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Daniel Campos
Photo Credits: Otávio Nogueira ©

Sentir y festejar en Praia Vermelha

Salgo del campus de la Unirio, en el barrio carioca de Botafogo, y camino despacio y en silencio hasta la cercana Praia Vermelha. Es una playita pequeña y tranquila, engarzada entre dos puntas donde se yerguen altos cerros de piedra maciza. No sé a qué se debe el nombre de la playa, pues su arena es amarillenta, no rojiza. El agua se tiñe de esmeralda cuando se abren las nubes y el cielo se despeja. Pero hoy predominan los nubarrones y el agua presenta un tono plateado tirando a plomizo.

En la punta norte que delimita la playa se eleva el imponente cerro Pão de Açucar rodeado de bosque tropical en sus laderas bajas. Es un gigante de desnudo torso gris que viste faldas verdes. En la punta opuesta, al sur, hay pescadores de pie sobre angostísimas terrazas en las empinadas piedras. Parecen estoicas figuras de bronce incrustadas en granito. Lanzan sus cuerdas y anzuelos al mar. Éste rompe contra la roca firme.

Me quito los zapatos y piso la arena. La siento acariciar tibiamente las plantas de mis pies. Escucho el suave romper de olas, el aleteo de aves al levantar vuelo y la serena voz del viento. Huele a sal. Frente a la playa se abre la bahía de Guanabara. Recito en mi mente los versos del costarricense Julián Marchena:

Quiero vivir la vida aventurera
de los errantes pájaros marinos;
no tener, para ir a otra ribera,
la prosaica visión de los caminos.

El viento es fresco y se me eriza un poco la piel. Dejo de pensar un rato en el congreso de filosofía al que asisto. Miro, escucho, respiro, siento. Vivo.

Apenas acaba el congreso, los participantes nos vamos a celebrar. Decidimos hacer nuestro banquete a la orilla de la playa.

En vez de Diotima, Sócrates, Aristófanes y demás personajes del Simposio de Platón, llegamos a este banquete filósofxs de todo el Brasil y uno de Tiquicia. No estamos en la mediterránea Atenas sino en la atlántica Río de Janeiro.

La noche es sabrosa y tibia, la brisa fresca, el romper de las olas suave y constante. Brillan las estrellas. Un cerro de roca maciza me impide ver la Cruz del Sur, pero sé que allí está acompañándonos.

Salimos a la playa. La arena aún conserva el calorcito del día. A un vendedor ambulante le compramos latas de cerveza y nos ponemos a conversar. Para mí alegría, estoy con filósofxs que no hablan de teoría abstracta sino que analizan nuestro Brasil, nuestra Latinoamérica: nuestros desafíos éticos y políticos con respecto a la liberación de la mujer y la justicia de género.

Pero hay un tiempo para filosofar, otro tiempo para actuar solidariamente y otro para celebrar nuestra amistad. Es tiempo de festejar. Cantamos los versos finales de la canción «Aquarelas do Brasil«:

Brasil, essas nossas verdes matas,
Cachoeiras e cascatas de colorido sutil.
E este lindo céu azul de anil
Emoldura em aquarela o meu Brasil.

Ya pasada la medianoche, empezamos a despedirnos. Me quedo entre los últimos. Por unos minutos observo la playa, el mar, la silueta de los cerros y el cielo. Guardo un silencio espontáneo. Continúa el romper de olas y el fulgir de estrellas.


Photo Credits: Otávio Nogueira ©

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