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alejandro garcia
Photo Credits: Danielle Henry ©

Tango, el primero (VIII)

Escribí este texto tras mi salida del país, Venezuela, con destino a Buenos Aires. Es una narración de no ficción, pero con una estructura enrevesada: la única forma que encontré para contar lo vivido. Fui poseído por muchas emociones y pensamientos.  Nunca busqué la originalidad pero sí la autenticidad. Ser inmigrante podrá ser un asunto de estado, pero principalmente es una realidad que se padece individualmente. 

 El contacto. Llegué hace 22 días a Buenos Aires, Argentina. Paola, mi hermana menor, nos buscó en el aeropuerto internacional Ezeiza y nos trajo a un apartamento en Núñez, donde residimos. No hubo mucho esfuerzo para organizar los espacios, menos de una hora nos tomó vaciar las maletas y dejar las cosas en orden. Dos libros traje conmigo y son los únicos que se divisan en el pequeño espacio del monoambiente: «Buenos Aires», una selección de narrativa argentina y una antología de poesía de Rafael Cadenas, segunda edición 1993, seleccionada y prologada por Manuel Isava. El tomito de poesía es azul grisáceo, está lleno de girones y remiendas. La portada empieza con el nombre del autor centrado: «Rafael Cadenas» con un estilo discreto. El centro lo ocupa un rectángulo amarillo. Dentro figura otro nombre: «Monte Ávila Editores» en negrita. Sigue una fotografía en blanco y negro del poeta hecha por Vasco Szinetar. «Antología» resalta a gran escala en todo el centro de la portada, sobrepasando las limitaciones del rectángulo. El desenlace es un texto breve: «Desde las turbulencias visionarias Los cuadernos del destierro (1960) hasta las resonancias de las cortezias y de la mística que aparecen en Amantes, (1983), pasando por la formulación, a ratos aforísticos y a ratos versicular, de Memorial (1977) y por libros ya míticos como Intemperie (1977), largo tiempo agotado e incluso, inéditos como Una isla, del cual por vez primera se publica una selección tan amplia, el lector encontrará reunida, en esta antología, la obra fundamental de Rafael Cadena».

Hace cuatro días Rafael Cadenas recibió la placa conmemorativa por haber ganado el premio Reina Sofía. Lo celebré con discreción. Abrí el tomito en el vagón de metro y leí los dos poemas que siempre me socorren del extravío como una plegaria: «El monstruo» y «Fracaso». Los leo tanto en ocasiones que empiezan a salir de mí como una canción pegajosa y no me gusta. Siempre hago esfuerzos para olvidar las líneas textuales y quedarme con imágenes difusas, las sacudidas. «El monstruo», por ejemplo: «Sin embargo, este hombre incompleto puede servir y ha servido de medida probable para calibrar cualquier normalidad, someterla a juicio y decidir si es suficientemente cruel como para admitirla, aunque los fallos pecan de exigentes». Lo olvido, hago un esfuerzo para borrar las oraciones y quedarme con la sensación incómoda en la garganta, los rasguños en el cuello y las rememoranzas.

Siendo adolescente tuve un malentendido con un compañero de bebida en la casa de Edgar, un amigo desde la infancia y ahora compadre. Éramos varios intentando dormir en colchones desplegados por todo un cuarto. Empecé a discutir con uno de ellos, la tensión explotó en violencia y el compañero se abalanzó sobre mí a estrangularme. Cerró las manos en mi cuello, convirtió en fuerza el metro noventa de altura y los ochenta kilos de peso. Nadie entendía y se resistieron a intervenir para no agravar la situación. Yo tenía fuerza para sacarlo de encima, pero renuncié y dejé de respirar. Mi mirada se volvió gozosa, mis pupilas fueron poseídas por dos lenguas de candela, de esas que los mártires llevan en las cabezas. Edgar intervino, hubo golpes, terminamos los dos solos entre lamentos y recogiendo los destrozos. Duré semanas con cardenales, rasguños en el cuello e incomodidad en la garganta. Duré semanas complacido, porque fue el otro quien siguió apretando el cuello cuando yo no hice esfuerzo para dañarlo.

Conseguí el tomito azul grisáceo en la sección de poesía de una librería llamada Pie de página, entre la avenida dos y tres de Mérida. La librería estaba ubicada en un rinconcito detrás de la iglesia de plaza El llano. Quedaba a media cuadra de la licorería Cruz Verde, todo el tiempo repleta por tener los mejores precios de cerveza y a una cuadra de la heladería Coromoto, la del récord Guiness por los mil sabores. Miguel era el librero de Pie de página, un gallego que llegó adolescente a Caracas y agotó la juventud escribiendo teatro en las órbitas de Troconis y Cabrujas. Miguel escribió guiones para cine y televisión, llegó a ser dialoguista en una telenovela de Cabrujas. Ahora es un ermitaño obligado, la imposibilidad de comprar neumáticos al automóvil y el escaso poder adquisitivo lo obliga a permanecer la mayoría del tiempo encerrado en una cabaña, abocado a la escritura de una novela histórica y conociendo más a profundidad la obra de Valle-Inclán. Comprar libros en Pie de Página significaba una tarde entera de conversaciones y risotadas la mayoría del tiempo. La librería terminó siendo el punto de encuentro para un grupo de amigos que hacíamos vida alrededor de la facultad de Humanidades en la Universidad de Los Andes. Miguel era un gran librero. Un día me recomendó comprar el poemario «Gestiones» de Rafael Cadenas versión bilingüe, Español-Inglés, traducción a cargo de una profesora jubilada de la facultad: Rowena Hill y editado por la revista «Actual» de la Universidad de Los Andes. Volví al otro día, pregunté por otro libro de Rafael Cadenas y Miguel señaló la sesión de poesía. Busqué y conseguí el tomito azul grisáceo. La librería Pie de Página cerró hace dos años, pero quedó la amistad con Miguel.

