Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Adrian Ferrero

Tetralogía de escritoras estadounidenses

Esa primavera que no logro olvidar. La pulpa de la fruta invitaba a hacer dulces, mermeladas, almácigos caseros con recetas de abuela ¿por qué elegir tareas domésticas (aunque suene a misión atractiva, en verdad a sumisión), en lugar de sentarse a leer y a escribir buenos libros? ¿renunciar a la voz? ¿no resulta en el fondo una costumbre malsana? La disidencia sienta bien. “Hemos pasado por buenas Universidades de NY”, alegan Susan Sontag y Louis Glück. En tanto Marianne Moore luego de su College, evoca a sus animales (¿un bien provisto jardín zoológico? ¿un jardín de invierno? ¿o acaso un parque nacional?). En el medio: sus anhelados deportes. Emily Dickinson (que lo ignora todo de las aulas académicas) habita su soledad únicamente interrumpida por el sonido de la lluvia al caer sobre las campánulas. El soplo del viento del Este contra los postigos que se agitan, estruendosos. Estas escritoras elegirán distintos puntos cardinales. Pero son mujeres de creación (todas). Habrá una temeraria que alcanzará la gloria de premios y becas. Habrá otra que alcanzará que alcanzará un Nobel que suele ser eurocéntrico y viril. ¡Era hora! Marianne Moore sin abandonar jamás su oficio, no será mujer de obra caudalosa. ¿Y Emily Dickinson? Sus traductores argentinos le regalan una voz argentina, acaso con un velado tintineo rioplatense, mal que les pese. Regresando a esta constelación de Norte que propongo, hay momentos en que sensibilidades fuertes desean el contagio. Esta tetralogía procura ser tan solo una tentativa hipótesis ficcional. 

 

Tetralogía de escritoras estadounidenses

 

Susan Sontag

Frecuentando universidades estadounidenses
de nota,
que luego
rápidamente se agotarán,
como deberes escolares,
como ermitas olvidables,
con el estilo gótico
de ciertos monasterios medievales
donde cunde el saber
de modo enciclopedista.
No tenían ladrillos de fuego.
Se volvieron
humo y tiza
demasiado pronto.
Con la velocidad del relámpago
supiste que allí no cabía,
no encajaba tu inteligencia.
Luego del paso
por una Sorbonne barthesiana
vinieron otras coas.
Allí llegó el estallido del trueno
de un país en guerra. Hanoi.
Dar combate
sin caer
en la metralla sencilla.
del sentido común
en que suelen ser tan persuasivos
tus compatriotas más vulgares.
Arrinconaste con tus libros
las peores supersticiones
del cáncer al SIDA (por entonces).
¿Papers, marcos conceptuales,
citas, marcos epistemológicos, CV con ítems
rígidamente pautados?
Llegaste aquí para aprender a escribir
bien. No para acumular antecedentes.
A hacer estragos de ese modo
al pensamiento más penoso.
Convengamos: esto va en serio.
Tuviste demasiado sentido de exigencia
Te asentaste
como escritora independiente
a la edad justa
en una Nueva York precisa.
También es cierto: de azufre y cobre.
Eso que de apocalipsis
guardan ciertos espacios atroces.
Regresaste a París cada verano para ver cine.
¿No podías acaso vivir sin él
como lo hago yo, en una oscura
ciudad de provincias?
París fue una meca tan anhelada.
¿Y qué decir del mechón de pelo blanco,
desafiante como un huracán sobre tu rostro?
Una anécdota más
que se sumó a las tantas contravenciones.
Morir no era un miedo
que tuvieras.
Te gustó apostar al riesgo.
Pero tenías un solo pánico:
no dejar acabada una obra maestra.
¿Y qué pensabas de Europa?
Cierta vez en un discurso
elogiaste La montaña mágica
como la mejor novela que habías leído.
Son otras glorias
distintas de las mías.
No alcanzó tu fortaleza
de mujer indestructible.
Llegó cierto día la derrota.
Ese día tus enemigos brindaron,
festejaron con algarabía
porque te vieron hecha añicos.
Pero era demasiado tarde.
Tus libros harían estragos para siempre.

 

Louis Glück

Abre el postigo de su casa de Cambridge.
Luego el vidrio de la ventana
a través del cristal del cual observará
en el jardín (¿de un Edén? ¿el suyo?).
Se detiene en las pequeñas ardillas
que trepan por entre los troncos
y el ramaje más grueso.
Se introducen por entre los huecos,
caminan mordisqueando las bellotas.
¿Son acaso alerces
esos troncos tan firmes
que has plantado mirando al Sur?
Nueva York ha quedado atrás,
(lejos, mejor diría),
luego del Sarah Lawrence College
y Columbia University.
¿Una tesis sobre Wallace Stevens
o sobre Emily Dickinson?
El mundo exigente de los estudios
te ha sustraído
buena parte de la juventud.
¿Cómo habrán sido tus fines de semana?
Un aprendizaje exigente
que indudablemente prepara
para escribir los mejores libros.
¿Y el llamado a la poesía?
“Es hora de sentarse a escribir
las siete edades
en que se divide una vida”,
te dijiste, a sabiendas
que deberías ser sabia.
¿Cuál elegirías para ti?
Yo me quedé con ese poema
estremecedor: ese que tocó mis entrañas.
Un cumpleaños de cincuenta.
La desolación, la muerte incierta
distante pero a un palmo.
En ese horizonte que se avizora
pero aún sin embargo
demandará tiempo
de llegada. Convengamos que antes
tenemos mucha tarea entre manos.
¿Otros libros?¿crítica literaria?
Y sin embargo la muerte avanza.
¿es acaso un puerto?
¿el Averno? ¿una nube que no vemos?
El living vacío, la casa a solas,
tu pelo, ceniciento.
Silencio.
(¿la ciudad acaso duerme, luego de la fiesta?).
Los invitados se han marchado.
¿Qué tiene una celebración
en estas ocasiones
en que se dan buenos augurios
a cambio de pésames
que uno se otorga a sí mismo?
Tus versos libres conmovieron
mis zonas más recónditas.
Recuerdo que lo sentí
en el plexo, la gargante:
esas zonas del cuerpo
en que se aloja el estrecimiento
de las zozobras.
Era que era tan dramático
verme reflejado en un espejo ardiente.

