director del proyecto tecnológico, o teológico, por qué no, en pocos años cada quien podrá elegir entre diferentes días, partiendo desde el ya clásico de veinticuatro horas hasta el día único, que consiste en despertarse un día cualquiera y decidir no dormir hasta caer fulminado por el final del día, llamado noche, sueño o eternidad.
Yo ya he intentado este último, pero no soy tan constante como para quedarme despierto hasta el día de mi muerte, siempre los ojos se me cierran de tanto leer los libros que todavía no leo.
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