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Stoner

CARACAS: Nunca me ha gustado leer los libros “a la moda”, los que encabezan las listas de los más vendidos, aquellos de los que todo el mundo habla y que todo el mundo anda leyendo y comentando…

Me da como la sensación de que la historia, inclusive la más lograda, se empobrezca, se minimice, diluida y resecada por miles de ojos ávidos que la devoran al mismo tiempo y al mismo tiempo trituran letras, muelen líneas, tragan páginas y vomitan opiniones, al punto que uno se pregunta, dudoso, si será capaz de hallar en esas mismas palabras “su” propia historia, si conseguirá una emoción auténtica o si sus sensaciones serán producto de las posibles influencias de otras voces y otras plumas…

Así que no quise leer “Stoner” de Williams sino hasta hace poco, después de que el clamor alrededor de su exitosa publicación en Italia (Fazi editore, 2012) se hubiese apagado un poco, dejando espacio a ese silencio discreto que merece toda palabra escrita.

Creo que hice bien, y me atrapó enseguida la figura de este campesino humilde, pobre y rústico, deslumbrado por los espacios abiertos y prometedores de la Universidad de Missouri, dedicado en principio a sus estudios de agronomía hasta que el descubrimiento casual, violento y avasallante de la literatura en los versos inmortales del soneto n. 73 de Shakespeare logra, en el instante mágico de una reveladora epifanía, cambiar y marcar su vida para siempre.

Dejando atrás todos los proyectos familiares, Stoner seguirá el llamado imperativo de la pasión recién descubierta para convertirse, entonces, primero en un aplicado estudiante de literatura inglesa y, después, en un disciplinado profesor universitario y el campus será su único y verdadero hogar y las letras su profesión, hasta encarnar el sentido mismo de su existencia, simple y lineal, sin pretensiones ni ambiciones, que nunca llegará a perder el hilo que lo ata fuertemente a sus orígenes concretamente “terrenos”.

Constante y puntual es el paralelismo, el binomio irreducible entre literatura y vida, entrelazadas y superpuestas; bellísima la imagen de la escritura como hallazgo imperdible, magnifica combinación de signos negros y aparentemente gélidos capaces, sin embargo, de reflejar el misterio indescifrable del ánimo, los secretos del espíritu y de la mente y cumplir, inclusive, funciones salvíficas en las existencias humanas.

No hay nada extraordinario en la vida de William Stoner (como no lo hay en la vida de ninguno de nosotros…) y, tal vez, por eso nos identificamos con él y lo acompañamos confiados desde las primeras páginas; somos indulgentes con su torpe timidez y su traje imposible; compasivos con su matrimonio desastroso, con las histerias irritantes de su mujer y las dolorosas incomprensiones con su hija; entusiastas y conmovidos cuando, un día, el amor verdadero toca a su puerta y por un breve espacio de tiempo – en el secreto de una relación clandestina – lo bendice con las insospechadas alegrías de la piel y los mudos agradecimientos del alma; indignados, cuando la perversa maldad del rector obstaculiza toda su carrera profesional.

Seducen, en Stoner, la firme coherencia moral, su nítida pulcritud interior y su solidez palpable, que le hacen sobrellevar las dificultades con serena comprensión de lo que es la vida – con su cuota ineludible de límites y angustias – que no es inerte pasividad ni tampoco entrega resignada. Hay en él una instintiva adhesión al dolor como a algo inevitable al que la vida nos somete tarde o temprano a todos, e intentar sustraerse voluntariamente al sufrimiento no servirá de nada, pues las “pruebas” sólo nos serán momentáneamente postergadas y presentadas nuevamente más adelante, tal vez en circunstancias aún más difíciles.

Stoner sabe que es inútil huir de lo que inevitablemente nos es dado vivir. Lo ha entendido muy pronto – quizás con esa innata sabiduría del campesino acostumbrado a la tiranía de la naturaleza – y no se resiste, mas capea con coraje su propia, personal tormenta.

Mientras la lectura avanza, el “personaje” se vuelve poco a poco “persona” y uno se encariña de veras con él y se sorprende en pensar que en medio de tantos rostros anónimos sería tan reconfortante encontrar a un profesor, a un amigo, a un amor como Stoner…Y cuando la enfermedad lo embiste con el peso de su ineludible realidad el dolor lo envuelve también a uno como lector, inerme mas admirado frente al hondo pesar de este hombre que logra atravesar las últimas páginas de la novela – y de su propia vida – despidiéndose de ella con la misma, acostumbrada, firmeza de siempre y con la íntima seguridad de haber vivido y entendido a plenitud “quién era, y quién había sido”.

Muy conmovedora, al final, la imagen del libro – su única, trabajosa, criatura literaria – que se desliza lentamente de sus manos, igual a la vida que se le escapa en el último aliento, y que ya no es “suyo”, no le pertenece sólo a él, sino que se vuelve generoso aporte compartido.

Creo que el encanto discreto de esta novela, además de la contundente potencia narrativa del lenguaje resida, justamente, en la personalidad del protagonista, en su pacata sencillez distante de toda búsqueda de éxito, en la lealtad a sus principios y, sobretodo, en su transparente “decencia”, que nos impacta hondamente, despertándonos admiración y respeto incondicionales.

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