 

Marianne Moore

Las aves del paraíso
no te extrañarán ahora.
Las acacias serán mustias
porque has dejado de treparlas.
A los rapaces
los acaricias
con toques sutiles
en tanto los sostienes
sobre tu antebrazo derecho..
Sus plumajes
son como las partes
de un plumero
que jamás (por modales y buen gusto)
te atreverías a comparar en público
con la herramientas para la limpieza
de una casa.
¿Y qué piensas de los búhós?
¿Y qué opinas de la noche?
¿Y qué opinas de las fiestas? 
Quizás son frívolas para tu arte.
Los paquidermos
guardan tus poemas.
en la desmesura de su memoria.
En tanto Mirta Rosenberg y María Negroni
te traducen al español
de modo impecable.
No temas.
No temamos.
Estás cerca.
Jugando tus partidos de tenis.
Con tus revistas literarias:
la perfecta Secretaria de redacción.
Impecable, sin un solo doblez en el vestido.
La más eficiente desconociendo la burocracia.
Todo menos efusiva.
En este preciso momento
cierras un libro,
cierras tus ojos.
Y duermes su acostumbrada siesta.
Pienso que había secretos en vos. Demasiados.
Pero fue lúcida tu opción de guardarlos.
Han sido tu tesoro.
Han sido tus herramientas
a la hora de crear.
Esa forma de sublimar
que tanto acariciaste
Hubo otras experiencias fuertes
en tu biografía.
Esos secretos se acarician. No se ocultan.
Son como ópalos.
Los que llevas guardados en los bolsillos.
Un mineral cuya turgencia
ningún metal sería capaz de herir.
Es el sol: la resolana te protege
con tus sombreros.
Escribe tu mejor poema.
Y luego sí, por fin descansa.

 

Emily Dickinson

Tras los muros
de un caserón
como un templo
la vida te prepara
para la inmortalidad
El portal chirría: le hace falta aceite.
Ese que no tienes
porque no sales a comprarlo.
Tampoco sabrías cómo lubricarlo.
Esos muros te separaron
como un bastión
de la vida mundana.
Fuiste tu único testigo.
Dormiste contigo misma.
Salvo esas cartas que intercambiaste
con los grandes hombres de la época
(personajes importantes, todos varones).
Supieron escucharte
en una esgrima
en la que no aceptarse ser belicosa.
Tu rebelión ardió en el poema.
Supiste tejer el arte
del lenguaje en ebullición.
Un borboteo de lava sutil.
Eras demasiado inteligente
para caer en la celada.
Guardas entre tus cuadernos,
delicados poemas
como amatistas.
Sí, ese violeta tan refinado,
consagrado solo a las damas importantes.
Esa piedra, abrumada como un vidrio
de destellante belleza.
En tanto hierves
los alcauciles para la cena.
Verificas los tomates de la huerta.
(¿están verdes todavía?
¿la ensalada tendrá que esperar?).
Se van reuniendo en un álbum
los poemas que cantan al mundo
como cartas que son de diminuta voz.
Los pétalos de oro y fuego
pese a su apariencia inmaculada
denotan su naturaleza inmortal
Canta un zorzal.
Es el alba.
Te despiertas temblorosa.
Hace frío en la casa.
Es un invierno muy crudo.
Casi no puedes escribir
de tan temblorosas que están tus manos.
Pero escriben un bello poema
junto a un par de pétalos.
Llegaste a mi vida
gracias a Silvina Ocampo
en circunstancias importantes.
Es sabido, que te tradujo
de forma magistral.
¿Moriré sin conocer New England?
Para no faltar a la verdad,
la he visitado en varias ocasiones
hace ya decenios.
Puedo escuchar tu voz en tus poemas.
Percibir tu latido. Un cierto temblor en la sintaxis.
que delata tus incandescentes estados ánimo.
La blancura de tu vestido plisado.
El rozar de la tela de nácar
contra el sillón de mimbre
de la galería.
La frescura de la regadera en tu jardín.
Todo regocija en ese espacio sagrado.
Trazo algunas elementales conjeturas.
El botón de la rosa
me alcanza
en una imaginación de hoguera.
Ambos son los implementos necesarios
para evocarte
No me canso de leerte.
Tus proverbiales guiones entre cada verso…
Todos estos comportamientos
tan indescifrables
son los indicios más firmes
de la genialidad. De tu sin-gu-la-ri-dad.
Solo los de las mujeres más humildes.
Y más castas
llegan al canon de otras
que te considerarán tu antepasada más ilustre.

https://www.facebook.com/escritoradrianferrero

Hey you,
¿nos brindas un café?