Agradezco la invitación de Mariza Bafile para enviar algunos textos a ser difundidos en la atractiva revista que dirige desde Nueva York. Y uso los versos como crónicas y los acompaño con siete fotografías de José Amador, un amante consumado de la capital del Tormes, ciudad que elegí para vivir y adonde llegué treinta años atrás. Los he espigado principalmente de mi libro La voluntad enhechizada (Verbum, Madrid, 2001. Prólogo de Alfonso Ortega Carmona y nota de Carmen Ruiz Barrionuevo. Ilustración de portada de Luis Cabrera. Grabados y dibujos interiores de Miguel Elías). Vayan estas postales a merodear dentro de vuestros ojos y corazones.
Fotografías de José Amador
CUANDO SE SIENTE LA CIUDAD
No serás sino aquel hombre que celebre su ciudad
a cada instante, en todo campanario o torre
profanadora de los vientos.
No habrá fatigas. Ningún demiurgo
dictará qué tejados y qué terrazas
formarán parte de tus recuerdos.
No descubrirás otro cielo como éste,
propicio para las apariciones
de cuencos de luz
y de escarcha.
No tendrás poltronas sino presencias.
No recibirás alabanzas sino mutismos.
No harás parloteos sino culminaciones.
No podrás irte de ella
pues su sombra estará dispuesta a amanecer
en las cornisas de cualquier ciudad extraña
hasta saturar tu memoria con el fuego de su nombre.
SANTO OFICIO
Con los ojos del amor
y la voz purificada por el tiempo.
Así la entrega de los dones,
el alcance de la ciudad
que
—como guía—
ofrezco a los visitantes.
Pero siempre oculto algún tesoro.
No quiero que manchen nuestra mesa
al servirse a manos llenas.
PLAZA MAYOR
Serena,
pero atada al gozo de saberse única
y dadora de luces que generan servidumbre
de distintos y distantes.
Para los suyos inventa
atractivos trajes escénicos o se pronuncia
desde espejos ocultos, con el fuego turbador
de sus piedras encallecidas, ya
vencedoras en su velocísima belleza.
Los años no han pasado. O si lo hicieron,
fue para pulir aún más estas invaluables fachadas
estampadas en el corazón de todo salmantino,
de cada visitante, de más de un ausente.
Plaza Mayor, donde la gente charla, gira,
cruza, queda…
Plaza Mayor, caudal de asombros,
voces rotas y silencios.
Plaza Mayor, selecto medallero para empezar
a gravitar por el mundo.
(a Pilar Fernández Labrador)
UNAMUNO
Oh señor de Libreros, señor de Unamuno
el mío corazón comparece ante su creencia
sin estatuas, quijotesca teología del ejemplo
dinamitando religiones ¡Evangelíceme, hágalo
sin estampitas ni mentecatadas! ¿Qué habrá
excomunión? Gracias a Dios, gracias al aletazo
de las cigüeñas sobre la calva del obispo,
gracias a Lázaro de Tejares, por donde duermo.
Ahora le atiendo, profesor sin páginas en blanco,
señor del rectorado para travesías allende el Griego.
Anote el número de este móvil que no tengo
¡Llámeme con su voz que despierta Españas!
¡Persevere, señor de Jugo! Vine de la otra orilla
pero quédome donde se cobijan sus Palabras.
(a Miguel Elías)
CALLE DE LA COMPAÑÍA
Vivíamos asombrados sabiéndonos tan breves
bajo la eterna amenaza de un suave chasquido
o el coletazo del tiempo en nuestra venas.
Al derrumbe del invierno girábamos nuestros pasos
hacia la calle de la Compañía. Allí, de madrugada,
la sugestión de sus muros nos trasladaba siglos atrás,
cuando los trovadores desorientaban a la noche
conspirando con amor y palabras tutelares.
Las farolas estaban colgadas en la piedra,
como los candiles que daban lumbre
a los bardos de entonces.
La antigüedad nos vestía con prendas sensuales
y los dos sentíamos máxima ternura caminando
cogidos de la mano, siguiendo el rastro de la dulce
música que brotaba desde altos tapiales.
Dios no nos era distante cuando llegábamos al aire
indócil de la Clerecía, donde tenía su trono de plata
y yacía como un padre benévolo dispuesto a bautizarnos.
Quizá la fiel soledad del amanecer
propiciaba el lentísimo regreso del Dios huraño.
Quizá la Casa de las Conchas transformaba sus abalorios
en un fértil reino para ceremoniales de misteriosa liturgia.
Consumábamos la vida mientras desatábamos la muerte
en un espejismo de ámbar y penumbras.
Sólo al entreabrir los ojos
quedaban disipados aquellos momentos sagrados.
DECIMOS HOY
Decimos que la voz del justo nunca es un amuleto
y que siempre está de viaje hacia su múltiple destino,
pues rema o centellea dentro de un corazón litigando
por rasgar patrañas y bostezos de los confabuladores.
Decimos que todavía nieva sobre la cruz inabarcable
y que siguen floreciendo enfebrecidas tardes muertas
donde acampan los que urden estragos o traiciones.
Decimos que ante el Poeta no hay adiós cielo arriba
y si hermandad vertiginosa acogiéndolo con palmas
antes, durante y después de ardientes resurrecciones.
Decimos que no existe tregua al momento de Amar,
que el querer se cuece a fuego lento, tomando forma
en el equilibrio de dos que van soldándose en uno.
Decimos que la envidia es el infierno que mas quema
y que sus denodados tentáculos atraviesan centurias,
igual que en días remotos, con sus hirientes certezas.
Decimos que se debe ser fuerte y resistir iniquidades
con las manos en alto bajo el son del sosiego, bajo
el blanco alud ultramundano que patrulla cual ángel.
Decimos hoy que hemos tallados nuestros nombres
huéspedes en todas las piedras de la ciudad dorada.
(Para Fray Luis de León, el Poeta que no envejece
ni en cinco siglos a la redonda)
LUCIÉRNAGA DE PIEDRA
Salamanca, luciérnaga de piedra.
Después daré vueltas
para que no me hiera lo eterno.