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daniel campos
Photo by: Ylia Bravo ©

Tárcoles a fines de julio

Hemos regresado al entorno agreste de Lagunillas de Tárcoles, pueblito rodeado de parcelas agrícolas y fragmentos de bosque en la bajura del Pacífico Central. Conforme avanza la estación lluviosa me deleito al contemplar cómo se transforma Natura naturata, el medio natural, expresión de Natura naturans, la Naturaleza como fuente vital y fuerza creadora.

Las flores anaranjadas y amarillas de los malinchillos (Caesalpinia pulcherrima) parecen trozos de sol bajo el gris impenetrable del cielo. Las altas y espesas nubes nos protegen del sol y refrescan. Los matices verdes de los árboles parecen más intensos. Incluso el follaje glauco de los almendros se ha tornado más verduzco. Una pareja de yigüirros (Turdus grayi) ha anidado en el vértice del galpón sobre la terraza. Se turnan trayendo alimento para sus pichones. Mientras uno busca gusanos e insectos el otro vigila el nido. Pero a la distancia todavía canta otro yigüirro, como si invocara la compañía de la lluvia. ¿Se habrá quedado sin pareja? Quizá. Pero cae el aguacero, atendiendo a su llamado.

Desde media tarde cantan los grillos, incluso antes de la alharaca de las lapas rojas que sobrevuelan colinas en busca de sus nidos en el manglar al atardecer. Éste se manifiesta como aura papaya en el horizonte más allá del Golfo de Nicoya. El cielo papaya al poniente se torna rosado de guayaba madura. Las golondrinas tijeretean y recortan el celeste pastel del cénit con su vuelo oscuro y silencioso. Hacia el este, los azules se profundizan hasta tornarse casi negros. Los monos congos (Alouatta palliata) lamentan con sus aullidos distantes el final del día.

Llega la noche y chillan las chicharras, croan las ranas y salen de cacería los sapos. Una luciérnaga solitaria cintila a ras del zacate. Se enciende y se apaga, se enciende y se apaga, hasta que ya no la veo más. Me quedo de pie en la oscuridad profunda, escuchando los cantares del campo y del bosque.


Photo by: Ylia Bravo ©

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