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Photo by: Tiomax80 ©

Un bookstore diferente

Creo que Barnes & Noble de Union Square es uno de esos extraños Bookstores que se deben visitar en Manhattan. No por su estructura de viejos anaqueles alineados o sus cuatro pisos de amplios pasillos alfombrados, lo digo simplemente por el tipo de clientes que lo frecuentan. Strand, ubicada al otro extremo, cruzando Union Square, también es un lugar interesante, pero por razones diferentes. Sus pasillos parecen estrechos callejones, a veces rotondas, lujosas avenidas o pasajes rodeados de libros y aromas que me encantan. Sus clientes son principalmente educados lectores, turistas, o simplemente curiosos que llegan a conocer esos bullados “29 kilómetros de libros” del bookstore independiente. Mi abuela Isabel, una anciana que falleció a los cien años, me decía: no es bueno comparar, pero a veces si lo es para tratar de entender los estímulos que me mueven en esta ciudad, en especial, esa extraña inclinación que me lleva a leer en el Barnes & Noble.

Antes de hablar de mi experiencia lectora en Manhattan, quisiera contarles como es leer en Santiago de Chile, y así comprendan mi errático comportamiento:

VENDEDORES EN CHILE. El sistema capitalista chileno (y digo chileno ya que por sus características crueles y demenciales es único en el mundo) indica que cuando un cliente comienza a mirar entre los anaqueles, debe llegar prontamente un vendedor a molestarte para que lo compres. Es algo muy sutil: ¿le puedo ayudar en algo?, No, gracias. ¿Que libro está buscando? No lo sé. Le puedo recomendar este libro está en oferta, mire, en realidad solo estoy mirando. Y es lo peor que le puedes decir, porque “solo mirar”, significa para el vendedor que vas a desordenar la mercadería sin comprar absolutamente nada. Ahora, si decides sacar un libro y leerlo con mayor detalle, el vendedor vuelve al ataque con preguntas o comentarios favorables del escritor o del libro, la crítica, siguiendo el guión de un estudiado flujograma de ventas.

ESTRUCTURAS EN CHILE. Los bookstores de mi país no están diseñados para que leas en el lugar, ¡ojalá no leas!, solo dejes tu dinero y te marches. La costumbre es leer las primeras páginas, parado en una posición de paso, como un drive thru, hacerte una opinión rápida del libro, ir a la caja y pagar. No hay lugares donde sentarse, cómodos sofás o pasillos amplios. Jamás verás a alguien sentado en el suelo revisando tranquilamente las páginas de algún libro.

Ahora que se han hecho una idea de lo que es entrar a un Bookstore de Chile, sigamos con mi experiencia en New York:

INICIOS EN NEW YORK. La primera vez saqué un libro, lo revisé muy rápido y siempre atento a la presencia del vendedor de Barnes & Nobel que se paseaba de un lado a otro observándome, dispuesto a decirme algo en cualquier momento. Miré y lo dejé en el mismo lugar. Luego caminé entre sus pasillos, como si lo hiciera dentro de un gran centro comercial, leyendo los títulos en inglés, mirando sus tapas, diseños y a los clientes que me resultaron muy diferentes. Creo que a la semana siguiente volví a Union Square. Entré con la curiosidad de observar esos relajados clientes que, tendidos en los pasillos, en los rincones junto a los calefactores, homeless en posiciones extravagantemente relajadas, cargan sus teléfonos móviles, computadores, leen libros, y sacan otro y luego otro libro o revistas que dejan en el suelo, y pensé ¡que descarados! En el tercer piso del Barnes & Noble hay un Starbucks cuyas mesas siempre están llenas de lectores, estudiantes, conversadores compulsivos, y claro, uno que otro homeless que duerme entre libros de Homero, Bernie Sanders, Yuval Noah Harari, Michael Moore, o cocina vegetariana, haciendo sólidas torres de títulos para afirmar su cabeza con mayor comodidad mientras mira por la ventana hacia la plaza. Entonces comprendí que yo era el desubicado, que debía cambiar mi actitud tan estresada de estar en un bookstore, y comencé a imitarlos. Al principio de forma muy torpe, fue como aprender a caminar nuevamente, tuve que acostumbrar los músculos, mis movimientos entre los estantes, rediseñar la dinámica de mi cuerpo a mi nueva experiencia. Lo intenté. Primero fue con un libro de cuentos de Junot Díaz, en la sección de español del cuarto piso, mientras el vendedor me observaba cada vez que daba vuelta una nueva página. A mi no me engaña, sé que quiere venderme alguno de los libro que he sacado de la repisa. Entonces pasan unos quince minutos y me siento incómodo, estoy en una posición insegura, intermedia, “ni fu ni fa”, entre sentado y parado, entre leyendo y pensando que viene el vendedor a exigirme que le compre el libro que estoy leyendo. Se me acalambran las piernas. Miro a mi alrededor y disimuladamente las estiro cuando el vendedor me da la espalda camino a su puesto junto a la caja para revisar algo en la pantalla de su computador. Que relajo. Se siente mucho mejor mientras el cosquilleo se aleja. Retomé la lectura más relajado, y hubo un cambio, la lectura se hizo más atractiva en el bookstore, y leí casi la mitad del libro “Negocios” de Junot Díaz. Otro día volví para leer. Esta vez me recosté de espaldas, junto a los libros “Mis documentos” y “Tema Libre” de Alejandro Zambra, los leí con la paz de quien lee en la intimidad de su propia cama. Y todo sin pagar un solo peso. Los días previos a navidad, las tardes de lecturas se me pasaban volando y me sentía como en el bufete de un restaurante devorando uno y otro libro, quedándome hasta las once de la noche, cuando por los altoparlantes avisaban el cierre de las cajas. Una de esas noches, cargando aún algo de culpa (siempre la religiosa culpa), decidí comprar un libro. Fue la novela de Junot Diaz, una con diversas condecoraciones, galardones de críticos literarios, además de un premio Pulitzer. Me voy a la segura, pensé mientras sacaba los quince dólares del bolsillo. Pero fue la peor compra. Malditos críticos, fue el peor dinero invertido.

