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Sin vuelta de hoja

Para lo que han quedado los libros. Materia prima del arte conceptual, cuando convertidos en objetos tallados, intervenidos, puestos a decir cosas muy distintas a las que decían originalmente.Han perdido el orgullo de saberse portadores de las verdades más confiables, los libros de antes.Porque para llegar a libro, tenía que ser verdad. Tanto que aun para los lectores, que cada vez son menos, e incluso para los no lectores, esto sigue siendo de alguna manera cierto. Las bibliotecas siguen inspirando respeto, son símbolo de sabiduría… por eso los decoradores aun usan libros para darle calidez a un espacio o visos de cultura al dueño de casa, y los rescatan del olvido, para tapizar las paredes de erudición ficticia. O los escenógrafos en el teatro, que enmarcan de credibilidad atmosférica, tantas obras escritas hace tiempo, utilizando cientos de libros en el decorado. Un recurso fácil y muy eficiente.  Y no solo por su carga simbólica, sino porque al terminar la producción, los libros simplemente se desechan como basura, sin que nadie haya osado abrir alguna de sus páginas amarillas como para defenderlos del desprecio.

Los libros de antes, aunque aún sirven para satisfacer la perversa curiosidad del estudioso, que los busca en los mercados de antigüedades, libreros callejeros o bibliotecas y universidades… ahora viven un dramático declive que los ha transmutado en objeto decorativo, y es así que se han ganado su nuevo lugar en la industria del engaño, sirven para hacer creer, para que parezca, aunque no es. Ya no para comprender ni saber. Gestos elocuentes de las oscuras precariedades de nuestra confusa cosmogonía actual.

Tal vez por eso, las obras de arte hechas a partir de libros o las escenografías armadas de libros, me hacen sentir de alguna manera incómoda. Me resulta perturbador sentir lo que percibo como un irrespeto, a lo que el libro guarda, ¿qué dirán esas páginas ahora todas sus líneas calladas, puestas al servicio del frívolo engaño de las apariencias? ¿Qué podría sentir el escritor de ese libro, que ahora solo sirve de adorno? ¿… o de símbolo de alguna cosa que nada tiene que ver con lo que dicen sus páginas?

A pesar de esa muerte anunciada, los escritores siguen esforzando la vida por publicar sus libros… por llenar páginas de poemas, de inventos y verdades, de historias que pasaron, que están a punto de suceder, apostando a que llegarán al corazón de algún lector. Siguen produciéndose best sellersy también buena literatura, pensamiento, luz, comprensión que solo se consigue en los libros que vale la pena leer. Y tambiénsiguen apareciendo ediciones de los libros de siempre, que esperan por ser descubiertos en las librerías que sobreviven, para beneplácito de la gente que acude, que es cada vez más parecida, homogénea si se quiere, porque es un cierto tipo de gente, la que aun acude a las librerías. ¿Se podría decir entonces que, a pesar de Wikipedia, Google, Instagram… el libro está vivo y con ganas de seguir?

Muchos de los niños y adolescentes que conozco, leen y con mucho interés, a pesar de los teléfonos y las tablets, y ese es un esfuerzo que hay que reconocerles a las escuelas. Pero según un estudio reciente del Pew Research Center, casi uno de cada cuatro estadounidenses, no ha leído un libro en el transcurso de un año. Para cotejar semejante aseveración, Jimmy Kimmel envió su equipo de reporteros de calle a hacer una entrevista a peatones escogidos al azar. Can You Name a Book? ANY Book??? Es el título del video que se puede ver en youtube. Ninguno de los peatones logró nombrar un solo libro. Los más jóvenes se reían nerviosos cuando se sorprendían de no poder encontrar el nombre de algún libro, uno, aunque sea uno. Un señor de cierta edad, dijo sin que nada le quedara por dentro, que había leído “El Rey León”.  Un joven leyó “El libro de la Selva”. Luego dudó, tal vez era una película. O ambas cosas. Bueno. No estaba seguro. ¿Las revistas cuentan? Preguntó otra. El más seguro de todos, había leído a Moby Dick, el artista que escribió el libro “Horse”. Una antigua bibliotecaria tampoco logró nombrar un solo libro. El entrevistador insistió por saber entonces el nombre del último libro que habían leído los entrevistados, y varios coincidieron en decir que era Dr. Seuss… verbo y gracia, literalmente, de Theodor Seuss Geisel, autor norteamericano de más de 60 libros para niños, desaparecido ya hace casi 20 años. Sus libros infantiles son de los más populares de todos los tiempos, 600 millones de copias vendidas, al momento de su muerte, traducido a más de 20 idiomas y con múltiples versiones para cine y televisión.

Lecturas de infancia. Cuentos para niños. Hasta ahí llegamos. Y así seguimos. Como niños. Comiendo papitas fritas y kétchup. Eso es lo que queda en las calles de hoy, gentes que caminan sin levantar la vista de sus teléfonos. Gentes que no dejan de leer. Adictos a la lectura, de lo que se postea, dicho con pocas palabras, muchas imágenes, como un cuento infantil, hasta las peores noticias, cualquier tema y ninguno, y así todo el mundo se entera de todo y no sabe de nada. ¿Analfabetos, iletrados, incultos, son los que hacen vida sin la asistencia de los libros? ¿O es esa, otra cultura que apareció para quedarse, sin vuelta de hoja y los analfabetos son otros?

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