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Cubierta NADIE SABE DoNDE ESTUVIMOS - Luis Benitez

Sobre «Nadie Sabe Dónde Estuvimos», de Luis Benítez

“Solo queda una arruga sobre el tiempo” (*)
Alberto Vanasco

Afirmar que ser poeta no es cómodo (ni debe serlo) es una obviedad. El poeta de estos tiempos (casi cometo la imprudencia de decir “verdadero”- palabra pretenciosa e inútil en este caso) tiene ante sí el doble compromiso de ser un hombre de su tiempo y de enfrentar el lenguaje activa y conflictivamente, para arrancar de su entramado aquello que, por comodidad, ignorancia, interés o cobardía, permanece oculto entre sus pliegues.

Ser poeta no es cómodo porque este compromiso, más que percibido, es vivenciado como una necesidad impostergable cuya expresión se impone con la puesta en acto y en acción, simultáneamente, de dos verbos que adrede podríamos adjetivar: sentir profundamente y pensar lúcidamente. Esta doble exigencia es asumida por Luis Benítez, quien sabe muy bien en qué aguas va a navegar pero asume el riesgo y logra que sea la poesía la que salga ganando en la partida. Todo poeta sabe, no siempre de modo total y consciente, el precio que paga por estos desafíos.

Quienes conocemos a Benítez y su obra sabemos que lo sabe, que es plenamente consciente y que no sólo sostiene la apuesta sino que la eleva y profundiza. Es el caso de este nuevo libro, de lectura imprescindible para quien ame la poesía sin melindres ni temores.

Si ya uno de los epígrafes los versos finales de The Crook and The Poem, de Aeronwy Thomas (a quién también dedica el libro, hija del célebre poeta galés Dylan Thomas), nos dan una pista (o una advertencia) del devenir tonal de Nadie Sabe Dónde Estuvimos, los dos primeros versos del libro dan fe de lo dicho; cito:

“lancé mi piedra a lo desconocido
y rompí la ventana del idioma”

y enseguida:

“lo que estamos viviendo ahora es un retroceso”

En los desaguisados del mundo que hoy transitamos, en sus horrores y desequilibrios, Benítez aborda valiente y vehementemente su poética, la de encontrar el equilibrio que une lo grande y lo pequeño, lo abisal y lo ínfimo, el pasado y el presente, la realidad y el mito. Allí desarrolla magistralmente el despliegue de su yo poético, con una mirada abarcativa, de gran bagaje cultural, con amplios intereses y conocimientos, que transitan desde el Bahagavad Gita y la imaginaria vejez del personaje mítico de Arjuna (léase Aryuna, el arquero hindú devastador de ejércitos, que conversa con el dios Krishna para zanjar la disyuntiva entre moral y deber y decidirse a entrar en la batalla) hasta las enigmáticas profundidades de la cosmología.

No nos debería sorprender si entre la diversidad de contenidos que aborda la poesía de Benítez, en este libro hubiese aparecido algo del estilo de lo que dijo un grupo de investigación, cito: “El Antropocene Working Group confirma que las emisiones a la atmósfera de CO2, (el principal gas del efecto invernadero de origen humano) están aumentando a la tasa más elevada en los últimos sesenta y seis millones de años”.

Es que el poeta, como el demiurgo que lee en las tripas de un animal sacrificado o en las trazas del vuelo de un rapaz, ve descarnadamente la señal del fin de una era; cito:

“experimento fallido que dotó al mono
de álgebra y cierto discreto romo muy discutido encanto”

En la multiplicidad temática del libro de Benítez haya tal vez que buscar la compleja hondura que expresan sus fulgurantes textos poéticos. Unificados por un estilo claro, un lenguaje rico y preciso, la sombría mirada del poeta delinea tanto la verdadera estatura del humano de estos tiempos, el dios caído en la mención de Hölderlin (versos finales del poema La Vejez de Arjuna), como la amenaza galáctica que desde un agujero negro súper masivo proyecta el rayo devastador que a su paso nada dejará en pie.

