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sergio marentes
Photo Credits: Nikita Nikiforov ©

Todo lo que no brilla 

Dice el viejo adagio, a lo mejor tan antiguo como el mundo o un poco más, que no todo lo que brilla es oro. Y a lo mejor todos lo hemos usado o visto usar, aunque a hoy, que me entero, no sea científicamente cierto. Porque, si le preguntamos a un poeta, no a cualquiera, eso sí, con seguridad nos dirá que por qué no todo lo que brilla puede ser oro si así lo quiere, o que si algo brilla es porque ya fue oro y nos lo está narrando, o que el brillo de las cosas es el oro mismo, o que nosotros, por el simple hecho de habérselo preguntado somos el brillo del oro, para luego terminar diciendo que el oro es él y que el brillo es su respuesta. Así son los poetas, nunca se sabe qué van a decir ni qué no van a decir. Y digo esto porque, según un estudio de la Universidad más antigua de uno de los países más antiguos de Asia, el oro no brilla, como nos lo hicieron creer los que repitieron el dicho desde hace milenios. Dice el estudio, palabras más, palabras menos, que así como sucede con los colores, la luz y nuestra mirada, es el ojo humano el que lo ve brillar y, diría el poeta al que le preguntamos antes, el que lo convierte, además, en oro. Algo así como sucede con los dioses, o la poesía, si es que no son lo mismo, que existen gracias a que nuestros sentidos así lo creen y se mantienen en ello. Dicen los que estudiaron al metal precioso que no hay que ir tan lejos para comprobar que el oro no brilla si no estamos allí para comprobarlo, y citan, de forma un poco irresponsable, hay que decirlo, la teoría aquella de que si un árbol cae en el bosque y aunque no haya nadie para oírlo, en verdad hace ruido. A lo que no puedo evitar pensar que, de no haberlo leído, en realidad ese estudio existiera. Pero no lo digo, porque ya lo escribí. 

No necesité ahondar demasiado en ese documento para darme cuenta de que cuando ellos hablan del oro hablan, con una efectividad del noventa y nueve por ciento, de los que leemos el mundo. Y se me ocurre pensar que el oro, contrario a lo que podríamos creer, no son los libros sino los mismos lectores. Así las cosas, usted, que es de oro ahora mismo, brille cuanto le dé la gana, o cuanto pueda, o mientras tanto, porque, ya se sabe, ni la luz ni el oro, y mucho menos los lectores, son eternos, aunque sean infinitos. No todo lo que no brilla no es oro, aunque haya alguien para probarlo.


Photo Credits: Nikita Nikiforov ©

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