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las vegas 35mm
Photo by: A. Breaux ©

Un aeropuerto donde perder los últimos dólares

1

No hay nada más extraño para un turista —si la palabra «extraño» tiene sentido en esta ciudad—, que ver cientos de slot machines apenas llegas al aeropuerto de Las Vegas. Es excitante salir de la manga y comenzar esa marcha hacia el sector de maletas que en cualquier otro aeropuerto resulta extenuante, pero que en este, acompañada del ruido de estridentes bocinas, campanitas o silbidos de centenares de maquinas, junto a los rumores de jugadores que las miran con cierto delirio, piedad o locura, es en extremo diferente. “Lúdica”, es la primera palabra que se me viene a la mente. Sin darme cuenta, poco a poco, el ritmo de mi marcha se desacelera y mi corazón se altera como si sintiera un llamado de la selva, un llamado que llega desde lo más travieso de mi alma. Un llamado del mismísimo Cthulhu. Me siento como en la previa del “carrete” o camino a una cita a ciegas. El ritmo de este lugar es único y rápidamente aparecen en mi mente esas aventuras gonzo que leí de Hunter S. Thompson, y siento una especie de escalofrío cuando al final de un pasillo veo una copia del popular letrero: “WELCOME TO Fabulous LAS VEGAS Nevada” y sí, siento coros celestiales que acompañan la recta final del aeropuerto, porque después de casi veinte horas de vuelo, ¡estoy al fin en la ciudad del pecado!

¡A la mierda todo!

Este aeropuerto es un prometedor reflejo de lo que me espera. La promesa de una amante prohibida. Son más de mil trescientas emperifolladas embaucadoras profesionales instaladas en todo el aeropuerto Mc Carran. Están cerca de las puertas de embarque, a un costado de los pasillos, de las tiendas de souvenir, en la barras de los bares y siempre esa imagen trasnochada de batalla hombre-maquina donde casi siempre el vencedor es la máquina, y me causa risa la estúpida idea de pensar que la versión criolla sería instalar en el aeropuerto de Santiago, cientos de estafadores arrodillados por todos los pasillos y salas de embarque haciendo el famoso juego: “pepito paga doble”. Lentamente la curiosidad hace olvidar el cansancio del pesado viaje de casi veintitrés horas: Santiago-Lima-Atlanta-Los Ángeles-Las Vegas; es el costo de cambiar el pasaje a última hora. Ya no siento esa tensión cuando pienso en buscar el monorail para llegar al sector de maletas que está al otro extremo del aeropuerto. Mi rostro lo siento suave y flexible al hablar, mi entonación se hace más festiva y resuelta. Todo lo que me rodea en este espacio provisorio es fantástico, como si estuviera en un parque de diversiones junto a cientos de personas disfrazadas para un carnaval de primavera. Con una pequeña diferencia; el ambiente de Las Vegas transforma a esas máquinas en compañeras sensuales y provocadoras. Llego al baggage claim, y me encuentro con unas viejas tragamonedas Penny rescatadas, quizás, de Las Vegas histórica en la avenida Fremont, cuya estridencia se confunde con el de las maletas que se golpean contra el suelo y los carros de equipaje. Es una locura, esta ciudad trata de agarrarte del pescuezo desde la entrada y no te suelta hasta que estás a salvo con el cinturón bien amarrado en la cabina del avión, escapando con los últimos dólares en el bolsillo.

 

2

Solo bastó que nos detuviéramos unos minutos para que apareciera un guardia del casino.

– Excuseme, you cant stand right here— lo dijo mirando a mi pequeña hija que llevaba en su coche y que me miraba con cara de “yo no he hecho nada papá”.
– Why? – le pregunto en mi tosco inglés.
– You can enter with the child but not to stand in front of the machines

El asunto es que aquella tarde caminaba junto a mi hijita, Laura, por el sector de máquinas del Casino New York New York cuando de pronto un jugador comenzó a gritar y a mirar desesperado hacia todos lados, mientras la máquina sonaba como si estuviera en su punto exacto de ebullición de miles de monedas. Nos detuvimos unos minutos a observar esa magnífica escena de triunfo cuando apareció el guardia y me explicó que sí se puede entrar con menores al casino, pero solo circular. Su acento no era de un gringo así que le pregunté derechamente:

– Are you Mexican?
– No, I dont, I’m from El Salvador.
– ¡Ah! Entonces hablemos español…, le dije en un tono que no le pareció muy gracioso.

Aprovechando el tumulto que se había juntado y que era Latinoamericano, aproveché a conversar y entre eso le dije que estaba impresionado por la gran cantidad de máquinas que hay en el aeropuerto Mc Carran. “Sí, hay muchas, pero tienen mala fama”, me respondió siempre con una mirada indiferente de guardia de seguridad y atento a todo lo que sucedía a su alrededor.

– ¿Y por qué? -le pregunto-
– Porque pagan menos. Al no tener competidores tienen el monopolio.
– ¡Obvio!, respondo mientras le dejo el dólar de propina a la camarera por el vaso de bourbon.

Entonces le cuento que en una de las terminales del aeropuerto vi pegado un certificado de la ganadora de US$3.000, y que estaba timbrado por alguna autoridad, y por lo tanto debía ser real, y más aún, el certificado estaba acompañado con una foto de la ganadora —típica norteamericana con aspecto de no haber ganado nada en su vida— con eso no me quedó duda alguna de la veracidad de la noticia. El guardia Salvadoreño, que tenía el físico de Dwayne Johnson, me escuchaba sin siquiera mirarme, y luego con un tono fastidiado me dijo, “camine, no puede estar parado aquí”. Ya de vuelta en Chile, un años más tarde, supe de una señora que esperaba su vuelo desde Las Vegas hacia Los Ángeles y ganó US$1,6 millones apostando únicamente US$5. Pero aún así, todas las personas que he conocido durante mi estadía en la ciudad del pecado, me han dicho lo mismo: las máquinas del aeropuerto pagan menos. El Salvadoreño tenía razón. Pero la tentación es muy grande. Están ahí mismo, ¿Qué otra cosa hacer mientras se espera el vuelo de regreso? Es la última oportunidad de recuperar algo del dinero perdido, es la última oportunidad de sentir esa energía caótica y a veces decadente de Las Vegas, el cerebro es un incansable buscador de placer, y el juego, el vicio, el alcohol gratis. La incertidumbre disfrazada de jolgorio y todo lo que lo rodea, es justamente lo que busca el ser humano, de otra forma no llegarían millones de personas a este desértico lugar.

 

3

Después de vivir cinco meses en Las Vegas regresamos a Chile. Al ver por última vez esas máquinas del aeropuerto Mc Carran, pensé en jugar los últimos dólares; pero, ¿por qué me sorprenden tanto? ¿por qué me causan sentimientos de culpa el pensar usarlas? ¿Exceso de religión en la escuela? ¿Acaso la vida misma no se compone de recurrentes casualidades? Los Romanos y Griegos adoraban a la diosa Fortuna o Tyche. Tal vez sea el oscuro mundo que rodea a esta vida de juegos el que causa ese cierto resquemor. Pero estas máquinas del aeropuerto de Las Vegas, tan bellas, luminosas, “vestidas para la ocasión”, son seductoras y no son más que una representación tácita, palpable, visible, de todo eso que la religión no comprende, porque, después de todo, la vida misma es tan frágil como todo lo que sucede en esta ciudad, un completo azar de claro oscuro vivir.


Photo by: A. Breaux ©

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