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manny lopez
Photo by: Winkye Cheong ©

¿Se acuerdan del SIDA?

Sentirte el último sobreviviente es tan castrante como ser nombrado el mejor estudiante o poeta, y así, sucesivamente. Uno se sonroja al recibir el premio. Parado detrás del pódium, temblando, temiéndole a los rostros que te inspeccionan del otro lado. Es horrible tener que aceptar ese nombramiento que nunca pediste: Sobrevivirle a los amigos.

La mayor parte de mi adolescencia transcurrió de la mano de la muerte. A diario, en esos 80’s de Madonna, Boy George y otros, los amigos caían como moscas. Cada amanecer se veía tiznado de alguna noticia terrible. “Está cogió”, decíamos cuando pasaban la noticia de la enfermedad de alguien por el VIH. No se podía hablar mucho del tema. Existía un gran estigma. Aprendimos a susurrar las cuatro letras S…I…D…A y si de pronto llegaba alguien, cambiábamos la conversación. Nos reíamos. ¡Esos risueños homosexuales que aparentábamos ser!

De ese grupo de amigos que cada sábado nos poníamos nuestras camisitas de mangas cortas, bien planchadas y jeans apretados, solo quedo yo. On the waterfront nos veía aparecer cada semana. Ese club decadente y estratégicamente situado en el turbio río de Miami nos seducía. Sus tentáculos nos atraían al interior o al patio, donde zalameros nos mostrábamos para ver quien caía en el jamo. Un barco destartalado y estrecho permanecía anclado ofreciendo otra opción. Bailamos salsa la noche entera y si teníamos suerte, en la madrugaba nos metíamos en el carro de alguien o nos lo llevábamos para casa.

Roberto, mi mejor amigo del grupo no descansaba. Iba de un hombre a otro, sin parar. Decía que no quería saber si tenía “el bicho”. Visitábamos la casa de una pareja de amigos casi a diario. El café, las risas y ya más contenidos y en voz baja, las noticias de los que se habían ido esa semana. Ha sido la época de mi vida que a más funerales fui. Cada muerte venia acompañada de algún tipo de controversia. Se vieron y se supo horrores. El ser humano jamás deja de sorprender.

Me hice voluntario de un programa que había, VITAS creo que se llamaba. Te asignaban un paciente y debías visitarlo tres veces por semana. Me asignaron un americano, bohemio y testarudo. Se quería escapar, tomar unas vacaciones en Cancún. Hice lo que estuvo a mi alcance para lograr que pasara unos días felices.

Cuando ya no era posible de seguir susurrando las noticias de muerte, apareció el anuncio que Rock Hudson tenía SIDA. Para cada pandemia hay que buscar una cara famosa. En estos tiempos nos vendieron casi al comienzo, los casos positivos del príncipe, actores, actrices y políticos. Pero nosotros, los que debemos seguir viviendo de la mejor manera posible, los que tenemos que inventar para subsistir, para nosotros no hay vallas publicitarias.

Años más tarde, Roberto terminó en un hospital con neumonía. Yo vivía entonces en Los Ángeles. La última vez que hablamos por teléfono nos despedimos. Duró un mes en ese hospital. Un mes diciéndonos que iba a morir.

Tuve sexo sin protección cientos de veces. Quería enfermarme como lo hacían mis amigos. No quería quedarme rezagado. No quería seguir llorándolos. No quería ser el único sobreviviente. En el 1987 me hice la primera prueba de VIH. Mi hermana, que es la mujer más valiente que conozco, después de mi madre, me acompañó. Fuimos a una clínica gratuita en el antiguo South Beach. Digo antiguo, porque todavía no lo habían gentrificado. Era un lugar bastante tenebroso. Tenía la cita de las 10:00am y debía preguntar por Arthur. Así hice. Mi hermana me esperó en la pequeña sala de espera. Arthur, un señor bigotudo y mayor me leyó las cuarenta. Yo tenía 17 años. Insistía, preguntándome que hacía ahí a mi edad. Me dio tremendo discurso y no me quedó otra que bajar la cabeza y aceptar el regaño. Después de dos semanas regresé a buscar mis resultados y aquel NO del viejo Arthur me supo a gloria.

Cada vez que pude volví a recaer. Me dejé penetrar sin protección por varios hombres con VIH. Algunos me lo dijeron previamente, otros nunca. Luego cada vez que me entraba la duda, volvía a hacerme la prueba, volvían los mismos resultados negativos. No recuerdo en qué momento renuncié a ese deseo de morir a la par de mis amigos. Maduré, envejecí y otras enfermedades se ocuparon de mí.

Treinta y tanto, casi cuarenta años más tarde y todavía no tenemos una “supuesta” vacuna para el VIH. Tampoco tenemos una vacuna para el comunismo, y así…Hemos seguido viviendo. Hemos prácticamente olvidado que existe y no es estrictamente para los homosexuales. Eso lo supimos un tiempo después. De hecho, en algún momento fueron las mujeres heterosexuales las de más alto riesgo. Necesitamos una vacuna para ser mejores seres humanos. Hemos olvidado los nombres y rostros de esos amigos que se fueron. Somos capaces de olvidar cualquier cosa. Tenemos memoria selectiva.

Yo no logro olvidar a Roberto y a su gata Maxine, que no sé con quien la dejó.


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