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Mario Blanco
Photo Credits: Kelly Short ©

Ella sobrevivió a un fusilamiento masivo

Corría el año 1970 y habíamos terminado la fase de preparación ideológica revolucionaria, que consistió en un periodo aproximadamente de un mes cortando caña en el central Manalich, cerca de Ciudad de La Habana. Fue como un filtro de depuración para los más débiles de carácter, una prueba de estoicismo, voluntad, y resistencia ante las dificultades que se pudieran presentar en la vida. No solo trabajábamos durante 12 horas diarias, sino que varias veces nos levantaban de madrugada para realizar el corte a la luz de la luna, y así valorar nuestra disposición a esforzarnos para triunfar en nuestros objetivos. Cosas del socialismo utópico.

Un fin de semana de regreso a Ciudad de La Habana, ocupamos nuestros albergues respectivos, y entonces el lunes en una gran plenaria supimos a qué países iríamos a estudiar según la elección de nuestras carreras. Mi pasión eran los barcos y por eso había decidido estudiar ingeniería naval. Pues bien ese día un grupo de diez muchachos supimos que iríamos a Polonia a alguna de sus universidades, y otro grupo de unos doce a quince alumnos que irían al mismo país a estudiar para ser técnico medio naval.

El grupo de las democracias, como se le llamaba entonces a quienes íbamos para Polonia, Rumania, Checoslovaquia y otros países distintos a la Unión Soviética, recibió junto las clases de ciencias. Luego, divididos en subgrupos según los países, nos avisaron que íbamos a recibir las clases del idioma correspondiente.

Hasta esa fecha no se había podido conseguir por el centro una profesora que enseñara el polaco. Al siguiente día, después de las clases de ciencias, nos informaron que tendríamos la primera de nuestras sesiones en aquel idioma, del cual no teníamos la menor idea.

Entró a nuestra aula con su sonrisa abierta, una mujer rubia, de unos cuarenta y cinco años, bien hermosa para su edad, de muy alta estatura y delgada casi como una modelo, dándonos los buenos días en polaco: Dzien Dobry, palabras que sonaron en nuestros oídos, como una mezcla de raros y afectuosos zumbidos de abejas y avispas, y que no dejaríamos de escuchar en unos buenos y largos años. Danuta Pekowa se nos presentó con una dulzura que jamás olvidaríamos, y con entusiasmo inigualable comenzó desde cero a enseñarnos su difícil lengua natal para la cual nuestros oídos no estaban adaptados. En ese entonces nos enseñaban ruso y algo de francés e inglés. Sin embargo nosotros íbamos a intentar aprender el idioma polaco.

Aquella abnegada mujer se dio a querer tan fácilmente, que hasta los sonidos, al principio raros de su lengua, comenzaron a volverse cercanos y agradables a nuestros oídos, y su esfuerzo fue paulatinamente premiado a medida que aquella masa de estudiantes aprendía a la vez parte de la cultura polonesa y de la historia de aquel país. Un día comenzó a hablarnos de su vida y formación. Nos dijo que había estudiado medicina aunque solo la ejerció unos pocos años. Estuvo en Yugoslavia donde aprendió el servo-croata, se había casado con un búlgaro, del cual además de concebir un único hijo también aprendió la lengua. Había llegado a Cuba después de varios años en Europa durante los cuales había aprendido también el francés y el inglés, y el clima la fascinó. Al cabo de un tiempo conoció a un cubano que trabajaba como traductor y ya hablaba bastante bien el español con solo un año de residencia. Nuestra Profe era una políglota por excelencia.

Danuta nos preparó en el idioma polaco para evitarnos llegar “desnudos”, como decimos los cubanos ante el desconocimiento de algo, a su país y permitirnos, como estaba establecido, y como fue, realizar positivamente la verdadera preparatoria de los extranjeros en Polonia, necesaria para iniciar una carrera universitaria. Sus enseñanzas nos sirvieron extraordinariamente, llegamos avanzados a aquel curso inicial en la bella Polonia, y fue casi un paseo alcanzar las nuevas herramientas idiomáticas que nos servirían para comenzar en nuestro caso, la Politécnica Superior.

Pero justamente antes de terminar nuestro curso en Cuba, Danuta nos hizo una revelación de su vida que no conocíamos. Nos dijo: “ahora en este último día de clases quiero hacerles llegar otro mensaje. Yo estudié en mi país, y en mi curso había varios extranjeros que pasaron mucho trabajo por la dificultad de la lengua y el alto nivel de los estudios. La mayoría renunció a su carrera, en parte por no querer esforzarse en la vida ante las dificultades. Y hoy les voy a contar otra parte de mi historia”.

Después de la pausa reglamentaria, durante la cual fumaba como de costumbre uno de sus cigarrillos, comenzó a contar: “Durante la Segunda Guerra Mundial -todos saben que los alemanes la comenzaron por Polonia en un lugar famoso llamado Westerplate- transcurridos ya varios años, en 1944, los nazis llegaron a nuestra pequeña aldea, siendo yo una niña de unos 8 años, y comenzaron a exterminarnos. Al final nos reagruparon a las pocas familias que nos habíamos escondido, y fusilaron a todo el grupo para luego marcharse dando por arrasada la pequeña aldea. Los guerrilleros polacos que se encontraban cerca, al oír el estruendo vinieron en nuestra ayuda y me encontraron aún viva. Me atendieron sus médicos y pude salvarme, aunque no pudieron extraerme un plomo que se me alojó cerca del corazón, y que todavía llevo conmigo. No les cuento esta historia para que sepan de mi vida personal sino para que valoren las dificultades que tuvo que enfrentar un ser humano, huérfano y con una bala cerca de su corazón, para que sepan que venció estas dificultades y muchas otras más que no les enumero, y llegó a terminar los estudios superiores sin amilanarse ante los retos y problemas de la vida. Espero les sirva de ejemplo mi actitud, para cuando en Polonia, mi país, se sentirán presionados por la dificultad de los estudios”.

En más de una ocasión, cuando estuve a punto de dejar los estudios en Polonia, recordé la historia ejemplar de nuestra Profesora Danuta, y las palabras de aquel día, que fueron fuente de estímulo constante para culminar la carrera. Palabras, ejemplo e historia que no olvidaré jamás.

Cuando regresé graduado de Polonia la visité una vez en su apartamento en el municipio Playa, en Ciudad de La Habana, y me contó que había perdido a su único hijo en Europa debido a un accidente automovilístico. Las desgracias no habían terminado para Danuta, pero su espíritu de vida seguía incólume. Entonces se dedicaba a la orfebrería, seguía casada con el traductor y hablaba un español-cubano perfecto.


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