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daniel campos caminante
Photo Credits: Shemsu.Hor ©

Tres Caminantes haciendo camino

Según Henry Thoreau, los Caminantes forman una orden que está por fuera del Estado, la Nación y la Iglesia. Se refiere a las personas que emprenden su propio camino, tanto en los bosques, las montañas y los campos como en su vida. Se aventuran sin tener un destino previo y una ruta trazada. Permiten que su instinto les guíe. No ambulan por carreteras ni senderos demarcados, no se rigen por la ley ni por las costumbres, sino por sus propios principios. Algunas veces caminan solos, otras veces acompañados. Forman una tribu anarquista del espíritu. Siempre caminan en libertad.

Por ello el caso de Alfredo me parecía interesante. Un hombre maduro, de físico robusto, aspecto serio y voz profunda, podía dar la impresión de ser un juez penal aun antes de revelar que esa era justamente su función en el Poder Judicial de la República de Costa Rica. Y sin embargo su mirada dulce y su conversación afable revelaban un corazón sensible. Curiosamente además, el Señor Juez no se apegaba demasiado a las reglas. Apenas íbamos ingresando en grupo a la Reserva Natural Cabo Blanco cuando, como buen Caminante, se desvió espontáneamente de la ruta trazada hacia la Estación San Miguel para salir a la primera playa. Quería pisar la arena y ver el mar. Dos o tres nos desviamos también. Pero nuestro grupo llevaba una agenda ajustada de actividades por realizar en la reserva. A Fabi y Diego, sobre quienes recayó la responsabilidad de hacer cumplir el programa, les tocó perseguirnos corriendo para que continuáramos por la ruta a la estación. Yo apenas había atisbado el mar desde la orilla del bosque e iba de vuelta a la ruta cuando me topé a Diego. Pero Alfredo ya iba por media playa.

Finalmente llegamos todos a la estación y nos instalamos en los albergues. Cuando estábamos sentados en círculo para hacer el brindis de bienvenida, Alfredo no aparecía. Alguien dijo que se había ido a caminar, aunque había una regla para que nadie se alejara solo nunca, por el riesgo que conlleva hacerlo en una reserva natural. A la pobre de Fabi, quien para nuestra suerte encaró su función de coordinadora con seriedad, casi le da un ataque. Al rato apareció Alfredo, algo sudoroso y muy tranquilo, incluso sorprendido de que lo estuviéramos esperando. Se iba revelando su veta de Caminante. Poco a poco percibiríamos que, en medio de sus responsabilidades como juez y padre cuidadoso, resguardaba un espacio para la espontaneidad y la libertad en el vivir.

Esteban me parecía otro caso interesante. De porte atlético y actitud jovial, se mantenía siempre sonriente en las actividades grupales, pero no hablaba mucho. Prefería escuchar con atención. Sin embargo, durante los recesos, comidas y caminatas, buscaba a alguna persona para conversar de forma más directa e íntima. Conversando a dúo fui congeniando con él. Me impresionó su interés genuino en las personas. A mí me hizo muchas preguntas sobre mi vida, mi trabajo y mis pasiones. Me sondeó con interés. Compartió experiencias pero no buscó hablar de sí mismo. Fue mucho después por ejemplo, cuando ya había pasado el viaje a Cabo Blanco, que contó de paso que es empresario. Como Caminante perceptivo, le gusta explorar la vida de las personas con las que se cruza. Eso sí, al conversar descubrí a un viajero ávido, apasionado por conocer Costa Rica y el mundo. Comparamos notas sobre algunos destinos ya explorados por cada uno y otros por conocer.

A veces, cuando caminábamos en grupo por la playa, me gustaba observarlo andar al lado de Isabel. Dejaban huellas juntos y me hacían recordar los versos de Antonio Machado:

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.

Isabel es su compañera y van haciendo camino juntos. Se les ve felices y unidos pero Isabel, claro, tiene su propio estilo de caminar. Reservada, introvertida incluso, es graciosa al entrar en confianza. Durante un almuerzo me hizo reír mucho pues me contó que a Esteban le gustan las comedias populares que abundan en los teatros de San José, con títulos tales como “Dos arriba y una abajo”. Ese género teatral está lejos del arte que ella aprecia, pero cada cierto tiempo lo consiente y lo acompaña.

Por donde ambula, Isabel deja una sensación de paz. Su práctica de yoga, por ejemplo, es expresión de su vida interior. En una de las actividades grupales, nos enseñó varios ejercicios de respiración. Desde entonces los he hecho a menudo para acallar el pensamiento y equilibrar el ánimo, sobre todo antes de dormir. Siempre se lo agradezco en el corazón. Imagino que en los lugares por donde transita deja, de la misma forma, huellas que no son verbales sino afectivas y espirituales. Es decir, deja huellas profundas y valiosas: el legado de una Caminante libre y serena a los peregrinos que conoce por el camino.


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