Una muchacha de secundaria, por allá, en algún lugar recóndito en la inmensidad de la Amazonía, dice haber inventado una cápsula en donde no pasa el tiempo. Lo hizo usando solo los residuos que encontró en un río a lo largo de una década. Y aunque no tiene una explicación, digamos, científica, ella afirma que acaba de sacar de la cápsula a un insecto que había encerrado sin comida ni nada que lo pudiera sostener con vida, hace dos días. Cuenta cómo el bicho, tan pronto como se le liberó alzó el vuelo como si acabara de ser encerrado. Dice que, para el animal, el tiempo no pasó. Y, visto desde el lugar correcto, tiene razón, porque a menos de tener la versión pública en la lengua oficial del animal, no podríamos afirmar lo contrario. Porque ¿quién puede hablar del tiempo del otro sin contaminarlo con el propio proceso?.
Así es el tiempo. Y cuando hablamos del tiempo, podemos decir, sin temor a ser inexactos o a faltar a la verdad, que hablamos, o hablaremos, de todo lo posible. Y algo así podría decirse de la poesía, pero los científicos leen poca poesía. Así que no la mencionaremos. Hablemos del tiempo. Así es el tiempo, podemos estar repitiendo las mismas palabras sin que esto implique que nos estemos repitiendo. Yo lo he intentado. Una vez, hace ya muchos años, cuando todavía no publicaba ningún relato, escribí un relato con una sola frase que se repetía a lo largo de varias páginas. Era una frase simple, directa y misteriosa en parte: “Todo lo que tengo para contar está después de este punto”.
Si lo hubiera escrito hoy, habría escrito la misma frase, pero una sola vez. Pero así es el tiempo, a veces dura más y a veces menos.
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