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Begoña Quesada
Photo by: lukeefe.©

¿Tú bicicletas?

A medida que el confinamiento me ha apretado el alma, he valorado más las alas de mi bici. Huir, escapar, volar, planear, controlar, decidir, mover, avanzar, girar, adelantar, contemplar, explorar. Para mí bicicleta es un verbo.

Alcanzas el alto, dejas de pedalear, la bici sesea cuesta abajo, el aire te da en la cara, te revuelve el pelo, te bandea la camiseta y ya estás en otro sitio. No hay mejor frontera que la del pedal.

La bicicleta no es solo máquina para viajar en el espacio, también en el tiempo. Los días en bici tienen más  horas y el adulto experimenta un impulso hacia su infancia directamente proporcional al estrés y edad del individuo. Bruce Springsteen, en su reciente conversación con Barak Obama Renegades, se describe: «Yo era un crío con una bici». Para mi generación dices bici y suena niñez, amigos, lejos, verano (sobre todo azul).

Begoña Quesada
Photo by: Begoña Quesada

En Alemania hay fundamentalmente dos iglesias, la protestante y la católica, pero un solo dios: la rueda. Coches y bicis. Invierten miles de euros en sus bicis, los aparcamientos a menudo disponen de varios pisos, se poseen varias (la de hacer kilómetros y la normal, para ir al metro o al supermercado) y se considera un invento alemán. El barón Karl von Drais fue, dice la historia, el primero que se propulsó hacia adelante sobre dos ruedas un frío día de primavera de 1817. Le molestaba la trabajosa compensación del cuerpo, izquierda, derecha, al andar, y pensó que así nos impulsaríamos de forma más dinámica. Dos británicos añadieron pedales (MacMillan) y ruedas de caucho (Dunlop)  al velocípedo alemán.

El verano pasado, ya en pandemia, fuimos al lago Starnberg a probar mi nueva bici. Un día dorado y turquesa, los besos del agua contra la orilla y el suave zumbido de la mecánica en la que uno es a la vez impulso y gravedad,  pasajero y motor. Descubrir. Huir. Desconectar.

Tuvimos que volver a la realidad al tomar el tren de vuelta a Múnich: tres convoyes pasaron con el coche de bicis lleno. Podías ver en el rostro de sus dueños el trueno brillante de la libertad, como la marca sobre la frente de Harry Potter. 

La bici es la huida palpable. Te vas y desde el primer segundo lo notas en la raíz de tu cabello y en el poro más íntimo de tus huesos. Tus deseos son órdenes: acelerar, frenar, girar. Mudas de piel sin perder la propia. Es, tomando una expresión prestada del antropólogo francés Marc Augé, el no-lugar en el que puedes ser tu no-mismo.

Quizás esta adoración es deformación profesional. La bicicleta es el vehículo de los novelistas y los poetas, dijo el periodista y escritor Christopher Moley. Entre muchos otros, le han dedicado versos Pablo Neruda, Alberto Cortez y Rafael Alberti, en mi opinión, los más bonitos. Para él la bicicleta era su morada, modesto símbolo de riqueza, y a la suya la bautizó Gabriel Arcángel, porque sus dos blancas alas lo llevaban.

La pandemia ha sacado a muchos de trenes y autobuses y los ha colocado detrás de un volante, pero sobre todo detrás del manillar. Ciudades como Budapest, Londres, Milán, Nueva York, París o Atenas han extendido su red de carriles bici y muchos visitamos tiendas donde durante semanas colgaba solo la bici pesada o color vómito que nadie quería comprar. Los fabricantes no daban abasto, todos queríamos una. En España se dispararon las ventas un veinte por ciento hasta los 1,2 millones. Se calcula que  hay más de mil millones de bicicletas en el mundo.

Me gusta imaginármelas a todas pedaleando a la vez como bandadas de estorninos. Una libertad carbónica que no nos podrán arrebatar porque si hay algo que no olvidas es andar en bicicleta.


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