Conocí a Bianca Saa en la facultad cuando cursaba el segundo semestre, Javier nos presentó y nos volvimos frecuentes porque estaba residenciada muy cerca del apartamento donde viví la mayoría de mis años en Mérida. Bianca y Javier formaban parte del grupo de amigos frecuentando la librería por las tardes. Cristian también fue muchas veces a la librería, desconozco si fue debido a la relación con Javier, pero llegó a entablar una amistad fuerte con Miguel. Pie de página cerró, pero Bianca y Miguel siguen relacionándose como pareja amorosa. Cristian se fue a París, pero siguió teniendo contacto con Miguel por llamadas telefónicas.

Marina Sau recibió varios libros de mí, pero es uno el título que recuerdo. Cuando nos conocimos, Marina y Cristian se quedaron a dormir en el apartamento. Estuvimos conversando, escuchando música y bebiendo ron. Estando alicorado, fui hasta la biblioteca y tomé «Gestiones» de Rafael Cadenas, la versión bilingüe. Marina me siguió con los ojos, curiosa, sin poder adivinar mis pretensiones. Pasé las páginas como si estuviera barajando un mazo del tarot y escogí un poema al azar, tal cual adivinador pirata con el I Ching. Me detuve en la página cuarenta y siete. Estuve tentado a buscar otro poema, pero controlé la respiración y leí en voz alta:

«Estamos
donde nos sorprendió la noche.

Sin designio,
sin pista,
sin apoyo.

Ensayando
movimiento usuales.

Solo nos queda
el contacto».

Sentí un poco de vergüenza, lo admito. Llegué hasta el final y arranqué la página. Marina se estremeció con el sonido del papel rasgándose y soltó impresionada: «¡¿Qué haces?! ¡No!». Cristian sonrió y alzó los hombros. Agarré la página cuarenta y siete, la puse de primera y le entregué el libro: «Esa es mi dedicatoria». Marina no aprobó el gesto. Sonrió por el regalo, pero puso la pequeña hoja donde iba, después de la página cuarenta y seis.

Marina y yo nos vimos por segunda vez en la casa de Miguel. Cristian habló con Bianca y organizaron una cena para reunirnos después de mucho tiempo. El padre de Cristian nos dio el aventón hasta la cabaña de Miguel, nos esperaba con Bianca. Se debe tomar la Av. Los Próceres, llegar hasta la casa blanca, desviarse al lado contrario y subir varias cuestas empinadas. Cristian llevó suficiente comida para darnos un banquete, además, una botella de vino y otra de ron. Yo colaboré con una ensalada, un poco avergonzado, porque no tenía para más. La preparé con repollo morado, zanahoria, jugo de limón, abundante perejil, comino, aceite de oliva y lentejas cocidas secas. Pasé la noche bromeando con Marina, le demostré estar interesado en ella. Cristian aprovechó un momento a solas para preguntar: «¿Y usted qué con Marina?».

Llegó la hora de dormir. Miguel, apoyado por Bianca, sugirió entre risas que el cuarto de huéspedes estaba listo y esperando por Marina y por mí. Cristian le siguió el juego, Marina y yo terminamos durmiendo en un colchón individual en el cuarto de huéspedes. Marina fue la primera en irse a dormir. No pude seguir postergando el sueño, subí con cautela al segundo piso y divisé la silueta femenina durmiendo en un extremo del colchón arropada con la única cobija, así me sorprendió la noche. Quedé a oscuras, intimidado, no tenía cómo apoyarme para evitar movimientos bruscos buscando la posición del sueño. Opté por disimular, buscar sin tanto cuidado la comodidad y el contacto fue inevitable. Me desperté en la madrugada y estaba arropado. Marina pegaba la espalda a la mía y yo enredaba mis pies en los suyos.

Marina y yo hablamos hace 21 días por videollamada. Estaba en Caracas donde una tía de Cristian, descansando. Al día siguiente debía tomar el vuelo de regreso a París. Hablamos por más de una hora, ninguno de los dos quiso cortar y la llamada terminó cuando mi celular se quedó descargado. Los puntos de los enchufes son distintos en Argentina y en ese momento no había comprado otro puerto para el cargador. Ambos prometimos hacer esfuerzos para mantener el contacto, pero el cambio horario y la pasión hecha oficio hace difícil la correspondencia. Marina entra muy temprano a la academia de teatro y sale muy tarde. Apenas tiene tiempo para leer mis mensajes, no puede responder como quiere y lo deja pasar. Yo tengo tiempo libre, porque espero la cita para sacar el documento nacional de identidad y los pasos previos no son engorrosos. No volví a insistir, no puedo aferrarme a otras posibilidades cuando estoy abriendo una brecha: Buenos Aires, Argentina. No puedo seguir dejando en segundo plano esta nueva etapa, el breve episodio no puede ser una excusa o terminará convirtiéndose en una vieja herida, en una cirrosis hepática.

Marina Sau fue un contacto breve, pero inolvidable.

Tango. «La pérdida de la mujer es la condición para que el héroe del tango adquiera esa visión que lo distancia del mundo y le permita filosofar sobre la memoria, el tiempo, el pasado, la pureza olvidada, el sentido de la vida. El hombre herido en el corazón puede, por fin, mirar la realidad tal cual es y percibir sus secretos». Ricardo Piglia en «Formas breves».


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