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cronica nueva york
Photo Credits: Charley Lhasa ©

Si me hubieras dicho que sí

Estoy parado en la punta norte del promenade de Brooklyn Heights, que es un paseo que corre por encima de la autopista vertical de seis carriles que rodea la costa de Brooklyn justo frente a la punta sur de Manhattan. Llegué aquí caminando desde la punta sur, muy juicioso, sin perderme nada, sin desdeñar un detalle. A pesar de los fríos vientos polares que soplan hasta las memorias de mi infancia y me dicen que no crecí aquí, me detuve a mirar las casas, los árboles, el río, los barcos y los helicópteros; respondiendo que ahora estoy aquí y ahora estoy creciendo. Me di tiempo de caminar sobre las bancas y hacer equilibrio en el filo de sus respaldos. También me asomé a la autopista e intenté escupir a los autos en el parabrisas – empresa fallida, soplaba mucho el viento. Alcé el rostro al sol como preguntándole cómo puede iluminar un cuerpo con tanta plenitud y no quitarle el frío. Pero, más que nada, procuré dejar que las ideas y las emociones fueran y vinieran por mi interior, diciéndome cuándo caminar más y cuándo detenerme. Y, al final, este fluir de mis interiores por el exterior, me llevó a la punta norte que es rematada por un pequeño parquecillo de forma circular.

Me acerco al centro del parquecillo para mirar una esfera que está allí, no es una pequeña esfera sólida, como bola de billar o de bolos, es más bien seis o siete anillos entrelazados. Es más alta que una persona de un metro ochenta o de five feet nine. Se parece mucho a esos aros dorados que rodean los globos terráqueos en las bibliotecas a la antigua o de la gente rica, los que marcan latitud y longitud. Sólo que esta, sin globo terráqueo, tiene el centro atravesado por un tubo recto, como si fuera el eje de la tierra. Y,  además, en lo que sería el ecuador, está rodeada por un cinturón que muestra representaciones de los doces signos zodiacales.

Conforme la sigo examinando, caigo en cuenta de algo: es un reloj de sol. La luz crea una sombra al impactar ese tubo recto como eje de la tierra, sombra que cae en la banda con signos zodiacales, pero que también tiene las horas marcadas en número romanos. Los mismos números de esos romanos que ponían relojes de sol en las paredes y hablaban latín. Tanta latinidad, pienso. Y pienso también en que ese fue uno de nuestros primeros temas de conversación. Why ‘latinos’? Me preguntaste con ese acento del sureste de Asia que guardaré por bastante tiempo en la memoria. Y ahí voy yo, con esa cosa de profe de humanidades a la que llamo vocación, a explicar invasiones e intercambios lingüísticos desde Roma hasta Tierra del Fuego y luego hablar de lenguas indígenas de América (Because America is a continent, not a country, te habré aclarado con mi acento que evoca mesoamérica) para terminar con migraciones y las absurdas categorías poblacionales del censo de los Estados Unidos. Y tú me mirabas con esos ojos que se abren tanto al aprender – y vaya que les encanta aprender – para luego hablarme de cosas desde Londres hasta el océano índico, de especias, de otros tantos cientos de lenguas y divinidades. Parecía que el mundo cupiera en nuestras conversaciones, que nos acercaba más el hecho de compartir el trópico de lo que nos separaban los meridianos.

Extiendo un brazo al interior de la esfera. Tal vez tú habrías cabido en ese globo-mundo-esfera-reloj de sol. Siendo sólo una estructura tubular, fácilmente podrías entrar en ella. Pienso que si estuvieras aquí, podría decirte que entraras y que te recargaras sobre ese tubo recto o eje terrestre, del mismo modo en que las brujas se recargan en sus escobas. Podrías colocar los pies en el aro que representa el círculo polar del sur y las manos en el círculo polar del norte, de modo que parecerías estar a bordo de una pequeña y sofisticada nave espacial, sailing through the cosmos con los grandes rascacielos de Manhattan por fondo. Cuando yo sugiriera esto, me dirías que estoy loco, you are crazy, y yo respondería, of course, that’s what you like about me. Y entonces entrarías en la esfera y yo te tomaría una foto. Bromearíamos sobre hacia dónde te diriges en esa nave espacial, ¿a Marte? ¿A otra galaxia? ¿Al cinturón de Orión? Y yo respondería que probablemente te diriges a estrellarte con el árbol que está en el extremo del parquecillo. Y reirías de nuevo. Al cabo te bajarías, pidiendo ver cómo quedó la foto, y alegando que además el tubo estaba muy frío. Entonces te diría «ven, ven», desabotonaría mi chaqueta extendiendo uno de sus costados para que pudieras entrar allí y envolverte, recuperando el calor perdido, pero, más que nada, para tener un pretexto con el que abrazarnos.

Sonrío ante estas ficciones. Esta es una de las cosas que podrían haber sucedido si hubieras querido salir conmigo, si me hubieras aceptado aquella tímida, primera, única y última invitación. En mi país no se acostumbra esa forma de iniciar un romance, tan popular en los Estados Unidos y por la que tú parecías tan entusiasmada: ese would you go on a date with me? Es algo que no hacemos del mismo modo. La cosa allá, me parece, es un poco más orgánica, más sutil. Si conoces a una persona, empiezas a platicar y si te parece que está habiendo algo, le dices: por qué no vamos al cine, por qué no vamos por unos tacos, por qué no vamos por un café, por una cerveza. Y en el momento en que van a alguno de estos lugares, van percibiendo si la cosa va para allá o no va para allá. Pero yo llegué a los EUA y el asunto no era así, el asunto es hasta por medio de aplicaciones. ¡Mierda! Yo no entiendo cómo puede suceder eso. Tal vez es sólo que soy un poco, muy, tal vez demasiado, a la antigua. Pero tú estabas en eso del dating y me decías que ibas a tener un date y que ibas a tener otro date y yo pensé ‘bueno, ¿no podrá tener un date with me?’ Y te lo dije y me dijiste que lo ibas a pensar, aunque ya sabías que no. Supongo que no te atrevías a decírmelo de frente, porque tienes un corazón de oro. Algunos minutos después recibí una nota, un mensaje al celular, que decía que lo sentías tanto y esperabas que esto no arruinara nuestra amistad. Menudo problema, si hubiera arruinado nuestra amistad, habría arruinado también la calificación del trabajo que hacíamos juntos para la clase en la cual nos conocimos. Pero continuabas diciendo que no pensabas que entre tú y yo pudiera haber algo así y yo dije que estaba bien, que no había problema, que tú me agradabas de cualquier manera. No era la respuesta que quería, pero fue una respuesta afortunada, porque desde entonces ha sido linda nuestra amistad.

Me recargo en el barandal del promenade y miro por sobre el East River hacia el East Side de Manhattan porque debes estar entre esos edificios ahora mismo, ahora eres una Eastside girl y yo un Bed-Stuy boy. A la siguiente clase, después de ese mensaje, nos sentamos juntos, como siempre, y yo estaba un poco taciturno, pero por otros motivos. Y tú pensaste que yo estaba molesto. Nunca. Nunca he podido estar molesto contigo, imagínate, si aún años después de que me dijiste que no, sigo viendo esculturas en esta ciudad y pensando: esto es algo que podríamos haber hecho si me hubieras dicho que sí.


Photo Credits: Charley Lhasa ©

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