LOCOS EN SQUARE. Lo que más me gusta del Barnes & Noble de Union Square, es justamente esos locos y homeless que lo frecuentan. Muchos. Una teoría es que salen de algunos de los psiquiátricos que están cerca de Union Square. Siempre hay tipos mirando libros mientras hablan solos, otros secan sus ropas en los grandes calefactores de los muros. Otros caminan por los pasillos arrastrando carros llenos de ropa sucia, cajas de cartón o comida descompuesta. Otros se sientan en la cafetería y hablan solos, se ríen y así pueden pasar horas y horas, mas aún cuando ha oscurecido y si hace frío. Una vez miré a una homeless a los ojos y me respondió con una mirada de temer. Entonces recordé el consejo del “pepe grillorker” Esteban Vergara: nunca los mires a los ojos, ni mucho menos respondas a sus agresiones, andan buscando pelea y no sabes lo que puede pasar, pero por la forma o la expresión de su rostro cuando me da sus consejos, no sé si creerle o no, no sé si me está molestando, porque las bromas siempre están a flor de piel en él. Entonces, mejor me paré y me fui a leer entre la intimidad de los pasillos. Una noche, un joven muy delgado y de barba rojiza, comenzó a gritarle al vendedor, ese mismo que siempre me sigue cuando leo. Yo estaba a unos quince metros, pero veía como la saliva saltaba cada vez que abría la boca en extrañas contorsiones con gritos intimidantes, pero lo más impresionante era la actitud pasiva del vendedor que seguía en sus asuntos frente al computador como si nada sucediera frente suyo. Luego, el joven se devolvió a los anaqueles dejando su carrito de desperdicios junto al vendedor, y pensé lo peor, que iba a buscar algo para agredirlo, porque estaba fuera de sus casillas, porque sus pasos eran apresurados y largos, y desapareció entre los anaqueles donde estuvo algunos minutos y luego regresó en silencio. Pero su actitud era completamente diferente. Caminaba cabizbajo, como cansado. Se paró nuevamente frente al vendedor que seguía en sus asuntos frente a la pantalla, quizás realizando el registro de todos los libros que yo he leído sin pagar para cobrármelos algún día, y el joven de barba rojiza le pidió disculpas con una voz tan lastimosa que sentí lástima por él. ¡Sorry!, ¡so sorry! repetía una y otra vez mientras su voz se quebraba hasta el punto que pensé que iba a llorar.

El vendedor lo miró y le dijo algo que lo tranquilizó inmediatamente, lo supe por la mirada del joven que luego de decirle “thanks” se fue arrastrando su carrito hacia las escaleras mecánicas desde donde desapareció lentamente, todo mientras el vendedor lo seguía con una extraña mirada compasiva.

Desde ese día pienso que el vendedor puede ser una buena persona, y ya no me preocupo tanto cuando pasa por mi lado, cuando tendido en el suelo, sigo con mis lecturas gratuitas, cuando bebo el café de mi mug como si disfrutara un pic-nic en un bosque de libros y mis hojas desordenadas con apuntes para esta crónica y otras. Es un placer increíble y recuerdo mis visitas a los bookstores de Chile y pienso ¿quién es el loco? El vendedor ya ha desaparecido casi completamente de mi mente y la tensión no existe, aunque debo reconocer que, de vez en cuando, vuelvo a estar pendiente de él, porque pienso que en un momento de descuido, me va a cobrar todo lo que he leído, porque en New York todo es “business is business”.


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