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arturo serna
Photo Credits: Pavel Kalashnik ©

Soledad y poesía

Dice Flaubert en una carta a Roger de Genettes: “No existiendo ya los dioses, y no existiendo todavía Cristo, hubo, desde Cicerón a Marco Aurelio, un momento único en que el hombre estuvo solo. En ninguna parte encuentro esta grandeza…”.

Dios fue el bastón para enfrentar el dolor y el misterio (siendo Dios un misterio, también). El hombre que buscó a Dios nunca estuvo solo. Tiene razón Flaubert: el único periodo en el que el hombre estuvo solo fue entre Cicerón y Marco Aurelio. En esa época no hubo dioses griegos ni existía aún el dios único del cristianismo. Antes o después, el hombre se apoyó en la compañía de algo o de alguien para salvar su soledad.

Imagino a Lucrecio, por ejemplo, construyendo ese imbatible y curioso sistema materialista (De la naturaleza de las cosas) para enfrentar la soledad. ¿Es el poema de Lucrecio un escudo contra la soledad? ¿Es el poema un canto desde la nada, frente al vacío? ¿Es la poesía un inútil y frágil instrumento para luchar contra las sombras solitarias del mundo íntimo? En este caso, la poesía se piensa como un asilo frente a la soledad. Se parte del supuesto de que la soledad es un martirio o un pesar. Sin embargo, si pensamos a la soledad como vehículo o libertad, la poesía no es un refugio, no es una huida. La poesía solo traslada al verso la relación sensible y cognitiva con el mundo, es una herramienta del arte para exponer la extrañeza y la singularidad de una visión del mundo. Lo que ha compuesto Lucrecio es un canto alucinado y estridente sobre el cosmos, el placer, el amor y el azar.

Y la soledad no es una batalla sino un estado necesario, una situación de felicidad, de hallazgo, de mejoría. A veces, estar entre otros trae inquina, rechazo y maltrato. La soledad es la calma posible en el submundo o, directamente, en el subte.


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