Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
paola maita
Photo by: super awesome ©

Through the Looking Glass (I)

A R. que me han prestado sus historias

1994 – 2016

Tengo tanto tiempo siendo amiga de R. que se siente como si hubiésemos sido muchas personas en muchas vidas. Nos conocimos en el colegio, crecimos juntas, vivimos un tiempo en países diferentes y ahora volvemos a reunirnos en la misma ciudad.

Cuando se fue a vivir a Estados Unidos, dejamos de tener ese contacto cotidiano que permite poder tomarle el pulso anímico a una persona, de poder intuir si está bien o no. Durante unos años, hablamos de las cosas superficiales y poco importantes. Inocentemente, creía que eso era suficiente para poder saber si se sentía bien o no.

Después que se fue de Venezuela, pasaron 6 años antes de reunirnos de nuevo en 2011, con 23 años cada una. A pesar de todo el tiempo que teníamos sin hablar de temas significativos, pudimos volver a compartir como si aún hubiésemos seguido estudiando juntas, viéndonos cada día.

Sin que pudiese preverlo, aquella conversación tomó un giro oscuro e inesperado cuando de repente me dijo intenté suicidarme el año pasado con una sobredosis de analgésicos. Para la Paola de 20 años, aquella era la confesión más fuerte que habían escuchado sus oídos hasta aquel momento, sobre todo porque era algo que no habría esperado de R.

Reconozco que en aquel entonces, aún tenía puestas las gafas rosas para ver las cosas. Pensaba que todos mis amigos eran felices, que las dificultades emocionales y mentales estaban lejos de mi círculo de personas cercanas.

Querría recordar cuál fue mi respuesta, pero solo puedo revivir el impacto de la noticia en mis oídos. Lo más probable es que le haya dicho algo bastante estúpido. R. me aseguró que ya estaba bien, que había pasado todo, y que ahora estaba mejor. Había conocido a alguien y la vida se sentía más bonita. Creía que el mal momento que había pasado ya estaba atrás y que, en adelante, todo volvería a ser feliz para ella.

Después de esa visita a Venezuela, mi contacto con R. volvió a tornarse escaso. Sus padres estaban preocupados por ella. A veces me preguntaban si respondía a mis mensajes. Por esa pregunta supuse que, si a mí me hablaba poco, a ellos les estaba hablando mucho menos.

Comencé a preocuparme otra vez por ella. Intentaba hacerle saber que quería acompañarle, que no le juzgaría, y que podía contarme lo que sintiese, por muy oscuro que fuese, porque yo también había tenido momentos de esos.

A veces caía en la trampa de sus estoy bien, acompañada de una foto con una sonrisa de media asta. Otras veces, sabía que eso no era más que una fachada e intentaba que me contase algo más. Lamentablemente, una de las habilidades de R. es poder esconder muy bien sus sentimientos.

Así volvieron a pasar otro par de años de comunicación intermitente en la distancia, donde algunos bien eran más creíbles que otros, pero ninguno era estable en el tiempo. Pasaría mucho tiempo antes de que me contase lo que le sucedió en aquellos años.


Photo by: super awesome ©

Hey you,
¿nos brindas un café?