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paola maita
Photo by: Dominic Alves ©

Through the Looking Glass (III)

In this book, not only is there no happy
ending, there is no happy beginning and
very few happy things in the middle.

The bad beggining, Lemony Snicket

2021

Después de muchos años de vivir en países diferentes, finalmente R. y yo estábamos tomándonos un café, sentadas en la misma mesa de una plaza en Barcelona. Después de todo lo que le había pasado en Estados Unidos, decidió venirse a vivir a España.

En un principio, imaginaba que volveríamos a ser las mismas amigas de la época del colegio que se veían casi todos los fines de semana y que ella había vuelto a estar bien, el de verdad, no ese que usaba para esconder lo que le sucedía realmente. Después de todo el tiempo que había pasado en terapia, quizás había logrado salir de todos esos años tan oscuros que había vivido en Estados Unidos.

La verdad estaba lejos de ello. En esa primera tarde que nos vimos, R. me contó que le habían diagnosticado depresión, que tenía ya un par de años tomando medicación y que a veces iba mejor y otras veces peor. Esa vez, ni siquiera hice el intento de ponerme en la posición de yo-psicóloga. De la amiga que había ido al colegio conmigo en Venezuela, quedaba solo una vaga sombra. Dos migraciones, relaciones abusivas, y una pandemia le habían pasado factura a toda su psique.

Mientras volvía esa tarde a mi casa en el tren, comencé a pensar que, si bien era cierto que ella no necesitaba de mis habilidades profesionales, igualmente me podían ayudar a comprender su situación. Había la posibilidad de que me ayudaran a ser una mejor amiga para ella, más considerando que volvíamos a vivir cerca, y que ya no teníamos husos horarios y un océano de distancia.

Poco tiempo me tomó para darme cuenta de que, si alguien de mi círculo cercano tiene algún trastorno mental, especialmente uno afectivo, sus ciclos emocionales pueden poner tanta distancia entre esa persona y yo, como las barreras naturales del espacio-tiempo.

Hay veces que R. tarda semanas en responder mensajes sencillos, o de darle like a algún post que le he enviado por Instagram. Otras veces, sé que debo de evitar ciertos temas cerca de ella, como hablar de suicidios, de maltrato o de violencia en general, porque puedo herirle sin querer. Algunas más, he de estar más consciente de intentar no zambullirme en temas densos emocionalmente con ella -cosa que podría ser uno de mis deportes favoritos-, porque está atravesando algún momento difícil. Y repetidas son las veces en las que fallo.

La misma humanidad que me hace poder sentir empatía por ella como amiga, también hace que todo aquello que hago profesionalmente con los que fueron mis consultantes, sea más difícil hacerlo con ella. Con las personas a las que atendía en terapia no sentía desesperación cuando no se cuidaban, o ganas de pedirle un poco más de dedicación a nuestra relación cuando estaban en un punto bajo. Por el contrario, les alentaba a que tomasen el espacio que necesitasen. Evidentemente, no vivía al lado de esa persona y podía hacer mi trabajo.

Su historia me ha obligado a hacerme confesar que a veces preferiría ser su terapeuta porque no tendría una relación personal de por medio con ella. Mi relación con ella me ha hecho darme cuenta que una cosa es vivir los trastornos mentales de otra persona desde el sillón del terapeuta, y otra muy distinta es tenerlos cerca. Me ha hecho mirar a los ojos los rostros de lo que estudié, lo que viví profesionalmente, a la vez que el de mi vulnerabilidad y la de los que me rodean.


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