Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Nilo Espinoza Haro

Si lo cuentas, se cumple

Para Isaac Goldemberg

En el tictac del reloj hay narración, hay un Génesis en Tic y un apocalipsis en Tac.

Frank Kermode

En mi sueño apareció un enorme espejo circular y ahí el reflejo de cien o más personas idénticas a Lorenzo Osores, como fotocopias a color. Esa extraña visión, dice Luis Freire Sarria, me despertó de manera brusca a las cuatro de la madrugada y en mi ánimo empezó a macerarse un imparable temor opresivo. Para afrontar ese momento quise llamar a mi amigo, al psicoanalista Jorge Bruce, pero lo descarté porque hacerlo, a esa hora, le provocaría mucha perturbación. Luego, cuando ya se ahogaba mi afán de recuperar el sosiego, sea por ese espejo o por lo que reproducía o valga saber por qué, de repente vino a mi memoria el cuento Tlön, Uqbar, Orbis Terttius de Borges. Enseguida, entonces, encendí las luces. Fui a mi mesa de trabajo y lo busqué en sus Obras Completas, publicadas por Emecé en Barcelona en 1989. Estaba en la página 431 del tomo II, y al leerlo encontré esto, Bioy Casares había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores -a muy pocos lectores- la adivinación de una realidad atroz o banal. Desde el fondo remoto del corredor, el espejo nos acechaba. Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo monstruoso. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres. La lectura de esas líneas me desconcertó aún más, al extremo de que el libro se cayó de mis manos y cuando fue a dar al piso, pasó algo que hasta ahora no he encontrado explicación. Esto es lo que pasó, Hermano, el libro cayó abierto en la página 486 donde figuraba La cámara de las estatuas, otro cuento de Borges, ahí, Hermano, apareció otro espejo, esta vez un espejo circular igual al de mi sueño, si no me crees, toma el libro, te toparás con este párrafo y lo verás, léelo, Un espejo de forma circular, obra de Solimán, hijo de David -¡sea para los dos la salvación!-, cuyo precio era mucho, pues estaba hecho de diversos metales y el que se miraba en su luna veía las caras de sus padres y sus hijos, desde el primer Adán hasta los que oirán la trompeta. Eso me tranquilizó. Sin embargo, lo que a continuación leí en el pie de esa página agrió mi mente, Hermano, devuélveme el libro para te lea y escuches la causa de mi molestia. En ese pie, el tratadista surcoreano Kyun Wong Chung, respecto a los espejos y Borges, como susurrando, esto es en letra menuda, dice, Que los hombres se liberan del límite del tiempo en el espejo de forma circular, y pueden ver la primera cara del ser humano en la visión retrospectiva y la última en la futura. En conclusión, los espejos son un medio para librar al ser humano del límite espacial y temporal. Para Borges los Espejos ya no son un Ser Horroroso sino un Ser Salvador. Apenas termina de leer ese pie Luis Freire Sarria, repica mi teléfono móvil. Atiendo la llamada. Es de Lorenzo Osores. Le escucho, Te llamo para que tengas presente que hoy, a las cuatro y treinta tal como hemos acordado, tienes que venir a mi casa para que veas el mapa de las catacumbas de Lima que me ha prestado Pablo Macera. Claro, Lorenzo, claro, iré, claro que sí, sólo que un poco más tarde de las cuatro y media porque en este momento estoy en el Zela, el bar que está en el centro de Lima, en la Plaza San Martín. Estoy con … y el teléfono, por haber consumido totalmente su batería, se queda sordo y mudo.

En el bar, en ese momento, escasamente hay tres o cuatro parroquianos. Mientras uno de ellos con voz gangosa, tal como suena un radio estropeado, pide al mesero una cerveza y otro chilla porque no le sirven la copa de pisco que encargó, Luis Freire Sarria, luego de agotar el jugo de frutas contenido en un vaso y pedir otro, dice, Hermano, me inquieta que justo en este momento te haya llamado Lorenzo quien, como te he contado, en mi sueño aparece reproducido más de cien veces. Tal cosa, Hermano, creo que es una señal de que algo extraño me va a pasar. Descuida, Lucho, no hay razón para que te inquietes, te lo repito, Lucho, no te inquietes, yo esperaba esa llamada. Estoy seguro de que no te pasará nada extraño. Hermano, ojalá que sea así, ojalá que sea así.

