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alejandra ramos
Photo by: ethermoon ©

Tiempos de fuegos

Cada día es una perla que hay que aprender a pulir,
cada momento es la oportunidad de así hacerlo. – F.J.R.

21 de octubre del 2020. Son las dos de la mañana, los sonidos del vacío transitan por la casa. Sentí en mi ombligo una voz que me dice «despierta, no duermas más». Mi espejo se había vuelto gris. Mis plantas, ya no eran. Mis ojos abrieron a las dos y cinco de la madrugada: fuegos salvajes cuyas llamas bailaban al ritmo de cello en una sinfonía de Mozart. Algo cambia en uno ante la posibilidad de quemarse vivo. Agradezco la amabilidad de las llamas que fueron generosas al no tocar mi cuerpo. Sin embargo, tocaron mi mente. Ahora mis ojos cierran y ven la intensidad de un rojo amarillento. Hay imágenes que no te dejan. Esa es una de ellas. Es una realidad el que se puede dejar de respirar en cualquier momento. Los ojos deben saber mirar mientras puedan ver. No equivoquemos nuestro cuerpo con la cola de una lagartija que se reproduce sola si se rompe o corta. Tu cuerpo dejará de ser. Todo, dejará de ser, si no por fuegos, por avanzada edad o por infortunios. Las tragedias sostienen siempre la posibilidad de ocurrir. Esperar que ocurran para entender la gran oportunidad de haber nacido es como lanzarse a la mar y esperar ser devorado por tiburones. Mas eso hacemos. Actuamos como si hubiese que calar hondo para entonces flotar. Nuestro egoísmo se interpone ante la verdad que somos: seres vivientes cuya existencia no es posible sin agua ni comida. Somos frágiles y vulnerables. Nada hay superior a nadie en nosotros. Humanos que sufrimos hasta que dejamos de existir, humus, humedades que emanan de la tierra y a la tierra vuelven. ¿Por qué insistir en preocuparnos por vivir en vez de vivir y punto? Parecería que muy dentro de uno quisiéramos morir antes de tiempo. Un tiempo que es desconocido por todos. Un momento del cual lo único que sabemos es que llegará. Evitemos la confusión. No seamos malagradecidos con nuestra propia existencia. Apreciemos cada paso, cada huella, cada comida, cada trago, cada abrazo, cada beso, cada lágrima, cada risa, cada sueño. No dejemos que los fuegos de nuestra mente quemen nuestros adentros, antes de reconocer la inmensa luz que nos cobija que es la del universo entero. Seamos estrellas hasta que dejemos de serlo. Seamos. Estemos. Atentos, despiertos, cuidadosos. Hasta que no.


-Este texto fue escrito el día en el cual me enteré que mi madre por poco muere por un fuego en su edificio en San Juan de Puerto Rico. —21 de octubre del 2020, Manhattan, Nueva York.


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