Son las cuatro y media de la tarde. Les he dicho a mis estudiantes que vamos a terminar la clase cinco minutos antes. Trabajo en un Community College. Ellos se sientan en las aulas y sonríen, bromean sobre sus vidas aunque les haya tocado crecer demasiado rápido. Tal vez tú no lo sepas, pero se levantan a las cuatro de la mañana para descargar cajas en un almacén o reponer productos en supermercados. Pintan apartamentos, preparan sándwiches, son cajeros, planchan ropa, limpian baños, cortan verduras, cuidan de niños y mayores. Y acuden a clase cada día con sus lapiceros, sus bolígrafos, sus mochilas, en primera línea de guerra, para aprender, para estudiar, para sacar a sus familias adelante.
Estamos en la plaza de Ícaro, en el barrio de Wall Street, pancartas y silencios. Hoy es cinco de septiembre.
De repente, no he podido evitar recordar tu rostro. Estamos haciendo cola en el aeropuerto de JFK, acabamos de regresar de un viaje de estudios en España. Es el último día de julio del verano pasado. A ti y a mí nos han puesto en una fila y al resto de los estudiantes en otra. Yo tengo un visado de trabajo y tú sostienes, en tu mano nerviosa, un advance parole, un permiso de salida. Es la primera vez que viajas fuera de los Estados Unidos desde que llegaste de México a los seis años, ahora tienes veintidós. Mientras esperamos, hacemos chistes para ahuyentar al miedo. Si te retienen me voy a quedar en la puerta de la oficina de policía hasta que te saquen, tengo números de teléfonos de abogados, de tu madre, de tus amigos.
El oficial me ha llamado y tú estás justo enfrente de mí, hablando con otro inspector. Te he visto agachar la cabeza y marchar con él a ese cuarto oscuro donde interrogan a la gente. Te ves tan pequeña entre tantos hombres gigantes.
La procesión comienza a marchar. Apenas terminó agosto y hace mucho calor. Chamber Street nos ve avanzar. De repente alguien comienza a gritar.
Ahora estamos en un teatro dentro del Museo de Historia Natural, es noviembre y uno de tus amigos presenta un documental. Es la historia de Renata, Evelyn y Antonio. Los padres de Antonio se auto deportaron, ya no pudieron soportar vivir con miedo. La familia de Evelyn y la de Renata fueron capturadas por la migra, se los llevaron a todos, a todos. Los tres crecieron solos en Estados Unidos. La pantalla muestra el muro fronterizo que separa los dos mundos. Los jóvenes están del lado gringo y a través de los barrotes de hierro abrazan a sus madres. Es el más crudo epítome del exilio y la soledad.
Avanzamos por la avenida hacia City Hall. Somos y venimos de diferentes lugares pero nos convertimos en una sola voz: Undocumented—unafraid…. Undocumented—unafraid!!!!
Angélica tenía miedo de no poder despedirse de sus abuelos, los dejó siendo una niña. La recuerdo porque siempre se sentaba en la primera fila de clase. En enero me escribió, me contó que pudo salir, que pudo reencontrarse con ellos, al menos por una vez, tal vez la última. Ahora ya nadie puede abandonar el país.
Nuestros gritos se escuchan por toda la avenida, se escuchan más allá de Wall Street, más allá de los despachos de los que saben de números y cifras, de las oficinas siempre iluminadas que cada día me ven pasar. Se elevan sobre los hombres que trabajan en la construcción en los tejados, con su música de Compay Segundo, sobre la madre de Flor que vende helados en una calle de Queens, sobre Don Miguel, que a sus sesenta y tantos recoge basura en el Bronx por menos de 9 dólares la hora. Sobrevuelan el cielo más allá de todos aquellos que no tienen voz. The people united will never be defeated!!…. ¡¡El pueblo unido jamás será vencido!!
Hemos cruzado City Hall y hemos llegado a Foley Square en bandada como un solo ser. Hay policías por todas partes. Te busco y allí estás, con tus amigos, chicos y chicas de tu misma edad, sentados en círculo en el suelo, agarrados de la mano. Fuisteis los primeros en estudiar de vuestras familias, sois los soñadores, los niños viajeros, los luchadores, sois el sueño americano hoy hecho trizas.
“Soñábamos con utopía y nos despertamos gritando”, clamaban los jóvenes infrarrealistas de Roberto Bolaño en 1976. Hoy es cinco de septiembre y vuestro país os ha defraudado. No dejaremos que volváis a las sombras. Las calles, las avenidas, los parques, los tribunales, los despachos, los puentes, serán nuestros testigos. No permitiremos que dejéis de soñar.
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