En cuanto al procedimiento, hay una gran variedad de recursos estilísticos donde se destaca la maestría en el enrarecimiento del discurso, ese efecto que nos desplaza desde un hecho, un objeto o una circunstancia natural, o cotidiana y simple (como pueden ser la presencia de un acuario o un caminito de hormigas) hasta la sensación de extrañeza por la lenta aparición de lo inesperado.

Los poemas, en su gran mayoría con una extensión que permiten desarrollar la idea y escandir el clima poético, carecen de signos de puntuación, dejando al lector hacerse cargo de la cadencia de los textos, que pueden transitar el formato de verso libre, de la prosa poética o del texto continuo separado por barras.

También se debe destacar el uso de la ironía, un recurso que ya hemos visto en otros libros del autor; aquí la ironía que no cae ni se aproxima a los facilismos de la burla, es una jugada dolorosa, una manifestación de la tristeza (los poemas Un buen capitán garfio con hielo: última receta para ser feliz; Taxidermia; El viejo Frankenstein o Zombies en la avenida testimonian el uso de este medio expresivo).

La temática de Benítez, como el vidente de Rimbaud aquí multifacético, deja casi nada sin tocar, incluso hasta la posibilidad de descreer de la palabra y de la voz (“hoy el poeta es casandra sí pero drogada”, pág. 59) y lo hace con ojos impiadosos, con un soberbio lenguaje poético, sin remilgos ni miramientos, sin la falsa ternura y el gemir lastimero que suelen exhibir los débiles de corazón o los insensibles de espíritu.

Sin embargo Benítez nos deja una pequeña luz, un resquicio en su lúcido sentido de la desesperanza, en diálogo con un poeta a quien respeta y admira, Alejandro Schmidt. Lo menciona en el epígrafe de Lengua de los dioses, donde lanza, al imposible lugar de los que ya no están, la que podría ser una última y vana expectativa, cito un par de fragmentos de este poema:

“la nuestra es una conspiración sintáctica
y quien reordena las palabras
está ordenando el mundo”

y

el tiempo es mentira el espacio una ilusión
y como dijo una en su momento
leer poesía es otra forma de la telepatía”

 y cierra con este interrogante:

“por eso es que yo quiero saber si vos hablás
si vos entendés la lengua de los dioses”.

Muchos otros textos de este libro pueden ser vistos en clave de diálogo, con el lector, entre el autor y su fantasma, el del autor con su otro yo sin su máscara. Otro diálogo, en absoluto sencillo y nada liviano por cierto, es el que entabla como un hijo de esta tierra con su querida y sufriente patria, en Tuviste varios horizontes país.

Hay mucho más para detenerse y analizar en este notable libro de Luis Benítez que escapa a la necesaria brevedad de toda reseña; este volumen, de los más de cuarenta libros, entre poesía, prosa y ensayo, escritos por el autor, amerita por sí solo un trabajo ensayístico. No tengo dudas de que la academia está en deuda con el estudio de la obra de Benítez, un corpus literario trascendente en la literatura argentina de estos años, especialmente con su poesía.

Señalaba Rilke: la belleza es el primer escalón de lo terrible. Nada más justo para definir Nadie Sabe Dónde Estuvimos, cuya lectura recomiendo fervorosamente a todo aquel que aprecie la poesía, el más alto don de la palabra, como una fuente reveladora de conocimiento, de verdad y de belleza.

Nadie sabe dónde estuvimos fue publicado por el sello argentino Palabrava, dentro de su Colección Rosa de los Vientos, ISBN 978-987-4156-28-0, Santa Fe, Argentina, 2021. Editorial Palabrava tiene por directora a la poeta y narradora Patricia Severín y su codirección está a cargo de la Lic. Viviana Rosenzwit.


Web: www.editorialpalabrava.com.ar – Facebook: https://www.facebook.com/palabrava/ – Instagram: https://www.instagram.com/editorial_palabrava – Mail: [email protected]

(*)Alberto Vanasco, Horizonte del Ser, Ed. Canto Rodado, 1962.

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