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nibaldo acero
Photo by: Guillermo Perez ©

Septiembre

Cada septiembre Chile celebra un aniversario más de su independencia de España, lo que a la postre significa tener varios días feriados, donde los habitantes de esta larga franja o descansan o beben y comen en exceso o bailan o se van al campo o a la playa. Septiembre no es un mes cualquiera para el pueblo chileno, es también dejar un poco de lado el frío del invierno, el cese de las lluvias si es que las hubo, la aparición de los vientos cálidos, en fin, la sensación de estar llegando a los últimos cien metros de la temporada, acercarse cada vez más a las fiestas de fin de año y las tan esperadas vacaciones de verano.

Septiembre es también volver al campo, a las tradiciones que de a poco ya funcionan como ritos pintorescos, dignos de ensayarse no más de una vez al año. Septiembre exige a los citadinos a buscar un refugio silvestre, las ciudades se despueblan, los huertos se saturan de nuevos visitantes, no pocos de los que vivimos en ciudad buscamos estirar nuestra propia identidad hasta el brazo de un río, hasta los pies de una montaña o al menos acercar a nuestra boca un plato de comida campesina. Septiembre ya es primavera, es verdor desbordante, árboles florecidos, aves recién nacidas… es tiempo cálido de florecimiento y vida.

Este septiembre, como tantos, bailamos y reímos en familia, hubo guitarra, acordeón, cuecas y huarachas, hubo bebida y comida a destajo. Hubo campo, un agradable clima y un viento cálido que invitaba a practicar una de las más entretenidas tradiciones, como es elevar cometas. Por supuesto, hubo vino y un despliegue culinario exquisito, platos campesinos que apelan desde la Colonia al ingenio de la que es capaz la supervivencia. Hubo payas, bromas de alto calibre, tierra y leña, fuego y cerveza, fue un septiembre como muchos.

En este septiembre, cómo no, hubo campo, hubo canto, y no demoramos mucho en pasar del folclor bailable a las canciones de protesta, a aquellas letras que en los ochentas tenían un sabor a una genuina y temeraria resistencia. De la Violeta Parra y su “Gracias a la vida”, pasamos rápidamente a “La Carta”, una de sus canciones más rabiosas y valientes, lo que ya preveía que sería una noche distinta a las otras de septiembre. Del Víctor Jara que canta la alegre cueca “La Diuca”, pasamos a aquella temeraria melodía “Zamba al Che”, la que, según mi viejo, le habría terminado de costar la vida al artista.

Septiembre es campo, también es canto, de aves recién nacidas y de campesinos que hacen de su dura jornada un motivo de aguante y esperanza, de baile, jolgorio y vino. Es canto también de protesta. Septiembre también es muerte para los chilenos, es golpe de estado, fusilamientos, desapariciones, torturas, exilios, es la sutura que se abre una vez más, las venas abiertas apenas cauterizadas en tiempos de democracia. Septiembre es Salvador Allende dando batalla en la Moneda bombardeada, es Víctor Jara brutalmente asesinado y lanzado al río Mapocho. Es viento cálido con olor a inhumaciones clandestinas, son los helicópteros que surcan el cielo como cometas, para lanzar cuerpos de detenidos políticos al mar. Septiembre es primavera y un invierno eterno para la memoria de un pueblo que se animó a elegir el primer presidente socialista de la historia.

Septiembre es volver al campo y beberse un vino en medio de los árboles, mientras se cantan o bailan canciones de un folclor precioso, que abren la oportunidad perfecta para recordar lo que padecimos y lo felices que fuimos en tiempos de resistencia. Escuchar a Inti Illimani, a Quilapayún, a Illapu, en voz de toda la familia fue una bofetada que despertaba al espíritu, una paliza a las expectativas y los sentidos, a esos mismos que hace unas horas ya pensaban en lo que sería volver a la oficina. Septiembre es lo más parecido que puede haber a Chile, a este país vitalmente contradictorio, entrañable y clasista, decidido a supervivir frente a la adversidad que sea. Una tierra solidaria y capitalista.

Septiembre es el atentado a Pinochet y de un Chile prerrevolucionario que en el ´86 casi dio un giro radical a todas nuestras vidas. Es el fervor impresionante de unos jóvenes maravillosos que dieron feroz pelea a una dictadura horrible, que con los años terminaron en el poder y que, gracias al olvido, cuajó en la democracia debilucha, en el aguachento vino democrático que bebemos cada día.

Septiembre es y será tiempo para escuchar nuevamente la poesía de Violeta Parra, de Víctor Jara, de volver a la ternura que de niños nos permitían surcar la dictadura, como haciendo un papel incidental en una tragedia griega o latinoamericana. Es y será un mes cálido para creer nuevamente en la posibilidad de crear comunidad, aunque sea por un momento. Un mes donde la vida sea elevada como una cometa arrastrada por el viento y se quede con nosotros esa memoria que canta como ave recién nacida, un mes para que florezca nuevamente la rabia, aunque sea y ojalá que sea, en pleno baile y juerga. Una rabia feliz, la rabia cálida de septiembre.


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