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Arturo Serna
Photo Credits: Peter Toporowski ©

Tristeza

He pasado horas, días, hundido en el pozo ciego de la tristeza. Nada me sacaba de esa negrura hipnótica. Había una especie de encanto extraño en las profundidades del abismo.

La tristeza está más allá de la razón y, sospecho, tiene inconmensurable “realidad” en el cuerpo. Los seguidores de Baruch Spinoza aluden al cuerpo pensando en la alegría o en los insondables espejos de lo vital. Yo asocio la misteriosa o desconocida potencia del cuerpo a la tristeza: nadie sabe lo que puede un cuerpo hundido en la tristeza como tedio vital, como fisiología de la vida. Cuando me quedaba en ella como un poeta no parecía un accidente sino la música de fondo de la existencia. Ingenuo, extrañamente victorioso, Cioran dice: “la filosofía sirve de antídoto contra la tristeza”. El pesimista rumano se convierte en un insospechado optimista. Le otorga a la filosofía la facultad de antídoto y considera que es posible luchar contra la tristeza. En contra de Cioran, creo que cuando la tristeza se instala nada puede contra ella.


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