Luis Freire Sarria bebe un sorbo de jugo y dice, Hermano, de lo único que yo estoy seguro es lo que me sucederá mañana. Iré a las diez al consultorio de Jorge Bruce y después de que le cuente el sueño que soñé, un sueño que no elegí y que no sé ni por qué ni para qué me eligió, él al interpretarlo, me ayudará a averiguar lo que mi inconsciente quiere expresar. Ahora bien, ¿sabes por qué antes de contarle a Jorge Bruce te he contado ese sueño y cómo, sin saber por qué, al despertar de él, me abalancé a los libros de Borges?, te lo he contado, Hermano, para que sepas que tengo presente que sus escritos, como hace tiempo me dijiste, son profecías no religiosas que se cumplen tarde o temprano. Lucho, en realidad, lo que te dije fue que en la obra Museo de la Novela de la Eterna de Macedonio Fernández percibí muchas profecías –algunas cumplidas y otras en trance de cumplirse- y luego también en los cuentos de Borges. Tienes razón, Hermano, eso es lo que me dijiste, me disculpo por haber omitido a Macedonio.

Después, Luis Freire Sarria, callado, pero con desbordante atención vuelve a leer una página del Tomo II de la las Obras Completas de Borges. En eso, ingresa un hombre calvo de barba blanca junto con dos mujeres canosas. En silencio, los tres ponen sus ojos en la pared central del bar en la que exhibe fotografías en blanco y negro de rostros de ocho personas, ampliadas a mediano tamaño. Luego, él reventado de alegría, les dice, Violeta y Alicia, hijas mías, las he traído aquí para que vean que aquí está mi tío, el poeta Nicomedes Santa Cruz, o sea el tío abuelo de ustedes y miren quienes lo acompañan al zambo, miren, ahí están el cuentista Julio Ramón Ribeyro, el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, el novelista José María Arguedas, la poeta Blanca Varela, el ensayista Sebastián Salazar Bondy, el compositor mexicano Armando Manzanero, además, los periodistas Doris Gibson y Alfonso Tealdo. ¡Qué les parece!, de puta madre, ¿no es cierto? Alicia, ahora saca tu iPod y tómanos un selfie.

