Estaba muy tranquilo leyendo cuando me escribieron mis amigues preguntando si quería ir a escuchar a Antibalas en vivo y al aire libre aquel sábado. Ante la perspectiva de escuchar buena música afrorítmica y bailar un poco para calentar la fría tarde otoñal, dije que sí. Nos encontramos en la plaza al lado de Ashland 300, en Fort Greene.
Nos ubicamos frente al escenario, justo al centro, y disfrutamos dos horas de excelente música bailable y con sentido de justicia social. Por ratos salía el sol, iluminaba el escenario y nos calentaba los rostros y las manos. Por ratos se escondía y sentíamos el delicioso beso fresco del otoño en las orejas y el cuello. No dejamos de movernos, impulsados por un fuego interior, parte sed de justicia, parte deseo de disfrutar.
Después del concierto, nos tomamos unas birras Oktoberfest en la cervecería alemana del barrio, Die Stammkneipe, en Fulton Street. Conversamos sobre buena música, política contemporánea en este continente americano tan golpeado por las reacciones fascistas, viajes, comida y justicia social: de todo un poquito. Así se nos hizo de noche.
Regresé a casa feliz, dispuesto a leer un poquito sobre la amistad según Aristóteles y Khalil Gibrán, para matizar la noche, y luego a soñar con alegría sobre viajes y bailes con amigues.