Seré breve, como la fotografía que tengo en frente, que es elocuente. Basta ver la imagen, en alta definición, por supuesto, porque la maldad nunca tiene las formas suficientes como para no sentirse buena, y porque estamos casi a la mitad del siglo de la siempre insuficiente alta definición, para poder concluir que le sobramos al mundo, que las cosas se equivocaron cuando decidieron domesticarnos. Ver la imagen también sirve para corroborar que no somos, ni de cerca, el mejor amigo de las cosas y, mucho menos, un amigo ordinario, uno mínimo, un no enemigo. Y verla en silencio, sin leer su pie de página ni el artículo periodístico que pretende explicarla y, lo que es todavía peor, describirla, es suficiente para tener la certeza de que ser reciclados no nos salva del fin del mundo, ni de serlo ni de padecerlo.
Entonces, luego de ver la imagen, con la técnica que cada quién quiera o pueda usar, solo habrá vacío. Pero como todos los vacíos no son iguales, quiero aclarar que habrá dos opciones de vacío, para ser más exacto. El primero es aquel que no tenemos que llenar porque sabemos, muy en lo profundo de nosotros mismos, que se expande y que nos será imposible, aunque fuéramos eternos. El segundo, que es el peor, porque nada tiene que ver con la verdad y la aceptación, es ese que disminuye gracias a la información que lo ocupó inocentemente desde entonces, como si se tratara de una bolsa plástica vacía llevada por el viento hasta donde el viento ya no regresa.
La imagende la que hablo, y de la queno me olvido, porque la tengo en frente todavía, ni me olvidaré, porque se adhirió a mi memoria para siempre, es de una playa infinita cubierta por una cantidad de basura, siempre un poco más infinita, proveniente del culo del mundo: la civilización; nosotros.
Photo Credits: Gerry & Bonni ©