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paola maita
Photo by: (vincent desjardins) ©

Un acto de fe

A pesar de que el diccionario abarque otros ámbitos, para mí la palabra fe siempre ha estado ligada a lo divino, específicamente a todo aquello que es católico. Fe me suena a misa, rosarios, vírgenes, santos, sacerdotes… Me suena una institución y deidad en la que dejé de creer hace muchos años.

Le fui cogiendo tanta aversión a la palabra, que intentaba evitarla en frases serias, en momentos de conversaciones profundas. Cuando quería decir que creía en algo a pesar de no tener pruebas de ello, me decantaba por decir simplemente creo, en vez de decir tengo fe.

Poco a poco, la fui exiliando de mi vocabulario, haciéndola más extraña y desconocida para mí. Cuando declaras que no tienes fe en algo, surgen muchísimas preguntas, especialmente destinadas al por qué de tu ausencia de fe. Hay que tener fe, me recitaban familiares y amigos de cerca, como si fuese un mandato tan importante como tienes que respirar. Curiosamente, cuando declaras que tienes alguna creencia en algo superior, nadie te cuestiona, ni te pregunta ¿Cómo es posible que creas en algo?

Asumimos como algo inherente a la especie humana el tener creencias irracionales en entes que son más grandes que nosotros y la vida misma. Usamos ejemplos de grandes científicos que practican alguna religión para justificar nuestra propia necesidad. Si Einstein creía en Dios, yo también puedo.

Nos agarramos a un clavo ardiendo, como dicen aquí en España, a cualquier cosa que nos guíe de alguna manera para no sentir el peso de la incertidumbre que significa estar vivo.


He subido una montaña cerca de mi casa por un sendero que se llama El camí dels monjos. Es un sendero que conecta dos monasterios, uno en un valle y otro en la cima de una montaña. Hoy, al camino se le notan las señales de los millones de pasos que han soportado durante cientos de años. Hay partes que están hundidas en el camino, piedras lisas por la erosión de las pisadas, árboles cuyos troncos han sido pulidos por la grasa de las manos de millones de personas… El camí tiene sus años y se nota.

Cuando una persona sube el camino en pleno 2021, sabe por dónde ir. Todo está señalizado, además de que se puede seguir fácilmente a los grupos de personas que van de subida o de bajada.

Imagino que las primeras personas que lo subían hace mil años, lo hacían como un acto de fe y no como un paseo de domingo. Llegar arriba no se trataba de una meta deportiva o de querer hacer un picnic en un lugar bonito. Por el contrario, para mí, una millennial del 2021, no es un asunto de fe. ¿Será que algo se me ha perdido en el camino?

Entro a la ermita con una curiosidad científica y el asombro de entender que ese lugar ha estado allí por mil años. Lo que ahora es un bar para senderistas amateurs y profesionales, en su momento era un lugar para una fraternidad religiosa.

No pretendo entender los motivos de aquellos hombres con los que puedo tener entre poco y nada en común. Tiene sentido que sus razones sean completamente diferentes a las mías. Sin embargo, no puedo evitar sentir curiosidad en ese sentimiento de fe que ellos podrían haber tenido en sus días y el que yo he intentado execrar de mi vida.


Por momentos, he querido sentirme inmune a la fe, a eso que te hace saltar al vacío sin saber qué hay al fondo… Sin embargo, pensando en aquellos monjes milenarios que recorrían caminos esperando llegar a algún sitio, a no perecer en el intento; me he dado cuenta que no soy tan inmune a la fe como quería pensar.

Emigrar es uno de los actos de fe más monumentales que he hecho en los últimos años. No fue creer en una deidad, ni en un objeto, ni en un plan (porque no tenía uno claro), o una doctrina… Fue lanzarme al vacío. Mejor dicho, fue lanzarme al mar. En ese mar, vi como algunos de mis amigos nadaban sin mayores dificultades, y a otros que se ahogaban a la par que yo. En aquel momento, no era capaz de hacer mucho por los que me rodeaban porque poco podía hacer por mí misma. Y sin embargo, mientras escribo esto, siento que, de alguna manera, he salido viva de esa primera etapa que significa llegar a un lugar nuevo.

El impulso de irme a un país en el que solo había estado una vez por 15 días, con la esperanza de que todo saliese bien, pero sin saber exactamente qué era lo que me deparaba la vida que tendría aquí, fue un acto de fe. Aunque siga sin encantarme la palabra.


Photo by: (vincent desjardins) ©

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