Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Photo by: Marketa ©

Un día en Florencia, y el Síndrome de Stendhal

Henry Beyle (1783-1842) adoptó el pseudónimo de Stendhal. Siendo joven, llegó a Italia como parte del ejército con el que Napoleón invadió este país en 1797. La primera ocasión de su relación de amor y fascinación con la cultura italiana de Stendhal,  autor de dos grandes novelas del siglo XIX: Rojo y negro (1830), con su personaje Julien Sorel, hijo de carpintero, del imaginario pueblo de Verrières que, desde su juventud, desea convertirse en un miembro de alta sociedad, para lo cual dice lo que los otros quieren oír, y hace que lo que de él se espera que haga. Y La cartuja de Parma (1839), que fluye en torno a las andanzas del joven Fabrizio del Dongo en los años postreros del imperio napoleónico en Europa. Novelas admiradas por Tolstoi, Balzac, Gide, o William Somerset Maugham.

Al retirarse del ejército, Stendhal ejerció como funcionario de la administración imperial francesa en Austria y Alemania. Luego de la caída de Napoleón en 1815, se instaló en Milán. Después siguió sus travesías por Europa, y por cuatro años fue vicecónsul de Francia en Civitavecchia, en el Lacio, la región de Roma. Y en 1837 recorrió nuevamente su amada Italia.

En el tiempo de su estadía en Milán, en 1817, publicó su libro de viajes Roma, Nápoles y Florencia (1), bajo la forma del diario de un oficial de caballería prusiano procedente de Berlín. El narrador se convierte en observador de la sociedad italiana, reflexiona sobre sus costumbres, sus pasiones, virtudes y defectos. Pero de aquel libro las líneas que alcanzaron mayor trascendencia fueron las que refieren lo que le despertó a Stendhal la visita a un particular lugar de Florencia, la ciudad en la que la Catedral de Santa María del Fiore embruja al ojo con su belleza rotunda.

Curioso, expectante, Stendhal entró en cierta iglesia florentina consagrada en 1443, y cuya construcción se inició dos siglos antes. Se trata de la iglesia franciscana más grande del mundo, financiada por la República de Florencia. La iglesia es la sepultura de distinguidas familias de las corporaciones de la Florencia de la época de los Medicis; y su convento anexo fue lugar de retiro de papas, como León X; y recibió a personajes célebres de la edad media del tipo de san Buenaventura, o san Antonio de Padua, que tanto luchó contra la usura.

Iglesia de arquitectura gótica, de magníficos frescos, retablos de altar, vitrales y esculturas. Y con las capillas Bardi y Peruzzi. En la capilla Bardi relucen los frescos con imágenes de la vida de san Francisco de Asís, pintados por el Giotto (1267-1337), el gran genio de la pintura del Trecento, origen de la pintura moderna por su recurso a la perspectiva y las figuras humanas en primer plano. Además del Giotto, el templo alberga las obras de Cimabue, Brunelleschi, Donatello, Giorgio Vasari, Lorenzo Ghiberti, Bronzino, Antonio Canova, entre muchos otros. Y aloja también las sepulturas de Dante Alighieri (simbólica en realidad, porque sus verdaderos restos están en Ravena), y las de Nicolás Maquiavelo, Miguel Ángel, Galileo Galilei, Vasari, Lorenzo Ghiberti, Guillermo Marconi…

Dentro de la Iglesia de la Santa Cruz, la iglesia de Santa Croce, ese es el lugar al que nos referimos, Stendhal sintió que se aceleraba su ritmo cardíaco, y que lo invadía una sensación de vértigo y desvanecimiento: 

 “Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”.

En 1979, la psiquiatra italiana Graziella Magherini vinculó la experiencia del escritor francés ante lo visto en Santa Croce con los rasgos de un síndrome: el síndrome de Stendhal. Su primer abordaje es el de una enfermedad psicosomática que la investigadora detectó en numerosos visitantes y turistas en la ciudad de Dante y Leonardo. Pero el verdadero significado cultural del síndrome de Stendhal en la iglesia florentina de Santa Croce, es el goce romántico ante la belleza acumulada.    

Y el impacto emocional ante lo bello cercano y sobreabundante quizá más se aviva si quien lo experimenta es especialmente atento al aspecto no luminoso de la existencia. Porque como lo propone el gran cineasta ruso Andrei Tarkovsky (1932-1986), en su ensayo Esculpir en el tiempo, la experiencia de la belleza reclama también el recuerdo del horror. Quien primero asume y atraviesa lo horroroso, luego experimenta aún más vivamente el poder de la belleza. 

En el tiempo de Stendhal el horror estallaba no solo en la violencia de las guerras napoleónicas, sino también en la explotación del trabajo durante la Revolución Industrial, y la conservación en muchos lugares de la esclavitud, la servidumbre, las terribles desigualdades.

Seguramente, luego de considerar todos los modos del horror, en un sujeto sensible más aumenta sus latidos cardíacos, más se desvanece ante la evidencia de la belleza en un templo. La gran contradicción entre el horror que se reproduce en la historia y, por otro lado, la belleza creada por la mano humana frente a la que es difícil sostenerse en pie.

(1) Henri Beyle Stendhal, Roma, Nápoles y Florencia, Pre-Textos, 1998.


(1) Henri Beyle Stendhal, Roma, Nápoles y Florencia, Pre-Textos, 1998.

Photo by: Marketa ©

Hey you,
¿nos brindas un café?