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Foto Patricia Routledge en A woman of no importance, de Alan Bennett, BBC Four (Diciembre 2009).
Foto Patricia Routledge en A woman of no importance, de Alan Bennett, BBC Four (Diciembre 2009).

Talking Heads

La pandemia digitaliza. Da igual que sea por FaceTime, por Skype, o por Zoom, o por Teams…es el apoteosis de la pantalla. He probado de todo, pero nunca ha sido suficiente para que fuera igual que antes. La pantalla no colma, no satisface, y, además, narcotiza. Actúa como el glutamato monosódico: cambia el sabor de las cosas, da dolor de cabeza y mono, y una no sabe cómo separarse de ella. Sharon y yo queremos vernos a todas horas: mirarnos más, tenernos más tiempo la una frente a la otra, como si estuviéramos abrazadas; aunque nos contemos mucho de lo mismo. Da igual, una vive ya de la pura imaginación; no sé ni qué días es, es lo mismo hoy que ayer. Pero lo que quiero, naturalmente, es tocarla y ser tocada; la presencia, el calor, el pulso, el abrazo, la carne. Hemos hablado cocinando, o mientras tele-trabajábamos, cortándose una las uñas o acicalándose la otra en el cuarto de baño, limpiando unos zapatos o viendo películas…y nos hemos dejado ver, también, durante íntimas abluciones del aseo. Eso no es apurar el tiempo, sino atragantarse con él.

El contacto sucede solo en las nubes: no nos tocamos, no estamos presentes; nada me asegura ya que mi interlocutora, frente a mí, en la pantalla, sea real aún, y, sin embargo, cuando veo el rostro de mi adorada Sharon encerrado en el dichoso cuadrado ni siquiera me doy cuenta de que solo es la parte de un todo, un fragmento -ella, más directa, me lo dice: somos sinecdoques: la parte por el todo, pedazos de Sharon, y yo mutilada. Su imagen es dulce y me hace feliz, pero siento que la pantalla nos obliga a hablar, que cuando nos convertimos en imágenes no podemos quedarnos calladas porque el silencio es raro; ella no puede estar conmigo en silencio porque dice que la pantalla le exige que hable, que diga lo que sea pero que hable, que actúe. Las pantallas no permiten mirarse en silencio ni que el tiempo pase sin más: si estas ahí es para decir algo. Por eso me siento explotada, y Sharon también. Somos esclavas mutiladas. Esta esclavitud genera cólera digital; casi imperceptible aún, pero que acecha cada vez a más usuarios, convertidos en siervos de un slot, de un encuadre, de una toma, de una conexión wi-fi. Mi propia casa se parece ya a un plató de televisión y me siento como un talking head, sin piernas, sin pecho, todo concentrado en la cara.

 

Foto 2 (la de las 2 pantallas) Patricia Routledge en A woman of no importance, de Alan Bennett.
Patricia Routledge en A woman of no importance, de Alan Bennett.

 

Me acuerdo de Patricia Routledge -del estilo de Sharon pero más rellenita-, la diosa de los talking heads de Alan Bennett, increíble testa parlante de mujer que, igual que hoy hacemos miles de nosotras, contaba ya entonces las miserias humanas postindustriales de las mujeres británicas de la clase media y obrera a través de la pantalla. Bennett verá hoy cabezas parlantes por todos lados porque ya no somos otra cosa que eso, sus películas era premonitorias: cabezas parlantes que cuentan sus gozos y miserias a borbotones en cuanto se enciende la pantalla. No por gusto, sino porque no hay más remedio.

 

Foto de Maggie Smith en Bed among the Lentils, otro episodio de la serie de Talking Head.
Maggie Smith en Bed Among the Lentils, otro episodio de la serie de Talking Heads.

 

Hablar ante la pantalla tiene algo de improvisación de un talking head. Hay una excitación inicial, una sensación de estar acompañada cuando en realidad se está sola, un desaliento creciente porque el tiempo pasa sin contacto real y la conversación no es libre del todo aunque lo parezca, y, finalmente, la sensación de irrealidad cuando se apaga. Después llega el miedo de que se haya acabado el guion de tu vida; de que haya llegado un silencio definitivo, y de que todo lo qué hay detrás -lo que la pantalla no deja mostrar- se deje ver y te ahogue. O de que alguien más listo y poderoso viole tu intimidad y te utilice para hacer su próximo guion; o de que en algún lugar esté grabando la inmensa, suprema banalidad que es el tejido cotidiano de nuestras vidas, lo único que, hasta ahora, era únicamente nuestro.


Foto principal: Patricia Routledge en A woman of no importance, de Alan Bennett, BBC Four (Diciembre 2009).

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