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daniel campos
Photo by: Tony Alter ©

Un cardenal en el sendero

A media tarde primaveral de un abril añorado salí a caminar al Parque Prospect. Bajé de Bartel Pritchard Square al lago. Ciclistas y corredores se ejercitaban en la pista; familias hacían picnics en las áreas verdes; chiquitos y chiquitas corrían, jugaban futbol o se mecían como monos en el pasamanos del área de juegos y en las ramas bajas de los árboles. Hasta los patos y gansos se unían con sus graznidos a la algarabía.

Observé la escena desde la orilla del lago. A mi lado dos mujeres colombianas conversaban sobre sus lances amorosos y cuidaban a la parejita de chiquillos de una de ellas. Más allá tres señoras con atuendos coloridos de Sudán o Somalia estaban sentadas en círculo sobre el zacate conversando mientras sostenían en brazos a sus bebés y sus otros chacalines corrían por ahí.

Me agradó ver a tanta gente feliz. Sin embargo, quería silencio. Miré a la colina con su bosque primario y me encaminé a los senderos. Sabía que en ellos casi nunca hay nadie. Busqué el ingreso a mi sendero favorito y cuando me adentraba en éste, vi un destello bermellón dando brinquitos colina arriba. Me detuve y agucé la vista. Era un cardenal.

Cuando emigré a la Yunai, hace tantos años, la llegada de los cardenales en la primavera sureña de Arkansas me alegraba. Al volar entre los árboles y posarse en sus ramas, adornaban con tonos de pasión el verde esperanza de los retoños. Acá en tierras norteñas yanquis hay menos cardenales, pero aparecen.

En mis recuerdos los cardenales que jugueteaban en los arbustos y robles de Arkansas eran de plumaje rojo ardiente. El pájaro que me dio la bienvenida al sendero en Prospect Park era bermellón, del mismo tono que el torii (鳥居), la gran puerta en la laguna del Jardín Japonés en Brooklyn. ¿Sería mi amigo alado un mensajero de Inari-sama, deidad sintoísta de la cosecha, cuyo altar en el jardín había visitado pocos días antes?

Continué mi caminata por el sendero mientras ponderaba esa posibilidad. Aquella tarde de abril en el parque coseché algarabía humana junto al lago y luego, en el bosque, el canto de pájaros, paisajes de destellos verdes, dorados y azules, un aroma a suelo húmedo y el calorcito del sol en la piel al caminar.


Photo by: Tony Alter ©

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