Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
arturo serna
Photo Credits: Thomas Claveirole ©

Subte y después

Fatigué las aulas de la UBA como un perro que no encuentra su destino. Busqué en el lugar equivocado. Pero de eso me di cuenta después. En esos días primaverales, en el frío, en la violencia del calor, transité por los escalones del submundo. Por decisión personal, me instalé por horas en los rincones del subte.

No subía al tren. Solo me dedicaba a contemplar los transeúntes, una vez vi a una chica que iba con un perro. En un instante, el perro la absorbió y la contuvo: hizo que se olvidara del mundo. La chica se sirvió de la mascota. Gracias al perro, se sintió menos sola.

Ese día descubrí que la soledad no es un problema sino una sombra ubicua que te salva de la compañía nefasta. Si alguien puede sobrevivir a su sombra, camina por el infierno de los otros con mayor tranquilidad.

Por meses, hice mis necesidades en los baños sucios del subte B. Empujaba sutilmente a los que tenía a mi lado y me instalaba frente a los ventiladores de los andenes. Ese aire mínimo me permitía enfrentar el afuera con una dignidad que la universidad no me daba. ¿Para qué sirven los estudios académicos? En el subte, estaba solo. Los otros eran presencias discontinuas, meras figuraciones fugaces. El ir y venir de contingentes me entrenaba en el nuevo ring que era mi vida. Como ya había dejado el cuadrilátero, ahora debía atenerme a la intemperie de la realidad. A secas, sin atenuantes. La universidad había sido un purgatorio vacío. Y el subte se convirtió en un lenitivo caliente, una especie de cueva segura.

La temporada en el subte fue menos un refugio que un encuentro conmigo mismo. Descubrí que ya era otro. El peronismo había quedado como un fantasma absurdo. Y sentí en mi propia piel que la identidad es una cárcel. No necesitaba ser un estudiante ejemplar ni un filósofo que combate en la academia sino un futuro perro anarquista.

Persistí en los andenes hasta que me instalé en el balcón. Nada indica que no lo abandoné. Por el momento, allí encontré la forma de estar lejos de las camarillas, de los ególatras, de los pusilánimes, de los militares. Desde el balcón, veo el ajetreo inútil y me mantengo lejos de la simulación: la felicidad del consumo.


Photo Credits: Thomas Claveirole ©

Hey you,
¿nos brindas un café?