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nueva york covid
Photo by: Zach Muhlbauer ©

Sonrisas escondidas, miradas abiertas

Llevamos un mes y medio desde el primer caso de coronavirus y ver la ciudad semivacía es algo que sobrecoge. Pepe Grillo me dice que ni siquiera durante los días posteriores a la caída de las Torres Gemelas, la ciudad se veía así. Luego, con un evasivo interés mira el semáforo y se retracta; “bueno, quizás en el downtown”. Federico García Lorca escribía en su libro, Poeta en Nueva York, que “nadie puede darse cuenta exacta de lo que es una multitud neoyorquina”. Yo tampoco. Porque no es cosa de darse cuenta, hay que sentirla y dejarse llevar por ella. Ver por estos días Park Avenue como una reconstrucción de la Ruta 68 y escuchar esas barrillas de papel, como se arrastran hacia el downtown; la siempre glamorosa 5Th ave., sus vitrinas Versace, Dolce & Gabbana, Armani, con espasmos neuróticos que reflejan la desolación de quienes pasan camino del supermercado. “A veces el mundo cambia”, dice una, ya resignada.., “solo por unos instantes”, responde la otra muy en lo suyo, siempre emperifollada, preparando el cambio de temporada, dejando todo listo para cuando todo vuelva a la normalidad. ¡Oh! y la Grand Central, lugar de añorados encuentros, ahora es una gélida pista de patinaje bajo una cúpula esmeralda de inviernos ya olvidados. Es el nuevo Manhattan, uno desolado y monocromático. Mientras Pepe Grillo conduce hacia el downtown (hacia el distrito financiero), yo observo las calles y avenidas que desaparecen a mis espaldas transformándose en confusos laberintos faunescos. En Chelsea las personas huyen. Familias cargan sus vehículos, subiendo pesados bolsos, frazadas, libros, containers de comida, juguetes, cajas de cervezas que hacen entrar en los ya ajustados portamaletas. Huelen con desesperación la tragedia hollywoodense, el inminente holocausto bacteriológico, mientras a lo lejos se escuchan algunas ambulancias creando el ambiente propicio para la escena. Otros, sin embargo, lo hacen con sonrisas de adolecentes camino al esperado spring break que ya no será. Conversan, miran el cielo, textean algo, ríen (sin mascarillas) y luego cargan, casi casualmente, un pequeño pack de cervezas. Cada uno en lo suyo. Un super del upper west side, me dice que más del sesenta porciento de los residentes de su edificio se ha marchado. Es lo mismo que me dice otro del downtown, en Tribeca. Entonces ¿Quienes se quedan? Es cosa de bajar al metro, para ver la osadía de los pocos que aún lo utilizan. Son todos rostros de morenos y de latinos errantes. Miradas angustiadas. El ocho de abril del año de la pandemia, el alcalde De Blasio, entregó una información muy triste para nuestra comunidad: los latinos (con el 34% de la población) lideran la lista de muertos en New York y son los que han presentado mayores síntomas de depresión durante este período de pandemia.

A mediados de abril, el alcalde cambió la palabra aconsejar, a la de obligar el uso de mascarillas. La necesaria medida, ha cambiado aún más el rostro de la ciudad. ¿Se han dado cuenta? Ahora ya no hay sonrisas en las calles. Se ocultan tras mascaras de tela, quirúrgicas, pañoletas y yo me siento cada vez más solo cuando camino. Entonces pienso que de nada sirven esos encumbrados edificios de formas desafiantes. De nada sirven esos parques de fantasía, ostentosos puentes y provocadores aromas que salen de los restaurantes si no hay personas que los aprecien y se sonrían al cruzarse con ellos. Son las personas y sus gestos tan humanos los que hacen esta ciudad. Soy un ser curioso por naturaleza y eso a veces se malinterpreta. Siempre he gozado ver las sonrisas pasajeras en las calles. La hermosa sonrisa de mi hija. La sonrisa es inalámbrica, nos acerca y entrega compañía, invade nuestro espacio con acogedora esperanza y no importa del país que seas, porque siempre viene con subtítulos de buenas sensaciones. Una sonrisa puede cambiar un momento de tu día solamente porque compartes tu espacio pasajero de la calle con otro humano.

¿Como sobrellevar esta nueva vida?

Neruda prefería que le negaran el pan, el aire, la luz, la primavera, con tal de que no le negaran la sonrisa de su amada. Benedetti hablaba de una revelación. Gabriela Mistral quería ser el motivo de una sonrisa. “A veces cinco minutos bastan para soñar una vida entera” (esa frase se la robé a Benedetti), pero a veces también una sonrisa junto a una mirada insinuante me ha hecho soñar una vida entera. Pero la mirada, ¿como sonreír tan solo con la mirada? ¿cómo volar sin la compañía de un sueño? ¿cómo arriesgarlo todo sin valor? ¿Un trapecista sin red? ¿Cómo hacer lo uno sin lo otro? No sé como sonreír solamente con la mirada. ¿Muevo una ceja? ¿Las dos? Se podría malinterpretar. Esto es algo que una profesora de artes escénicas me podría resolver inmediatamente. Pero no me resigno y pienso, pienso cómo enfrentar este desafío, mientras camino por Lexington, por la Tercera Avenida, y las personas aparecen y desaparecen sin dejar rastro alguno. Pienso en Marco Aurelio, pienso en Sun-Tzu, entonces me detengo y miro a mi alrededor, pienso en las húmedas calles de Talcahuano, en las secas avenidas de Santiago. Fijo mi mirada en el semáforo. Espero el cambio de luz, aunque no viene ningún vehículo. Un mendigo cruza la calle y me mira fijamente, pero con una mirada que siento amistosa; sí, ahora descubro que todo esto es una excelente oportunidad para abrirse a la mirada de un desconocido/a y jugar a descubrirla. Cazar y guardar sensaciones a través de esos espejos humanos que se mueven por las calles de Manhattan. Aprender a interpretar o leer un nuevo idioma, ese lenguaje no verbal.

Las mascarillas me ayudarán con eso.

Cuando pase el coronavirus (sí, porque pasará como todas las pandemias que han azotado la humanidad), quiero pensar que estaremos más atentos a las sonrisas. Quiero pensar que en estos momentos de sonrisas escondidas, nuestras miradas serán más abiertas. Es necesario hacer el cambio y sé que se hará porque una de las características de la sociedad neoyorquina es su inmensa capacidad de adaptarse a los cambios, su incontenible movimiento y lo harán porque en la practicidad de sus mentes saben que es necesario. “Deja que tu sonrisa cambie el mundo, pero nunca dejes que el mundo cambie tu sonrisa”, algo así decía el querido Bob Marley. No dejemos que el miedo y su séquito de inseguridades nos cambie. No dejemos que las mascarillas borren la bella forma de nuestras sonrisas. Corramos por las calles a descubrir miradas y cuando el tiempo del miedo y la pandemia acabe, cuando nos zafemos de estas máscaras, transformemos la gran ciudad, sus calles, avenidas, plazas, rotondas, oscuras callejuelas, extrañemos todo y transformemos todo con nuestras sonrisas humanas.


Photo by: Zach Muhlbauer ©

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