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Si yo fuera diputado

Hace un par de semanas produje un foro donde diputados de oficialismo y oposición, disertaron acerca de los aciertos y desaciertos de la constitución que el fallecido ex presidente Chávez bautizó como “La Bicha”.

El día del evento llegué muy temprano al auditórium donde se celebraría el encuentro para tener los detalles a tono. En el lugar se habilitó una sala para que, moros y cristianos (es decir unos y otros) leyeran el periódico, tomaran un café y desayunaran; mientras iniciaba el acto.  Adicional al foro, se me encomendó realizar un video donde entrevistaría a los constitucionalistas, así que, por aquello de “matar dos pájaros de un solo tiro” (quiero aclarar que esto es un dicho muy popular, para que después no se me acuse de que quería yo matar a alguien), es decir, por aquello de ahorrar tiempo, decidí esperarlos en la puerta para llevarlos al set de TV que instalamos para las grabaciones.

Luego de entrevistarlos a uno por uno, los fui llevando a la sala de espera y una vez allí fui testigo de algo que a mí no me sorprende, pero sé que a mucho si les sorprenderá: Unos y otros se saludaron con afecto, se apapacharon e incluso preguntaron por los miembros de sus familias con nombres, apellidos y hasta sobrenombres. 

Al ver esto vino a mí la siguiente reflexión: ¿Por qué la gente podría sorprenderse del trato que se dan estas persona, si al fin de cuentas todos los diputados que estaban en esa sala, sin importar su tendencia política, fueron o son compañeros de trabajo? 

¿Acaso no es de humanos respetar las diferencias, y debatir las ideas con altura y respeto?

Luego de mi profunda reflexión política-filosófica, hice algo que practico una vez que entrevisto a una persona; sea este famoso o no: Me fotografié junto a los diputados. 

El problema no vino con las fotografías sino cuando se las mostré al mundo a través de redes sociales. La cosa fue que, al subir las fotos, una mitad de país (no sé si a la mitad grande o a la mitad pequeña, pero da igual) se sintió ofendida y me reclamó por haber tenido la osadía de fotografiarme con “esos bichos”. Lo tomé con humor, pero esto disgustó más a una de las mitades, mientras que la otra mitad defendía mi derecho (o más bien mi izquierda) de tomarme fotos con los oficialistas.  

Minutos después, subí otra foto, esta vez con un dirigente muy amigo cuyo nombre no diré pero que suena a emperador romano… y fue mucho peor, pues la mitad que minutos antes me defendió ahora me atacaba; mientras que los que antes me atacaban entonces decían “Ese si Juan, eso sí es un político”.

Fue tanta la algarabía que se formó en mi mundo virtual que preferí no subir más nada por ese día. A la mañana siguiente, cuando llegué a la redacción, todo el mundo en broma comenzó a llamarme diputado. Y desde entonces ahora soy “El Diputado Fernández”.

El único consuelo que tengo es que solo se trata de un juego, pues, si yo fuera diputado, no soportaría tener que tratar a mis amigos a escondidas, en una sala a puerta cerrada, para evitar que me ataquen…

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