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paola herrera
Photo Credits: emilykneeter ©

The Lip

El ocaso se cubría con sus colores habituales, aunque el naranja se percibía mucho más luminoso y el rojizo un poco atípico. Era una tarde cualquiera o eso creía ella. Había una silueta que se hallaba en las cercanías del lago, en la orilla de ese camino abierto e infinito de agua, donde la humedad del suelo interactuaba con las partículas terrestres, mientras que por los oídos de aquel cuerpo reposaban audífonos con canciones de Drake y en bucle sonaba “Same Mistakes”. Aquel cuerpo se encontraba ausente de su realidad, alejado de cada rincón primaveral, sumergido en la negruzca soledad. Le habían narrado a ella, los pueblerinos fantasmas, que no permitía acercamiento, que reposar en el lago era un ritual. Él miraba al horizonte como queriendo encontrar las respuestas a preguntas pretéritas, dentro de su bolsillo izquierdo guardaba un labial color magenta casi desgastado que sacó un par de veces y observó con sigilo, como si en ese pequeño objeto cupiesen los secretos más íntimos del mundo. Sus ojos llovían como una tempestad arrasadora en una ciudad sobrepoblada mientras su frágil escultura se desvanecía en la luminiscencia, sus manos escribían sobre un papel palabras que luego tiraría a la tierra acuosa.

Ella se detuvo en aquel labial cuando se dispuso a sacarlo por tercera vez. Quiso comprender el por qué de tanta delicadeza, el por qué de ese aferrarse a un objeto material. De pronto el viento abanicó aquel lugar, el astro del sol estaba a punto de desaparecer y un hedor a muerte estremeció sus fosas nasales. Respiraba y se ahogaba, sin embargo pasaba algo muy curioso, se sentía en su hogar, allí donde reposan los restos, las penas, la vida que se esfumó. E intuyó todo. Aquel era su labial predilecto, la silueta con su aflicción la recordaba sin parpadear y su fantasma era uno más entre aquellos pueblerinos veteranos.


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