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Si la muerte es tu compañera de vida

Los astrofísicos del mundo se desvelaron mirando “la gran calabaza”, un asteroide, que podría ser un cometa extinto, y que, asumiendo forma de calavera, pasó cercano a la tierra la noche del 31 a las 17h (UTC). En esas mismas horas en muchos hogares del mundo se preparaban las celebraciones para el día de los difuntos.

La muerte con las muchas incógnitas que encierra, hueco negro que traga a seres queridos para no devolverlos más nunca, ha sido siempre motivo de rituales y de respeto. Porque no hay nada que merezca mayor respeto que el miedo. Las culturas antiguas, los indígenas, así como todos los cultos religiosos, tienen en común la celebración de la muerte. Los vivos sienten el compromiso de acompañar al ser querido en ese tránsito desde lo conocido hacia lo desconocido, ese más allá que cada uno puede solamente imaginar.

Todos sabemos que un día nos tocará morir pero es muy diferente pensar en la muerte como conclusión de la vida, que sentirla a nuestro lado siempre, a sabiendas que en cualquier momento puede reclamarnos sin que eso dependa ni de la edad ni de un accidente o enfermedad.

En América Latina y en los países caribeños estamos tan acostumbrados a vivir con la muerte como compañera de vida que hasta le damos nombres, la Pelona, la Dama del velo, la Indeseada, Doña Osamenta, y muchos más, para poder dialogar con ella. Nuestra cultura está llena de fantasmas y aparecidos que nos recuerdan cuán delgado es el hilo que nos separa de esa otra dimensión en la cual, supuestamente, vagan las almas de los que se fueron. Celebrar la muerte todos los años encierra un significado adicional: la alegría de haber llegado vivos a otra celebración. Hemos aprendido a convivir con la muerte porque es el único camino para superar el miedo de encontrarla en una esquina cualquiera a manos de un delincuente, un drogadicto, un sicario.

En cada una de nuestras naciones percibimos la fragilidad de la existencia, pero en algunos lugares la vida pareciera estar ligada a una macabra lotería. Si nacimos en países como Honduras, Venezuela, Guatemala, México, Brasil, etc., si somos mujeres, indígenas, pobres, si nos desempeñamos en profesiones de alto riesgo como la de los periodistas, la posibilidad de perder esa lotería es dolorosamente alta. Tan es así que los muertos pierden nombres, apellidos, identidad y se transforman en cifras estadísticas. El impacto emocional que, a nivel internacional, causan 10 muertes violentas en un país del “primer mundo” es mucho más profundo que el que suscitan decenas y decenas de otras muertes, aún mucho más violentas, en nuestras ciudades. Allí donde lo cotidiano ha quitado el poder de la sorpresa, pareciera que las pérdidas deban doler menos.

Esa mirada superficial y alejada de nuestras realidades es la que permea los muchos artículos que cuentan los rituales con los cuales recordamos a nuestros muertos, tiñéndolos de un aire folclórico, alegre, lleno de un humor que los despoja de toda profundidad y hiere por su ofensiva superficialidad. Las muertes quedan como esqueletos a los cuales les es negada hasta la dignidad del duelo y del llanto.

La violencia que permea nuestras sociedades, la impunidad, la corrupción y la connivencia de la delincuencia con el poder político, no solamente nos envuelve en una perenne sensación de precariedad, sino que destruye, en su interior, el sentido mismo de sociedad y por ende el de calidad de vida. Los otros se transforman en potenciales enemigos, la rabia y los odios crean fracturas inseparables y las calles, lejos de ser lugares de encuentro y de disfrute, se transforman en teatros domésticos de guerras. Banales como todas las guerras, sangrientas como todas las guerras.

Hoy es el día en el cual acostumbramos recordar a nuestros muertos con rituales y visitas a los cementerios. Durante unas horas el dolor deja de ser un hecho solitario para transformarse en una vivencia colectiva. Quizás si un día sabremos convertir esa solidaridad ante la muerte en una solidaridad entre vivos, si seremos capaces de transformar lo que hoy es una esperanza de vida en una certeza.


Photo Credits: jazbeck

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