Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
mexico 35mm
Photo Credits: MaxDeVa ©

Simulacro de ayuda

Pues sí, ha pasado casi un año del terremoto del 19 de septiembre en México, y 33 de aquel otro, del mismo día, pero de 1985, y aún se escucha en mi oído la alerta sísmica. Esto me pasa todas las noches antes de dormir.

Como a las 11:05 p.m. me comunicaron con el Dr. Álvarez, uno de los psicólogos que  atiende a personas por teléfono si marcas al número que termina con 11 11, el que todos los mexicanos conocemos, y dices que alguien te comentó que en esa línea podías recibir ayuda de un psicólogo, gratis. La espera no es larga, no más de dos minutos. Te contesta una mujer muy amable, te da las gracias por llamar. Primero realizan una serie de preguntas formales, de información personal y el motivo por el cual has llamado. Luego te sugieren visitar uno de los dos centros de salud que se encuentran en la delegación donde vives. El costo en estos centros es por terapia, y es económico, dice la mujer en la línea. Apunté las dos direcciones, pero sólo una me conviene, San Simón # 94 colonia Portales. Me queda muy cerca. Pienso que puedo ir. Pero primero necesito hablar con un psicólogo, le digo a la mujer, necesito desahogarme. Me urge decirle que tengo mucho miedo, que estoy estresado. Le quiero preguntar qué debo hacer para dejar de tener temor, dejar de escuchar la alerta sísmica. Entonces la mujer muy cortés me pide que espere en la línea, me comunicará con un psicólogo disponible. En breve, el Dr. Álvarez me contesta con una voz muy tranquila, como si no tuviera prisa para dormir. Algo me dice que el doctor no está en un hospital, o en una clínica, en un consultorio, o en un centro de salud de esos al que me recomiendan ir por terapias. Pareciera que el doc está en su casa, en la sala, que viste pijamas y pantuflas, y que sobre una mesa de esquina hay un teléfono donde le entran las llamadas que le transfieren desde otra casa.

–Buenas noches. Doctor Álvarez. ¿En qué le puedo servir y con quién tengo el gusto?

–Buenas noches, doctor Álvarez, gracias por tomar mi llamada. Mi nombre es, (le doy mi nombre). Pues mire, ¿por dónde empezar? Es que llevo meses, varios, escuchando la alerta sísmica y tengo mucho miedo. Vivo atemorizado porque pienso que va a temblar.

Hace 33 años estaba en el baño, me preparaba para ir a la escuela. De un momento a otro pensé que estaba mareado, el cuerpo se me movía en círculos mientras intentaba atinar, inútilmente, el manantial en el excusado. Y afuera, mi madre le gritó a mi padre, “¡César, está temblando!”. Fue la primera vez que mis reflejos registraron un grito de alerta durante un temblor, la primera vez que mi entendimiento perfeccionó la alusión al movimiento telúrico y el momento en que mi memoria se disparó a registrar con detalle los terremotos. Tenía 6 años, iba en primero de primaria. Vivíamos en Tlatelolco, en el edificio Durango de la tercera unidad. La sacudida pasó, la tierra se tranquilizó y mi mamá me vistió con el uniforme de educación física. Salimos, ella con la intención de ir a la escuela que está junto al edificio para verificar si las clases se habían suspendido. Yo iba por inercia, registraba los pasos. En la entrada del edificio esperé, miré inexpresivo el panorama del cuadro, el cielo era entre gris y azul. El frío mañanero de septiembre me calaba los huesos. La gente corría, andaba de un lado a otro, había niños desnudos, algunos tapados con cobijas, señoras en estado de histeria rezaban. Poco a poco comencé a asimilarme dentro de la tragedia, y de repente mi mamá llegó; me tomó de la mano. Las clases se habían suspendido, obvio. Y nos fuimos a ver que había pasado en el Nuevo León, alguien dijo que se había caído.

–No es justo, doctor Álvarez. No quiero vivir con temor todos los días. Yo no tengo preparada esa mochila de emergencia. Si la tuviera, me moriría de terror por el simple hecho de verla ahí, en la esquina de la sala, esperando a que tiemble para que su existencia tenga un sentido.

