Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
daniel campos cronica
Photo Credits: Bernal Saborio ©

Sondear profundidades en el Golfo de Nicoya

Sondear las profundidades de las personas requiere atención, sensibilidad, apertura y paciencia.

Veinte viajeros en camino a la Reserva Cabo Blanco abordamos el ferry en Puntarenas un viernes de mañana y este zarpó rumbo a Paquera, en la Península de Nicoya. La mayoría recién nos habíamos conocido.

Yo viajaba cerca de la proa con José Pablo y Warner. Observábamos la península al frente, las islas del golfo a estribor, y la silueta azul del Cerro Turrubares a babor, en la lejanía. Intentábamos identificar las islas y narrábamos viajes anteriores a la península cuando se nos acercaron Liliana y Lara a tertuliar. Empezábamos a tantear amistades.

Durante el trayecto en buseta de San José a Puntarenas, yo había conversado un poquito con Liliana por lo que sabía que era colombiana de madre brasileña y emigrada a Costa Rica. Me había dicho que su último trabajo se lo había facilitado su fluidez con el portugués por lo que inferí que trabajaba con lenguas.

Sin embargo, mientras mirábamos las aguas grises del golfo aquella mañana nublada de brisa leve, ella observó un cambio de textura y color en la superficie del agua. Parecía una mancha oscura marcada por diminutos pliegues. La señaló y nos explicó:

—Se debe a un cambio de salinidad en el agua. Allí se agrupan cardúmenes y por ello las aves la sobrevuelan para pescar.

La miré con admiración. En realidad, explicó, se había formado como bióloga marina en Colombia y Costa Rica y había viajado como investigadora a muchos lugares, desde Nicaragua hasta la Amazonía. Días después, en una caminata por el bosque seco, me contaría que en Colombia había estudiado en un colegio alemán e incluso había viajado de intercambio estudiantil a Alemania, por lo que además del español, portugués e inglés, hablaba el alemán. Y se le iluminaban los ojos amorosos cada vez que hablaba de su hija de dos años. Poquito a poco, descubriría su profundidad.

Mientras navegábamos a través del golfo, Lara nos contó que había nacido en Brasil y emigrado a Costa Rica con su madre mineira  y su padre tico. Era profesora universitaria de lenguas modernas y traductora. Días después nos contaría sobre las muchas lenguas que habla, incluyendo el eslovaco, lengua que aprendió mientras trabajaba como profesora de español en Banská Bystrica, un pueblito de montaña en Eslovaquia. Reservada y de mirada inquisitiva al principio, también esperaría su momento para demostrarnos su pasión por Odissi, la danza clásica de la India que ha practicado por años. Y en un momento culminante de nuestra gira, nos conmovería desde los versos iniciales de su poema “Las compositoras”:

En la mañana de la vida
cuando quise asomarme al piano
me quebraste los dedos
uno a uno los partiste
pero seguí tocando

Su poesía nos revelaría la profundidad de sus sentimientos y su actitud solidaria.

Warner por su parte, alto y de porte atlético, vestía su gorra con la visera hacía atrás, como se acostumbraba en los años noventa, y conservaba su aire juvenil de jugador de básquetbol. De sonrisa afable, portaba consigo una alegría espontánea que repartía generosamente, como en aquella travesía a través del golfo. En los días subsiguientes, nos haría reír a carcajadas con su buen humor. La actitud lúdica me pareció su característica más notoria. Por ello, cuando nos contó sobre su vida familiar con su bebita y su esposa, quien la había “dado permiso” de ir a Cabo Blanco, lo imaginé jugando con ellas en su hogar. Aparte de ser ingenioso, amaba a su familia.

Juan Pablo tenía mirada cálida. Joven ingeniero industrial, en su época universitaria ya había hecho un voluntariado en el sector de Cabuya en Cabo Blanco. Ahora regresaba para explorar el sector occidental de San Miguel con nuestro grupo. Había pasado por algunos amores y desamores y ahora se sentía libre y con ganas de disfrutar. Congeniamos de inmediato por lo que de forma muy espontánea después seríamos vecinos de camarote en el albergue en Cabo Blanco. Entre caminatas por el bosque, natación en el mar y buceo con snorkel en las piscinas naturales de Playa San Miguel, nos haríamos buenos amigos. Entonces me contaría sobre su vocación por la docencia, que ya empezaba a ejercer en la Universidad Técnica Nacional. Deseaba inspirar a sus estudiantes a encontrarle un propósito integral y social, no solamente técnico, a sus labores.

Todas esas profundidades las sondearía poco a poco, como si sondeara las aguas del golfo, al tomarme el tiempo para percibir y sentir a estas personas que compartían travesía en la proa de un ferry conmigo.


Photo Credits: Bernal Saborio ©

Hey you,
¿nos brindas un café?