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Un Telar de colores llamado ViceVersa

Latinoamérica es un caleidoscopio de contradicciones.  Una porción de la Tierra donde se inventan los colores y se mezclan las raíces, un continente en el que lo único que es constante es la esperanza.  Quienes lo ven de afuera encuentran magia, quienes lo habitan hacen la magia. Es un mosaico de paisajes inventados antes del realismo mágico donde cada palabra tiene un significado distinto con excepción de injusticia e inequidad que son comunes a cada uno de sus países.  Latinoamérica se reconstruye a diario sobre los escombros de guerras que nunca acaban y semillas que siempre florecen.  Ser latino y latina es ser valiente y creativo y cuando salimos del cuadro pintoresco somos más que una estampa.  La experiencia como Latina en Nueva York ha sido una escuela de resistencia.  Me resisto a los prejuicios, me resisto a las preguntas absurdas, me resisto al spanglish, me resisto a la desesperanza, me resisto al olvido.  A mí me encanta ser Latina aunque no me gustan todos los latinos y Latinoamérica me duela tanto.

Es cierto que a veces hacemos las cosas mal, que somos doble moral e inocentes y por eso cuando salimos de nuestros países nos sorprende tanto el mundo real. No estamos acostumbrados a llamar las cosas por su nombre porque pensamos chiquito y nos domina la inseguridad aunque también nos caracteriza la ternura y por eso todo lo endulzamos un poqu-ito. Somos inseguras e inseguros de nuestra historia, de nuestros idiomas y de nuestra realidad, por eso también somos inseguros de nuestras parejas, de nuestros compromisos, de nuestra sexualidad y de decir y escuchar la verdad sin adornarla. Para pedir la hora nos tardamos 5 minutos tratando de atrevernos y para superar nuestros miedos mas de una vuelta al Sol. Para hacer algo lo dejamos para mañana y para pedir algo lo queremos para ayer. Siempre se hace tarde, tarde para pensar un voto cuando otro ya está en el poder, tarde para cumplir, tarde para llegar, tarde para reaccionar.

Pero también las y los latinos vivimos como amamos, con esperanza. Siempre creemos en tiempos mejores pero ignoramos el presente que nos duele. Nadie se muere de hambre como tampoco nadie se muere de amor. Estamos tan acostumbrados a la violencia que ante cualquier caricia creemos nuevamente en un mundo mejor. Estamos tan acostumbrados a la violencia, que ante cualquier promesa nos inventamos un futuro mejor y estamos tan acostumbrados a la violencia que para dormir en lugar de contar ovejas contamos muertos.  En Latinoamérica nos duele tanto la muerte porque amamos tanto la vida.

Yo he amado Latinoamérica tanto como he vivido en ella y desde pequeña aprendí a conocerla, respetarla y protegerla aún en la distancia, tal y como nos enseñaron a conocer, querer y respetar lo que se ama, la familia, la naturaleza, la gente, la justicia, el trabajo y el amor.  Pero reconozco que amo como se vive en nuestros países y vivo como se ama en ellos, a medias. Se que puedo más y no lo hago, se que no aguanto más y lo hago y sé también, que no soy la única.  La gente de Latinoamérica donde quiera que esté, tiene esta eterna contradicción entre llorar y reír el amor como lloramos y sonreímos la patria. Nadie puede negar que esa tierra tiene magia como la magia que tenemos al honrarla aunque estemos lejos. Convencionales o no, ricos y pobres, del campo y de las ciudades, católicos, evangélicos, ateos, rockeros metaleros y reguetoneros, heterosexuales, bisexuales, asexuales, homosexuales y transexuales a todos nos gusta creer en Latinoamérica tanto como creemos en la esperanza.

Tenemos mucho que recordar y acordar, como los acuerdos que se hacen en pareja.  No nos caería mal una terapia colectiva para enfrentar la memoria, sanar el olvido, reconocer las diferencias y celebrar las semejanzas.  Bien dicen que «siempre hay un roto para un descocido» y tanto nosotros estamos rotos como Latinoamérica descocida, desquebrajada, desilusionada y desarmada de oportunidades y armada de conflictos.

Los abuelos y abuelas nos enseñaron a tejer mucho, antes que todo esto se comenzara a descocer.  Sus abuelos ya tejían con tinturas naturales y sin maquilas, tejían con su ciencia y con sus dioses y tejían con amor. No se pueden zurcir los corazones rotos pero si se puede remendar la historia sin nudos ciegos para que el pasado quede hilado y el futuro hecho a mano.

En Nueva York las y los latinos estamos siempre listos para alzar la esperanza y encontrar esa calma, esa equidad, esa riqueza sencilla, esa abundancia creativa, esa independencia, ese apoyo, ese respeto, esa alegría, esa sensualidad, esa apertura, esa pasión y esa posibilidad de un futuro distinto que todas y todos esperamos de Latinoamérica pero tenemos que comenzar a bordar nuestro tejido a partir de nuevos colores por inventar.  ViceVersa es eso, un telar en crecimiento que va a hilvanar los talentos y zurcir los estigmas.  ViceVersa está bordando a mano la otra Latinoamérica que se desconoce, la del empuje, la fuerza y el talento, la de nosotros, la que nos hace brincar el corazón y seguir bordando la nostalgia.  Por eso creo y escribo en ViceVersa, para pintar mis paisajes y compartir las crónicas de lo que veo, lo que siento y lo que hago con Latinoamérica marcándome el pulso y mezclando mis colores.

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