El año pasado, minutos antes del terremoto, yo estaba cuidando a los alumnos de secundaria. Tomaban un examen de matemáticas. Echaban relajo y los regañé. A uno le quité el teléfono celular porque está prohibido sacarlo durante un examen. Cuando un alumno de primero me dijo que su banca se estaba moviendo le grité para que guardara silencio. Otro gritó, “Profesor, está temblando”. Miré las lámparas del techo, era verdad, todo se movía de lado a lado como si estuviéramos dentro de una campana. Los muchachos gritaron y comenzaron a salir del salón envueltos en un desorden total. Traté de dar indicaciones, las apropiadas para la situación, y me esperé en la puerta hasta que el último alumno abandonó el salón. Estábamos en el tercer piso. Un colega se me acercó y me dijo, “Sí está fuerte”. Y en ese preciso instante el edificio comenzó a brincar,  a vibrar, se movía en círculos y parecía que se iría de lado. Cuando ya no había alumnos en los salones, mi colega y yo nos dirigimos a las escaleras. Saqué mi teléfono y le mandé un mensaje de voz a Paola, le dije, “Está temblando horrible. Estoy bajando las escaleras. Parece como sí la escuela se fuera a caer”. Evacuamos: profesores, alumnos, personal de apoyo y el personal religioso. Estábamos en Polanco, allá la alerta sísmica no sonó antes del temblor. Los helicópteros comenzaron a sobrevolar la ciudad, las sirenas de las ambulancias se escuchaban a lo lejos. La señal en los celulares se saturó, no me pude comunicar con nadie más.

–¿Sabe qué decían los aztecas de los terremotos, doctor? Que sucedían porque a veces al esconderse el sol por debajo de la tierra, o sea por el horizonte, éste chocaba con ella. Algo así como un gol de cabecita, para que me entienda. ¿Y sabe qué le hacían a sus niños, los aztecas? Cuando temblaba los cogían con las dos manos por las sienes y los levantaban. Decían que si no hacían eso los niños no crecían y que el terremoto se los llevaría. Bueno, esto lo leí en un artículo, de un periódico. Creo que es sacado de códices prehispánicos.

El temor de vivir con el constante pensamiento, o el augurio de un temblor, no es nada placentero. El sonido de la alerta sísmica regresa a uno cada vez que escucha un silbato, una canción. Hasta cuando se mueve un ventilador uno piensa que está temblando. En los días que siguieron al terremoto de 1985, y a su replica un día después, todo Tlatelolco olía a gas, a sangre, a quemado, a fierros retorcidos. El año pasado el hedor era muy similar en toda la ciudad. A este trauma se le agrega el moderno sonido de la alerta sísmica. Este terremoto nos tocó a todos otra vez. Nos unió para ayudarnos y recordarnos que aquí estamos para cuando nos necesitemos.

–Usted sabe muy bien, doctor. Hoy en día todo México huele a algo. En terrenos del norte si uno escarba encuentra huesos. Acá en la capital escarban y encuentran vestigios de pirámides. En el sureste encuentran, ¿qué encuentran por allá?, ¿usted sabe? ¡Ah sí!, combustible. Mire doctor, yo le llamé para decirle que tengo mucho miedo. Que a cada rato escucho esa alerta sísmica, y que después de todos estos meses no sé que hacer para olvidarme del terremoto. Le soy sincero, yo no tengo plan de emergencia. Ya le dije que ni la mochila esa tengo preparada. No es justo, doctor. No es justo. Uno no puede vivir tranquilo, hay tanto miedo a la inseguridad, a los temblores, a Trump. ¿Qué más nos falta? Oiga, se me acaba de ocurrir algo que nos puede curar los temores. Simulacros pero de ayuda. Sí, o sea, simulacros donde nos ayudemos todos, nos demos la mano, que por unas horas nos donemos alimentos, ropas, apoyo económico. Sí, sería muy bonito, ¿no cree? Imagínese que en un simulacro de esos la sociedad le ayude a pagar su renta. O la luz, el gas. O que todos limpiáramos el alcantarillado, que le diéramos un mes de despensa alimenticia a unas cuantas familias. Deberíamos ensayar la ayuda para mantenerla. No nada más darla cada vez que hay un terremoto. ¿Qué dice? Eso me puede ayudar, ¿no? Gracias, doctor. Hablar con usted me ha abierto los ojos.

¡Espere! ¿Escucha eso?


Photo Credits: MaxDeVa ©

Hey you,
¿nos brindas un café?