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Photo Credits: Biodiversity Heritage Library ©

Si nos extinguimos

La muerte es un castigo para algunos, para
otros un regalo, y para muchos un favor.

Séneca

Las consabidas paráfrasis aristotélicas y tomistas sobre la contingencia relucen cuando nos referimos a la posible extinción de los seres humanos. En este sentido, ni nosotros ni lo que producimos es necesario en tanto que trascendente.

La evolución y la extinción son hechos comprobados, cuyo acervo ilustra nuestro propio mapa evolutivo, pues hasta donde sabemos, somos la única especie viva del género Homo. Y aunque estamos en la cima de la escala filogenética evolutiva y nuestros logros no tienen parangón, la Tierra es escenario de extinciones en los más diversos órdenes. Una extinción masiva no es indefectible para que el Homo Sapiens desaparezca del planeta.

Si nos remitimos a la Escala de Kardashov, que es un método para situar el estatus tecnológico de una civilización según la cantidad de energía que obtiene de su medio, observaremos que nosotros ni siquiera entramos en su categoría. Divulgadores científicos y especialistas, como Michio Kaku o el finado cosmólogo Steve Hawking han hablado de “ampliar” la escala para incluir a aquellas probables civilizaciones como la nuestra.

De hecho, es más probable que nos extingamos por un nuevo impacto de asteroide o por otros eventos espaciales de mayor magnitud, como la implosión de una supernova, que por una invasión extraterrestre al frívolo estilo hollywoodense.

Ahora bien, la autoextinción supone de visu una alteración nefasta para la cadena trófica de nuestro planeta (ver los ciclos biogeoquímicos), ya que lo posible, como se ha venido discutiendo a lo largo de las décadas, es que la misma sea producida en nuestro mundo por un enfrentamiento nuclear. La amenaza está latente. Y esta posibilidad sí tiene como consecuencia la extinción masiva de otras especies y la desaparición de sus biomas.

Cuando hablamos de autoextinción lo hacemos dentro de un campo semántico en el que hay una ostensible variedad de conceptos como el de la Hipótesis de cuello de botella, de población diezmada y de tantos otros que, sin embargo, no significan que la vida en el planeta acabe completamente. Grosso modo, puesto que impera una idea errónea en el público general, una extinción masiva no equivale a la de la Vida per se; una autoextinción no necesariamente tiene las consecuencias de una extinción masiva, sin mencionar el chiste del VHEMT, y la autoextinción misma está dentro del plano de nuestra desaparición de la tierra en tanto que especie proclive a extinguirse.

El Dr. Nathan D. Wolfe, virólogo americano, numerosas veces ha señalado que por nuestra vulnerabilidad como especie solo podemos prepararnos para las contingencias. Esperemos que después del próximo debacle quienes contemplen nuestros fósiles lo hagan un poco con nuestros ojos.


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