Entretanto, observo que Luis Freire Sarria, ensimismado continúa releyendo, como hace un rato, la misma página del tomo II de las Obras Completas de Borges. Trascurridos unos largos minutos, levanta la vista y dice, Hermano, está más que bien que le hayas dicho a Lorenzo que te vas a demorar, porque para ir de aquí a Miraflores, donde está su casa, se emplea hora y media o más. Son las dos de la tarde y si terminamos la conversación a las tres y sales inmediatamente de aquí llegarás puntual, por mi parte iré a unas cuadras de este sitio para hacer una visita que desde hace días la tengo programada, pero, bueno, como el tiempo está acortándose, vuelvo de lleno a los espejos. Con franqueza, Hermano, la conclusión de Kyun Won Chung, en el sentido de que los espejos son un medio para librar al ser humano del límite espacial y temporal, me molesta mucho y me preocupa más todavía ¿Sabes por qué? Porque no es verdad. Para mí, los espejos han inducido, inducen y también inducirán con vehemencia a la reproducción artificial humana y eso ha causado, causa y causará un monstruoso horror. Lo advirtió, hace más de doscientos años, Mary Shelley con su novela Frankenstein. Allí, el protagonista, el doctor Víctor Frankenstein, al tratar de reproducir artificialmente a un hombre usando partes de cadáveres, produjo un repulsivo engendro. Sin embargo, para encubrir esa advertencia, unos pocos pero influyentes médicos y biólogos, con la ayuda de poderosos medios masivos de comunicación, esparcieron y siguen esparciendo en todo el planeta el embuste de que lo realizado por el doctor Frankenstein era ciencia-ficción o, más aún, ficción artificiosa y la mayoría de gente ha creído y cree en esa versión. ¿Por qué han encubierto la advertencia que hizo Mary Shelley? Para no detener ni por un instante el deseo, inducido por los espejos, de reproducir artificialmente a los seres humanos y seguir realizando sigilosamente diversos y abundantes experimentos. El asunto, Hermano, es que, ya antes de que acabe el siglo pasado, algunos médicos y biólogos – en complejos y sofisticados laboratorios- han encontrado que la forma de lograrla es recurriendo a la clonación humana, o sea al proceso por el que se logra conseguir copias idénticas de otros organismos, células o moléculas ya desarrollados y todo indica que ya han reproducido artificialmente a personas en copias idénticas -unas vivas otras muertas. Lucho, eso vale la pena porque de esa manera las copias fieles de los fallecidos Einstein, César Vallejo, Borges, Macedonio, Gabriel García Márquez, Picasso y Carlitos Chaplin retomarán cada uno sus geniales quehaceres y respecto de las copias de las personas vivas, pues hay que aplaudirlo con las dos manos porque así, por ejemplo, por partida doble muchos disfrutaremos de las caricaturas de Carlín y Heduardo con las que se vengan diaria e incruentamente de los poderosos que abusan del poder, asimismo, de los personajes que proyecta con toda veracidad el actor Alberto Ísola cuando los interpreta. Hermano, esa es la cara amable de la clonación humana, la cara que da temor es que vuelvan a circular los más infames tiranos y los más perversos criminales que han existido, sin embargo, lo que más me preocupa y aterra, Hermano, es que tengo el presentimiento, o algo parecido a la certeza, que de muchos hombres o mujeres o niñas o niños no se han hecho o no se están haciendo o no se harán simplemente una o dos reproducciones, sino se han hecho, se hacen y se harán cinco, diez, cien, mil, millones, billones y hasta infinitas copias idénticas de cada uno de ellos. 

Poco a poco, ingresan varios parroquianos y el bar va llenándose de un fogoso bullicio. En eso, Luis Freire Sarria, después de beber el jugo de frutas que aún queda en su vaso, mira su reloj pulsera y, como impulsado por un resorte, se pone de pie. Dice, ¡Caramba, Hermano!, ya son las tres de la tarde, se nos ha terminado el tiempo. Tenemos que parar la conversación, Hermano, otro día, qué te parece el próximo lunes como hoy, seguiremos hablando sobre los espejos, en este mismo bar. Hermano, repito, forzosamente tenemos que parar inmediatamente, porque tú tienes que ir a la casa de Lorenzo y yo tengo que ir rápido, a unas cuadras de aquí, a la Plaza Mayor, para encontrarme con una persona que me ha ofrecido darme las señas y la información de un hombre quien afirma, bajo juramento que -cuando no hay nadie en ese lugar, pero en cada noche- aparece el Libertador San Martín y con su voz argentina le habla con profusión de las virtudes de Rosa Campuzano, la mujer que no ha dejado de amar, y le pide por favor que lo ayude a encontrarla porque no sabe a dónde se ha ido. Ese dato, y ojalá me dé otros más ese hombre, me servirá en la novela que estoy escribiendo sobre el Bicentenario de la Independencia de nuestro país. ¿Cuántas novelas ya has escrito?, Lucho Más de catorce, Hermano, más de catorce, cinco de ellas premiadas.  

A las cinco y quince minutos de la tarde, Lorenzo Osores abre la puerta de su casa. Adelante, pasa, me dice, pasa, creí que ya no venías. Antes de mostrarte el plano de las catumbas de Lima que Pablo Macera me ha prestado, mira cómo -sentado en el sillón de enfrente y muy quieto- posa Lucho Freire Sarria para el retrato al óleo que Daniel, mi hijo, le está haciendo. Permanece así y sin hablar, desde las dos de esta tarde.

Hey you,
¿nos brindas un café?