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paola maita
Photo by: Daniel Gonzalez Fuster ©

Sentimientos familiares (I)

Hace mucho tiempo que digo que leo para comprender el mundo. No concibo la vida sin tener acceso a la literatura. Sin embargo, escuchando este capítulo del podcast de Orgullo, me di cuenta de que no solo la lectura me ha servido para entender el mundo y mi posición dentro de él.

Desde muy pequeña, he tendido a hacer vínculos muy profundos con personas que me rodean y que no pertenecen a mi familia sanguínea. La mayoría de mis amistades las tengo desde hace más de 10 años, y una buena parte incluso supera los 20.

Todas las veces que me he mudado a una ciudad nueva, he comenzado a sentirme en casa cuando he construido un círculo estable de amigos. Me da igual el país donde esté, o el gentilicio de estas personas: una de mis primeras sensaciones de hogar deriva de la amistad.

Sin embargo, durante muchos años, escuché a los adultos que me rodeaban decir que la familia tenía que ser, sino el todo, al menos el eje central de la vida de las personas. Hacer familia y querer tener cerca a los “tuyos” parecía ser el ritual de paso de la vida juvenil a la vida adulta.

A una parte de mí, este concepto le parecía ajeno e inalcanzable, sin importar de quién lo estuviese escuchando. Otra parte quería creer que se amoldaría a la idea eventualmente, que se reconciliaría con la idea de la familia como ombligo de la vida adulta. La verdad es que eso, al menos hasta mis actuales 33 años, no ha ocurrido.

Llegó el punto en el cual me resigné a esta forma de sentir con respecto a la familia era algo muy particular de mí y pensé que no encontraría otras personas que se sintiesen igual. Aun así, seguía intentando entender porqué, si vengo de una familia que puede ser considerada estable, aún con sus defectos, continuaba rechazando tanto la idea de hacer una vida más cerca de ellos.


No recuerdo el momento exacto en el que me descubrí bisexual. Supongo que de alguna manera siempre lo supe. Por el contrario, sí recuerdo el momento en el que pude verbalizarle a alguien mis dudas.

Era estudiante de Derecho cuando tuve una corta y volátil relación con L., mi amigo desde los 6 años. Después de mucho tiempo de una relación informal pseudo-intermitente, decidimos hacernos novios oficialmente. Los casi 4 meses de relación nos terminaron costando los 17 años de amistad.

Esa ruptura no sólo me costó la relación con el chico con el que me había hecho ilusiones durante años, sino que también me llevó a perder a uno de mis mejores amigos y a un miembro de mi familia escogida al mismo tiempo.

Esa ruptura conllevó que J., un amigo homosexual que tenía en aquel momento, tuviese que consolarme por largas horas. Algo me dijo que él era la persona a la que podía confiarle todo lo que me vendría a continuación.

Preséntame a una de tus amigas, le espeté un día, en lo que creí que era un arranque espontáneo producto del despecho. Esa fue la primera vez que me atreví a decirle a otra persona algo que yo misma no sabía cómo nombrar dentro de mi esquema mental. Tampoco fui capaz de calcular lo mucho que afectaría mi identidad por el resto de mi vida, el haber soltado esa frase delante de uno de mis amigos.

Escuchando ese capítulo de Orgullo, enseguida vino a mí este recuerdo. Me sentí agradecida por haber podido contar con alguien a quien decirle en voz alta aquello que no era capaz de nombrar en mis diálogos internos. Ese mismo capítulo me hizo entender que ser bisexual no sólo ha determinado la forma de relacionarme románticamente con otro. También le ha dado forma a la manera en la que establezco el resto de mis relaciones afectivas.

Si leer me ha servido para entender el mundo, tener amigos me ha servido para entenderme a mí misma de una manera a la que probablemente no habría llegado a través de mi familia sanguínea.

Es cierto que sentir que tengo dos familias también me hace, de algún modo, más vulnerable a las pérdidas de las que tardo mucho tiempo en recuperarme. Es un riesgo que he decidido correr porque he entendido que tener amigos-familia me ha permitido elegir el espejo donde quiero mirarme las dudas, los dilemas, las inseguridades y los miedos.


Photo by: Daniel Gonzalez Fuster ©

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