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Fabian Soberon

Toledo

Antes de salir de casa, veo los escudos y las espadas de Toledo. Bruno no los mira. Subimos al auto y en la librería pedimos un licuado de durazno y una coca cola. Catalina no bebe nada. Bruno, en cambio, empieza con el licuado. La empleada de la librería me ha pedido que saquemos un libro y que nos vayamos al bar. El techo del sector infantil ha sido castigado por la lluvia y hay riesgo de que se desmorone.

Bruno me pregunta por la situación del techo. Le explico. Rápidamente, se cansa de mis palabras. Le hago una broma y le pregunto si quiere un café. Se ríe. Ya sabés que no tomo, me responde airado.

Sin prolegómenos inútiles, metafísicos, Bruno me dice que el café siempre es batido. Lo contradigo. Me explica el funcionamiento de una batidora. Catalina se une a Bruno y me dice que el café siempre es batido. En unos minutos, la conversación se abre hacia zonas inesperadas.

En un estante, veo un libro sobre la antigua ciudad de Toledo. Lo hojeo. Tengo conmigo las callecitas del ayer.

En una placita solitaria, Bruno y Catalina pelean con sus espadas de madera y escudos medievales. El sol luce lento en el horizonte de balaustradas marrones y balcones estrechos. Un auto, extemporáneo, hace fuerza para subir la nítida calle de piedra, empinada. El árido monte lejano es una presencia imbatible y hermosa. Frente al crepúsculo, las cientos de casas bajas y las calles angostas trafican sombras y luces que titilan como fuegos mínimos y sentenciosos. Un suave y helado viento atraviesa la plaza.

Cerca, muy cerca, la vieja sinagoga guarda los carteles superpuestos. Hemos pasado por el frente y Denise ha leído, como versos pretéritos, los avisos.

Los bloques rocosos y el nítido silencio nos acompañan. Lejos, quizás en una de las calles encajonadas, alguien habla. El secreto bajo la música del murmullo se posa en el viento.

Bruno hace una mueca rápida y Catalina huye, despavorida. Estás atrapada, le dice Bruno y ella se ríe y su risa estridente produce un eco cálido en el frío crepúsculo invernal.

En sus espaldas de piedra, Toledo guarda el tiempo perdido. El pasado es una sombra y un fantasma de siglos: nos cubre con el aire hecho de tiempo y esperanza.


Photo Credits: Dani Vázquez

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